POLINESIA
Es el paraíso en la Tierra. Navegar por los Mares del Sur: Tahití, Bora Bora, Raiatea, Taha o Huahine, en la Polinesia francesa, es, para muchos, el viaje de sus sueños. Marisa Perales
Playas de película, vírgenes y solitarias, cabañas de lujo, aguas turquesa, montañas exultantes de vegetación, flores y frutas de las más variopintas y un pueblo hospitalario y exótico. No es de extrañar que la Polinesia sedujera tanto a Paul Gauguin, Jacques Brel o Marlon Brando. Es el edén de los Mares del Sur. No hay turismo masificado y todavía guarda ese toque primitivo que gusta al visitante. Todo es una sorpresa que empieza en el pantalán de Bora Bora, nada más aterrizar (los nativos siguen recibiendo al turista con un collar de flores), con una copa de champán en la mano y una brocheta de frutas en la otra a la sombra de una palmera. Mientras, la tripulación de un barco se lleva en una zodiac el equipaje. La mejor forma de conocer las islas es en un crucero. El Ti´a Moana, de la compañía Bora Bora Cruises (www.borabora cruisses.com) es un barco de lujo, único y exclusivo, en el que ha viajado, entre otros, Steve Ballmer, el socio de Bill Gates, quien lo alquiló para pasar la Nochevieja a bordo con su familia. El yate tiene 60 metros de eslora y cubiertas de teca, con una capacidad para cincuenta pasajeros máximo, sin ninguna etiqueta. “Snorkel” El viaje comenzó levando anclas en Bora Bora y navegando por su mítica laguna, hasta la playa del Motu Tevairoa, donde se proyectó la película Tabu a la luz de las estrellas. Toda una experiencia. El interior del barco es un puro detalle de exquisito gusto, con un trato absolutamente personalizado. Es ese lujo que apenas si se nota, con el que se tiene la sensación de vivir en un sueño. Y más que dedicar sus escalas a recorrer los interiores de las islas, que también se puede hacer, el barco sorprende cada día con sus propuestas: práctica de snorkel en diferentes arrecifes de coral; desayuno con champán en una playa solitaria; proyección de una película en una pantalla atada a dos palmeras de una cala desierta; barbacoa nocturna en una playa de corales o travesía por un río que conduce a un exótico jardín tropical en kayak. También puede uno calzarse las aletas y practicar buceo. Otras alternativas son contemplar cómo se van arrugando poco a poco las yemas de los dedos en el yacuzzi o pedir la zodiac para desembarcar y sentir la sensación de tener los pies en la tierra. Ver pasar el tiempo La filosofía del viaje es dejarse llevar en un itinerario nada convencional. Nada de tener un programa agotador, ni de querer verlo todo. Todo está pensado para disfrutar viendo pasar el tiempo y hacer lo que apetece en cada momento, incluido un café a las seis de la mañana para contemplar el amanecer o una cena a la luz de las velas en la popa. La tripulación, que parece estar sacada de un casting de modelos, discreta y profesional, se ocupa de todo sin que se note. La vida a bordo es relajada, el Ti’a Moana no tiene nada que se asemeje a esos cruceros convencionales en los que cientos de miles de viajeros llevan una vida bulliciosa. No hay casinos, ni cenas de bienvenida, ni cena con el capitán, ni baile de disfraces, ni concursos... Una coqueta biblioteca acoge a los curiosos interesados en los libros antiguos sobre la flora o la fauna de la zona con tapas que tienen dibujos realizados en papel vegetal, o en la vida y obra del pintor Gauguin por esos lares.
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