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CRÓNICA DE SOTOANCHO.- Últimos deseos

Últimos deseos

Y a mis nietos, que son tus hijos –al menos, supuestamente–, les abres una cartilla de ahorros a cada uno de mil quinientos euros, excepto al feo, al que sólo dejo mil. No soporto lo feo y ordinario que ha salido.

En la soledad del despacho recuerdo sus palabras, más bien su parrafada. “Susú, hijo, si yo me muero antes que tú, que lo dudo mucho por tu escasa fortaleza física, que tienes muy poca y para colmo te la está quitando la fresca de tu mujer por lo civil, quiero que mis habitaciones permanezcan intactas, y que hagas donación de mi colección de solideos papales al convento de las Beatrices Calzadas, en donde fui tan feliz cuando recibí la llamada de Dios. Házselos llegar a la Superiora, sor Lucila de la Transfiguración, que conmigo estuvo cariñosísima. Las joyas familiares, te las quedas, pero las mías particulares se las darás a mi sobrina Rousi Hendings, a la que no conozco, pero es la única que lleva mi apellido materno, el que más quiero. Tienes cinco hijos y cualquiera sabe con qué tunantas se casarán en el futuro. Al menos, así, mis joyas adornarán dedos, muñecas, lóbulos de orejas, gargantas y escotes de mujeres decentes. Mi dinero lo heredarás tú, aunque no te haga ninguna falta, pero le regalarás de mi parte a las siguientes personas las cantidades que te especifico, y se las entregarás en sobres cerrados con la corona en relieve. No en los sobres baratos de la Administración, sino en los nuestros. A María, mi doncella y ‘ponebaños’, trescientos euros. Es una barbaridad de dinero pero se lo merece, a pesar de su torpeza en el planchado. A Flora, que lo fue y terminé mal con ella, ciento cincuenta euros, para que vea que no soy rencorosa. A la viuda de Manolo, el chófer, otros ciento cincuenta euros, y a don Crispín, doscientos euros para que se compre desodorantes, que últimamente canta más que la mujer de Zapatero.Recuerdo que protesté por su tacañería. –Nada de nada. Bastante les dejo. Además, que más dinero los convertiría en seres infelices, obsesionados por las ambiciones terrenales. Y a mis nietos, que son tus hijos –al menos, supuestamente–, les abres una cartilla de ahorros a cada uno de mil quinientos euros, excepto al feo, al que sólo dejo mil. No soporto lo feo y ordinario que ha salido. Así espabila y lucha por ser como sus hermanos, que no son nada del otro mundo, pero se les nota que el cincuenta por ciento de su sangre es “bien”. Y a Miroslav, mi amado chófer yugoslavo, te prohíbo que lo eches de casa. Te será de gran ayuda en tus futuros conflictos. Bueno, todo esto si me sobrevives, que no lo creo. Y una última cosa, Susú. Te crees que no me doy cuenta de lo que pasa. Tu mujer te pone o te ha puesto los cuernos. Nada extraño, porque tu abuelo paterno parecía un alce del suroeste del Canadá, que por motivos que ignoro, son los alces mejor dotados de cuernos. Y no me des más la lata.

Alfonso Ussia

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