FRASE DE HOY (12.06.2007)
Frase: Algunas personas nunca aprenden nada, porque todo lo comprenden demasiado pronto.
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Granujas a todo ritmo
El 53% de los fans del hip-hop ha cometido algún delito frente al 18% de los amantes de los musicales, según revela una reciente encuesta británica.
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La descarriada vida de Billy el Niño.
La descarriada vida de Billy el Niño. De origen irlandés, el forajido más célebre del Far West hablaba español, era un consumado bailarín y un enamorado de la cultura mexicana. Se llamaba William McCarthy e inició su carrera delictiva con 15 años. En poco tiempo pasó de ladronzuelo a asesino y participó en una guerra por el control económico y político del condado de Lincoln. Un libro y un filme recuperan la memoria de este controvertido héroe que murió a los 21 años. El “sheriff”. Pat Garret, en 1908. Recompensa. 5.000 dólares se ofrecían por él, vivo o muerto. Por Julio Valdeón Blanco. No fue tan apolíneo como Kris Kristofferson en el western de Sam Peckinpah, ni calzaba un mandilón verde al estilo de Robin Hood, pero el pistolero Billy el Niño ha cautivado la imaginación popular de Estados Unidos, que es tanto como decir de Occidente. En un tiempo de atracadores de bancos (Jesse James), presidentes tiroteados (James Garfield) y aventureros oportunistas (Buffalo Bill), el joven forajido ha cruzado el ventisquero de la Historia como héroe y villano. El periodista y escritor norteamericano Michael Wallis ha resucitado, en torno a un texto con pretensión canónica, su convulsa biografía en Billy el Niño, la cabalgata sin fin. También un filme de la directora francesa Anne Feinsilber, Réquiem por Billy el Niño, reflexiona sobre el destino de este controvertido héroe del Oeste. Los hispanos lo adoptaron como santo patrón, bandido generoso que peleó contra los poderes corruptos. Los anglos lo pintaron primero como un psicópata y, más tarde, como la quintaesencia del espíritu irlandés en una tierra mestiza, despojado de su amor por lo mexicano que tanto lo distinguió. Su conexión mexicana, pese a su origen irlandés, constituye sin duda uno de los puntos calientes del libro de Wallis. Hasta ahora nadie había descrito con tanta y tan incuestionable claridad el nexo existente entre el fuera de la ley y un pueblo que en su propia tierra vivía de prestado. Bajo el signo de la fatalidad. Enamorado del canto de las guitarras, el Niño fue un consumado bailarín de polcas y rancheras, hablaba el español fluidamente, era ambidiestro, podía atravesar una moneda seis veces antes de que tocara el suelo y siempre viajaba con su macizo Colt 41 en la cintura y un Winchester al hombro. «Los americanos adoran a los héroes y siempre los eligen de entre los fuera de la ley», escribió Oscar Wilde. Como en una canción de Johnny Cash, aquel muchacho de manos y pies delicados, ojos azules, suaves maneras y pasión por el póquer parece nacido bajo el signo de la fatalidad. Mito y realidad, ficción interesada, fervor popular, libelo, novela pulp, copla y romance han cubierto sus huellas con demasiado polvo. Buscar la verdad ha sido el propósito de Wallis, autor multipremiado, especialista en temas relativos al folclore americano. El escritor ha husmeado hasta dictar, con cierta prevención, que el padre de Billy pudo ser Henry McCarthy, soldado de 27 años del Cuerpo de Voluntarios de Artillería de la Unión, muerto en la batalla de Chickamanya durante la Guerra Civil. De lo que nadie duda es que su madre fue Catherine McCarthy (Irlanda, 1829), fugitiva de la Isla Esmeralda cuando sobrevino la hambruna de la patata. Causada por el hongo Phyptophthroa infestans, asoló las cosechas entre 1845 y 1850, dejó un millón de muertos y ejerció como pistón para un masivo éxodo. McCarthy, afortunada, arribó a Nueva York en una época en la que, según Nathaniel