Alguien dijo que una película sobre la guerra civil americana nunca daría un centavo, pero Lo que el viento se llevó, con más de 250 millones de espectadores, es la más vista de la historia del cine y con Ciudadano Kane, Casablanca y El Padrino comparte los honores de encabezar el ranking de excelencia. Sigue seduciendo con el indiscreto encanto de su melancolía, de su duración (cuatro horas) y de sus records, algunos de los cuales aún no se ha llevado el viento: tres de sus frases aparecen en el top ten de las citas más famosas de la historia del cine; en el multitudinario casting para elegir a la protagonista participaron 1.400 candidatas; tuvo cinco directores, 15 guionistas y un presupuesto descomunal. Costó la exorbitante cantidad de cuatro millones de dólares de entonces, pero su recaudación, estimada en unos 400 millones de dólares, la convierte en el negocio más pingüe jamás filmado.
El 9 de septiembre de 1939, Selznick, su mujer Irene Mayer, y su ayudante Hal Kern subieron a un coche camino de Riverside (California) con los rollos de una película que aún no estaba terminada porque faltaban algunos efectos y la mayor parte de la banda sonora. Llegaron al teatro Fox que programaba una sesión doble. Kern llamó al jefe de la sala y le explicó que habían elegido ese cine para la primera proyección de Lo que el viento se llevó. Le dijo que podría anunciar que se proyectaría otra película; pero le prohibió decir el título. El público podría salir, pero no volver a entrar porque la sala se cerraría a cal y canto. El hombre aceptó el trato con una sola condición: llamar a su mujer para que viniera al cine inmediatamente. Kern lo acompañó al teléfono para asegurarse de que no le revelaba el título de la película.
Una voz en off explicaba sobre los títulos de crédito: «Hubo una tierra de caballeros y campos de algodón llamada viejo Sur. Aquí en este precioso mundo, la galantería hizo su última reverencia. Aquí se vio por última vez a los caballeros y a sus bellas damas, al amo y al esclavo. Búsquenlos en los libros, porque ahora no son sino el recuerdo de un sueño, una civilización que el viento se llevó». Se mostraban imágenes almibaradas del viejo Sur: una verde pradera con caballos, un río en la noche, un molino, esclavos en las plantaciones, la ciudad de Atlanta y un crepúsculo. Hubo un murmullo en la sala: se trataba de la famosa película de la que llevaban oyendo hablar dos años. Luego, aquello fue un cafarnaún de júbilo y aplausos. La gente creyó que era una fábula de la Depresión y una ilustración de que los gobiernos pasan, las sociedades mueren y el amor nos mata. David Selznick lloró porque la respuesta del público era la redención de sus fracasos.
Fiesta y racismo. Tres meses después, Lo que el viento se llevó se estrenaba en el teatro Loews de Atlanta; el alcalde había programado suntuosas celebraciones con desfiles de estrellas en limusinas, miles de banderas confederadas y decorados de falsos porches de columnas de papel cartón evocadores del viejo esplendor sureño. Hattie McDaniel, que sería la primera actriz negra en ganar un Oscar (por su papel de Mammy) fue excluida del festejo por las leyes racistas de Georgia, como el resto de actores negros.
El gobernador del Estado declaró día festivo la fecha del estreno y muchos años después el presidente Jimmy Carter recordaría que aquellos días fueron el mayor acontecimiento del Sur a lo largo de toda su vida.
Cuando se estrenó en un Londres bombardeado por la Luftwaffe, fue un éxito descomunal y se mantuvo en cartelera durante cuatro años. A ambos lados del Atlántico la gente amaba aquella película antes de percatarse de que era una rancia celebración de casta y un elogio de la esclavitud: el retablo de un paraíso perdido cuya gracia y armonía dependían de la explotación de los negros. Y sin embargo, hay que ser un pocasangre o estar hecho de acero blindado para no conmoverse con el tema de Tara mientras Scarlett jura que nunca más pasará hambre y la música de Max Steiner evoca jardines de rosas, cielos estrellados y deseos de revancha.
Setenta años después de su estreno, permanece como un arrogante monolito sobre el inane y fragmentado repertorio de Hollywood. El corazón tiene razones que la razón no puede entender, ¿cómo explicar si no la perversa capacidad de atracción sobre los públicos de diferentes épocas y culturas que se identificaron con los su(r)eños racistas?