Hawthorne, los inmigrantes eran «más numerosos que los gusanos en el queso». La joven conoció el Nueva York de Five Points, un barrio apocalíptico de casas insalubres, infestadas de ratas, y calles donde la miseria, la corrupción moral y la violencia cabalgaban tumultuosas, como retrató Martin Scorsese en Gangs of New York. Catherine tuvo dos hijos, Joseph y Billy. El primero murió en 1930 y excepto cuatro eruditos apenas nadie lo recuerda. El segundo sólo alcanzó a cumplir 21 años, tiempo suficiente para transformarse en el forajido más representativo del Oeste, pistolero que cuando no provocaba pavor era recibido en los pueblos de Nuevo México con serenatas. A diferencia de Banjo Peter Emerson, Red Rocks Farrel, Piker Ryan, Dandy Johnny Dolan o Bull Harvey, todos ellos famosos asesinos, la suerte de Billy batió los dados en un cóctel donde las intrigas políticas, los intereses creados y el destino confluyeron para alumbrar una leyenda. «Cuando la realidad se transforma en mito, imprime el mito», dice uno de los personajes de El hombre que mató a Liberty Valance, el portentoso western de John Ford, y eso ocurrió. Mucho antes, sin embargo, Catherine consideró que Nueva York era un pésimo destino para sus hijos y la familia viajó hacia poniente. En 1869 llegaron a Indianápolis, que había sido campo de prisioneros confederados. Allí conoció a William Antrim, también irlandés, con el que contrajo matrimonio. La familia llegó a Wichita, entonces una pequeña ciudad fronteriza, entre los ríos Arkansas y Pequeño Arkansas. Apenas tenía 607 habitantes, entre cazadores de lobos y búfalos, soldados renegados, veteranos de guerra, indios, ladrones de caballos y aventureros, y los tornados eran frecuentes en primavera. Al poco de llegar, Catherine enfermó de tuberculosis. Buscando un clima más seco y un lugar menos convulso, se establecen en Silver City, Nuevo México. Craso error: Nuevo México era el epítome de la frontera, un territorio donde las banderas del odio (entre ex soldados del Norte y el Sur; entre anglosajones e hispanos, y todos frente a los indios) ondeaban salvajes. Con un índice de criminalidad 40 veces superior al del resto del país, fue el hogar adoptivo de Billy el Niño. Allí aprendió a hablar español; tomó partido en la guerra del condado de Lincoln, que enfrentó a ganaderos y empresarios hasta aspersar las calles con sangre, y finalmente murió acribillado a manos de Pat Garret, el sheriff que hizo del asesinato del Niño un lucrativo negocio. Pero antes pasaron otras cosas que marcaron el destino de Billy. En 1874 Catherine muere y su marido abandona a los niños para buscar plata en las montañas. Desde entonces Billy, que apenas tiene 15 años, deberá valerse por sí mismo. Pronto descubrirá sus dotes para el póquer –que convertirá en un medio de vida, compaginado con ocasionales trabajos en ranchos– y perfeccionará su habilidad con el revólver y el rifle: un seguro de vida para un muchacho. Primero bajo la protección de un jugador y bebedor empedernido, George Sombrero Jack Shaefer, y luego con la banda de pistoleros los Chicos –capitaneada por Jesse Evans– cruzará la línea y vivirá el resto de sus días como soldado de fortuna, ladrón de caballos, gran tirador y activo protagonista de los sangrientos días que estaban por llegar. Ex soldados, indios y alcohol. Encarcelado un par de veces, demostrará una increíble capacidad para fugarse. En 1877 cometió su primer asesinato: Francis P. Cahill, un antiguo soldado que solía martirizar a Billy cuando coincidían en un salón cercano a Fort Grand. Tras una discusión, que terminó con Billy en el suelo y el enorme Cahill golpeándole en el rostro, el muchacho desenfundó su revólver y alojó un tiro en el estómago de su torturador. A la mañana siguiente Cahill murió. El Niño dejaba así la condición de ladronzuelo para ingresar en la de asesino. Tampoco importaba mucho. Nuevo México escribía la