Cuando se estrenó en Francia –en la posguerra, porque Goebbels la había prohibido durante la Ocupación– los espectadores la vieron como una historia propia de invasión y de supervivencia. Los prisioneros políticos bajo el genocida Mengitsu, en la Etiopía de los 70, encontraban consuelo en las copias clandestinas que un activista había llevado a Amharic. Cada tribu, cada nación, ve en la película su propia historia de resistencia, la victoria de la civilización sobre la opresión, siendo el opresor el que mejor convenga: los yanquis en Estados Unidos, los nazis en Europa, el Terror Rojo en Etiopía o los dictadores en Grecia.
Pero hay otro grupo de entusiastas no definidos geográficamente: se trata de las mujeres que vieron y siguen viendo a Scarlett como una rebelde en contra de las normas cristianas, de la sumisión femenina y de la obligación de ser una señorita decente. El Norte abolicionista ganó la guerra; pero el Sur racista venció en los corazones y en la fantasía. De hecho, la autora de la novela, Margaret Mitchell, no supo hasta los 10 años que el Sur había perdido la guerra. En su familia muchos lucharon en la Guerra de Secesión y por eso de niña quedó fascinada por las historias que le contaban sus tías. Su madre le mostró un camino rural escoltado por mansiones devastadas y le explicó que esas ruinas eran el emblema de algo que pasó una vez y podría volver a pasar y que cuando todo queda destruido sólo nos queda la fuerza de la mente y la energía de los brazos para salir adelante. «Si buscas una mano que te ayude la encontrarás al final de tu brazo», le dijo. La niña aprendió la lección y escribiría una novela que si de algo trata es de la supervivencia. De cómo algunos sobreviven a la desgracia y otros no. «La gente con cerebro y valor sobrevivirá, pero los débiles serán aplastados», hace decir a un personaje.
Scarlett O’Hara era una jovencita muy parecida a ella misma que, cuando su mundo se desmorona, lucha con la tozudez de una mula y el cinismo de quienes ven en la moral la debilidad de la sesera. Scarlett nació poeta y murió mujer de negocios.
Mitchell ganó el Pulitzer de 1937 y se hizo rica y famosa. Había sido una joven provocativa y audaz que escandalizaba a la provinciana buena sociedad de Atlanta leyendo con avidez los libros pornográficos de Havellock Ellis. Su prometido murió en combate en las trincheras francesas de la I Guerra Mundial y Margaret se casó con un atleta americano, violento y celoso, en el que se inspiró para componer a Rhett Buttler. Fue un matrimonio breve y tormentoso. Ella buscó trabajo como periodista en el Atlanta Journal, consiguió columna propia a 25 dólares por semana, se casó con su jefe y empezó a escribir en una vieja Remington un melodrama llamado Lo que el viento se llevó. Su editor Harold Macmillan tuvo que comprar una maleta extra para cargar con el gigantesco manuscrito. El éxito fue tan grande que seis meses después de la publicación había agotado un millón de copias. La autora se escandalizaba de que, en los abismos de la Gran Depresión, la gente pagara tres dólares por su melodrama.
Una doble. Selznick, que había cosechado grandes éxitos con King Kong o Anna Karenina, compró los derechos por 50.000 dólares, un récord para la época. Para el guionista Sydney Howard fue un trabajo de Hércules reducir todas las intrigas del novelón de 1.037 páginas a las dimensiones de una película. Su primera versión requería al menos seis horas de metraje. Cada vez que Selznick se cargaba a un director, recomponía el guión de cabo a rabo. Al segundo de los guionistas, Ben Hetch, lo encerró a cal y canto y lo mantuvo vivo a base cacahuetes y anfetaminas. Terminó su versión en cinco días. Fue un trabajo impagable, pero no definitivo, porque aún le meterían mano Val Lewton, Scott Fitzgerald y el propio Selznick, hasta un total de 15 escritores. Si sólo el nombre de Howard aparece en los títulos de crédito se debe a un gesto en su memoria, porque murió en un accidente antes del estreno.
Selznick había acreditado instinto de cazatalentos. Fue él quien descubrió a Fred Astaire, Katharine Hepburn, Ingrid Bergman y a directores como Cukor y Hitchcock. En el papel del cínico y seductor Rhett Butler, vio desde el primer momento a Clark Gable. Pero la selección de Scarlett duró dos años, tanto que el rodaje comenzó sin la actriz protagonista. Por eso, cuando en diciembre de 1938, en un megaestudio de Culver City, bajo la atenta mirada de los bomberos y de un Selznick napoleónico dominando la escena desde una plataforma, se quemaron viejos decorados de películas como El último mohicano o El pequeño Lord para representar el incendio de Atlanta, siete cámaras siguieron al coche de caballos en el que huía Scarlett, con el rostro cubierto porque era una doble.