historia bajo un palio de muertos. La mayoría de los crímenes quedaban impunes, diluidos en un clima feroz en el que los ex combatientes de la Guerra Civil paseaban sus fantasmas incapaces de reincorporarse a la normalidad y donde el whisky sazonaba reyertas con vocación homicida. Era, además, la tierra nativa de mescaleros, apaches y navajos, las belicosas naciones indias masacradas durante la década de los 60. Seguro de que nadie le pediría explicaciones, Billy prosiguió su vagabundeo por Nuevo México y la cercana Arizona. Ingresó en la banda liderada por John Kinney y Jesse Evans y pronto tomó partido en el conflicto que abriría en dos el condado de Lincoln. Tras un verano de maldiciones bíblicas, con plagas de saltamontes asolando los campos, pulgas y un brote incontrolado de fiebres tifoideas, explotó la guerra. A un lado, Jimmie Dolan, John Henry Riley y William Boney, que controlaban los contratos del Ejército para abastecer a las tropas acantonadas. Al otro, el celebérrimo ganadero John Chisum; Alexander Anderson McSween, un ambicioso abogado, y John Tunstall, un inglés que llegó a Estados Unidos buscando fortuna. Las dos facciones peleaban por el control económico, así como por las instituciones, infiltradas por sus acólitos hasta el despacho del gobernador. Billy el Niño terminó encuadrado en el segundo grupo y, aunque durante un tiempo perteneció a una patrulla que teóricamente ejercía al lado de la ley, un edicto del gobernador Lewis Wallace, alineado con Dolan y los suyos, lo situó de un plumazo entre los forajidos. A partir de entonces las matanzas serán continuas. Durante las siguientes semanas Billy será acusado del asesinato de un comisario y, rodeado junto a sus hombres en una granja, logrará escapar tras un pavoroso incendio. Es entonces cuando hace su entrada Pat Garret, hostelero y cazador, al ser nombrado sheriff. Tras apresar a Billy, lo conduce a la cárcel. El Niño, que en los últimos tiempos ha robado ganado a Chisum, al que considera un traidor, es sentenciado a muerte. De los más de 50 asesinatos cometidos durante la guerra del condado de Lincoln, él es el único condenado. El gobernador, que en un principio había prometido ayudarle, acababa de publicar Ben Hur. Tenía, por tanto, asuntos más importantes que el cuello de un muchacho. Él, abandonado a su suerte, y aprovechando la ausencia de Garret, pide a sus dos carceleros que le dejen ir al baño. Tras zafarse de las esposas, mató a los guardianes y escapó en un caballo robado, prometiendo devolverlo. Al día siguiente el caballo regresó y Billy era ya una leyenda. Poco después el gobernador dictó una orden de busca y captura y fijó una recompensa de 5.000 dólares. Contrariamente a lo que imaginaban sus enemigos, el Niño no abandonó Lincoln, entre otras razones porque allí vivía una hispana con la que mantenía un romance. Fue en Fort Stanton, traicionado por uno de sus hombres, donde Pat Garret lo encontró el 14 de julio de 1881. Relajado, a salvo en una hacienda hispana en la que vivía gente que lo apoyaba, a media noche, el Niño había abandonado sus armas y estaba descalzo. Salió a la penumbra del campo para buscar un trozo de carne y descubrió unas sombras avanzando hacia la casa. «Quién es?», preguntó a Peter Maxwell, uno de sus amigos, «Pedro, ¿quiénes son esos hombres?», repitió nervioso. Para cuando advirtió que eran hombres de Garret, el sheriff ya estaba en el interior de la vivienda, donde abatió a Billy. Entonces muere William McCarthy y nace, para siempre, la leyenda del pistolero imbatible, un nombre que los descendientes de mexicanos de Nuevo México considerarán un igual, enfrentado a los mismos poderes que los habían esquilmado y humillado, y que será adoptado por el imaginario estadounidense en una cabalgata infinita.
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Etiquetas: Biografías
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