Se barajaron 1.400 nombres, se probaron 400 actrices, entre ellas Jean Arthur, Joan Crawford, Carole Lombard, Ida Lupino, Lana Turner, Loretta Young, Norma Shearer, Joan Fontaine, Bette Davis o Lucille Ball, sin agotar ni de lejos el catálogo de estrellas finalmente desechadas.
En diciembre de 1938, Laurence Olivier estaba en Hollywood para rodar Cumbres borrascosas, lo acompañaba su mujer, una actriz inglesa desconocida. Se llamaba Vivien Leigh, tenía una belleza sin tacha y leyenda de depredadora sexual. El technicolor parecía inventado para subrayar sus ojos verdes y Selznick decidió que era Scarlett.
La primera toma se hizo el 26 de enero de 1939 y la última el 27 de junio. En los 140 días de rodaje Selznick cambió de director como quien cambia de camisa. George Cukor, que había invertido dos años en la preparación de la cinta, fue despedido tras tres semanas de trabajo porque Clark Gable recelaba del esmero que ponía en dirigir a las actrices. Como represalia, Cukor echó en cara a Gable su pasado de chapero en Hollywood. Se reclamó con urgencia a Victor Fleming, que estaba dirigiendo El mago de Oz, pero Cukor siguió dirigiendo en secreto a Vivien Leigh. Fleming aparece como único director en los títulos de crédito, pero sólo dirigió el 45% de la película, se retiró extenuado del estudio y lo sustituyó Sam Wood. William Cameron Menzies y Reeves Eason dejaron también su cuño, así como varios directores de segunda unidad.
Pese las presiones que recibió, Margaret Mitchell se negó a escribir una segunda parte. Un día, paseando por Atlanta, un conductor borracho la atropelló. Estuvo en coma varios días y su agonía fue seguida por todo el país como si se tratara de una tragedia nacional. Murió en 1949, con 49 años. Tanto en papel como en celuloide, su historia resultó redonda sin paliativos: una obra maestra de acción, amor e intrigas salpimentadas de humor y con un glamouroso toque de racismo, darwinismo social y malas maneras.
+ Frankly, My Dear: Gone with the wind revisited, de Molly Haskell, editado por la Yale University press.
DIEZ FAMOSOS ARREBATADOS POR EL VIENTO...
1. Rosa Regás Escritora
“No sé cuántas veces la habré visto desde aquella primera vez que me sorprendió hace mil años. Siempre me asombra su poder de seducción, que no desfallece un instante a lo largo de cuatro horas”.
2. Esperanza Aguirre Política
“Tengo que confesar que la película que más veces he visto en mi vida es Lo que el viento se llevó. Más de media docena de veces".
3. Mario Vargas Llosa Escritor
“Una vez me preguntaron qué personaje me hubiera gustado interpretar en un película. El capitan Butler en Lo que el viento se llevó, contesté, sobre todo, por el beso que da a su amada".
4. Blanca Marsillach Actriz
“Si tuviese que elegir un papel, no tendría ninguna duda. Me quedo con Escarlata, de Lo que el viento se llevó, porque es un personaje maravilloso".
5. María Luisa San José Actriz
“Mi ilusión es crear en el sótano de mi casa una sala de cine. La inauguraría, sin duda, con Lo que el viento se llevó, una película que, para mí, es mítica y que he visto cientos de veces".
6. Fernando Gacía Cortázar Historiador
“Me hubiera gustado ser las cortinas de la casa de Scarlett O'Hara en Lo que el viento se llevó".
7. Nati Abascal Estilista
“¿Una película Inolvidable? Lo que el viento se llevó. Me gusta sobre todo por esa frase tan fantástica del final: ¡¡Juro que nunca, nunca más volveré a pasar hambre!!”.
8. José Luis Garci Director de cine
“De niño, mi asignatura favorita fue siempre la de Geografía e Historia y el cine histórico ha ejercido gran poder de fascinación sobre mí. Entre mis películas favoritas: Lo que el viento se llevó, de Fleming”.
9. Terenci Moix Escritor
“Se encendieron las luces y a mi lado estaba Vivien Leigh. Su frase: ‘A Dios pongo por testigo que no volveré a pasar hambre’ es la mejor que se ha pronunciado en una película”.
10. Fernando Sánchez Dragó Escritor
“La vi en un cine de Madrid que acaba de cerrar. Su título es premonitorio. Tenía 14 años, más o menos, y fui con mi madre para que me dejaran entrar, porque no era tolerada".
Fuente: → El Mundo│Magazine.