El bailarín español que ha rendido a París
S u cara quizás no sea reconocida por el gran público, pero José Martínez ya ha hecho historia. Premio Nacional de danza 1999, es el único español que ha logrado firmar una coreografía para el prestigioso ballet de la Ópera de París. El 21 de octubre estrena su creación.
DANZA | JOSÉ MARTÍNEZ
Si no fuese por el porte majestuoso de su cuerpo, al ver su imponente metro noventa muchos le confundirían con algún jugador de baloncesto. No ha ganado una medalla de plata olímpica, pero José Martínez (Cartagena, ı969) también es número uno en lo suyo. Posee la exclusiva Orden de Oficial de las Artes y las Letras de Francia y es Premio Nacional de Danza de España ı999. Desde ı997, es además bailarín estrella del Ballet de la Ópera Nacional de París. Es el único español que lo ha logrado, desde que Rosita Mauri (Reus, ı849-París, ı923) lo consiguiera en ı878.
Fue hace ıı años cuando, al terminar de bailar La Sylphide, la directora, Brigitte Lefèvre, le nombró étoile de la compañía fundada en el siglo XVII por Luis XIV, el danzante Rey Sol. Su caso es único, todo un logro para cualquier bailarín que no sea francés, pues hay un cupo de un 5% para extranjeros. «A mí me abrió el camino ganar el Prix de Lausanne (Suiza), en ı987», explica.
Y no acaban ahí sus méritos. José Martínez continúa haciendo historia: va a ser el primer español bailarín estrella de la Ópera que realice una coreografía para la compañía. Será, para mayor reto, un ballet de toda la noche y ha adquirido todavía más expectación al tratarse de la versión en danza del gran clásico del cine francés Les enfants du paradis, creado por Marcel Carné de ı943 a ı945 (la ocupación nazi paró y desbarató su rodaje), con guión de Jacques Prévert, y protagonizado por Jean-Louis Barrault y Arletty. Todo un acontecimiento, además, si tenemos en cuenta el famoso chovinismo galo.
Su estreno, el 2ı de octubre, está próximo y la coreografía, armada. Martínez ya ha podido ver los decorados montados (han patentado un sistema de aire comprimido para moverlos), ya tiene la música adicional que le ha pedido al compositor, Marc-Olivier Dupin, y ha pulido del todo este ballet que refleja el París de ı850 y su histórico Bulevar du Temple, donde la gente disfrutaba de volatineros y funambulistas. Cientos de visionados de la película («incluso sin imagen, y es curioso, los diálogos tienen ritmo coreográfico») separan el día que Lefèvre le encargó el proyecto, tras presenciar su creación Scaramouche, de hoy. Estará acompañado al frente de la orquesta por otro español, el director Pablo Heras Casado. Y la firma española Loewe también ha querido poner su granito de arena, apoyando a nuestro bailarín estrella.
Un comienzo casual. La llegada de José Martínez a la danza, como ha pasado con muchos chicos en décadas pasadas, fue absolutamente fortuita. Todo empezó el día que acompañó a su hermana y tenían fiesta de disfraces. «Si aquello era el ballet, genial: ‘Me apunto’, pensé. Pero cuando tomé la primera clase de barra, uf, no creía que sería tan duro», recuerda ahora. Tenía nueve años y la profesora, Pilar Molina, lo retuvo: no tendría que hacer barra y sólo se quedaría hasta el festival de fin de curso, donde bailaría como Travolta en el numerito final de Grease. «Así me enganchó. En cuanto acabé, pensé: ‘Quiero seguir en esto, sea como sea, y si hay que hacer barra, pues se hace’. Subir a un escenario se convirtió para mí en algo necesario».
La maestra fue valiente: «Les dijo a mis padres que si quería seguir en serio, tenía que irme fuera». El resto fue cuestión de cabezonería y tesón. «Empecé a hacer cursillos, y decían: ‘El niño vale, tiene que seguir’. Mi padre esperaba la negativa de algún profesor, pero nunca llegó... Terminamos en el Centro de Danza de Rosella Hightower, en Cannes, un cambio aún más grande para todos. Allí dijeron: ‘El niño tiene cualidades… sabe poco, pero lo que hace, lo hace bien’. Encima, era el día de mi cumpleaños… Mi padre no pudo decir que no. Me subí a un autobús con ı4 años: tenía ı8 horas de viaje por delante y, también, mi futuro».
Su padre, propietario de una tienda de ropa en Cartagena, y su madre, maestra, con cinco hijos –cuatro chicos y una chica; José es mellizo de Juan, que trabaja en un hospital–, vieron entonces cómo algo tan extraordinario como la danza entraba en sus vidas. «Nunca habíamos visto ballet, claro, ni nadie de mi familia se había dedicado a nada artístico. Mi madre sí cuenta que de pequeñito bailaba con la música de la televisión. Y en Navidad me recriminaba: ‘Quedan las copas que no rompiste bailando’».
Con la elite. El bailarín español forma parte del exclusivo 5% para extranjeros que reserva el Ballet de la Ópera de París.
Muchas cosas del mundo de la danza les son ajenas todavía, hasta el punto de que para explicar su lesión de gemelo (que le impidió bailar en la gala de la Expo, en junio), en su familia la comparaban con la sufrida por el futbolista alemán Ballack antes de la final europea contra España. Pero la saga Martínez siempre ha sido una piña y resuena todavía el recibimiento que le hicieron en el aeropuerto, cuando ganó la medalla de oro en el Concurso de Varna (Bulgaria), en ı992.
Ahora, con 39 años, recuerda aquel primer año en Cannes llamando desde una cabina, llorando por estar solo, sin saber francés, y bajo la férrea batuta de maestros como José Ferrán. El esfuerzo y el apoyo de su familia fueron esenciales. «¿Tú quieres bailar?», le decía su madre, «pues tienes que aguantar», conocedora de sus progresos en aquella escuela que, cada curso, les tenía en vilo con la renovación de la beca. Al año siguiente, sin embargo, todo cambió y era ella quien se quejaba: el niño no soltaba la barra de ballet y ya no quería ir a casa ni en vacaciones.
Esa disciplina también ha sido su aliada para llevar a rajatabla su problema de corazón, ya que a los siete años le habían descubierto un soplo en una de las ramificaciones de la aorta. «Me sometieron a un cateterismo, vieron que no era grave, pero sí había que vigilarlo. Cuando empecé a bailar, no tenían claro cómo podría reaccionar y pensé que se me acababa. Mi madre, viendo el drama, le decía al cardiólogo: ‘si quiere que deje de bailar, dígaselo usted…’».
La conclusión fue que podría seguir con la danza, pero revisándose, notaría más cansancio, y sería él quien un día diría ‘no puedo’. Por suerte, nunca tuvo que pronunciarlo y los saltos y giros en giselles, lagos y don quijotes, continúan. «Un día invité a mi cardiólogo a verme en La bella durmiente que montó Nureyev, donde hay un dificilísimo solo que dura seis minutos. Cuando volví a su consulta, me dijo: ya no te haré más pruebas de esfuerzo, no las necesito después de haberte visto bailar».
Referencias al mito. Rudolf Nureyev sobrevuela, inevitablemente, la conversación. El mítico bailarín era director del Ballet de la Ópera de París cuando Martínez entró en la escuela, con ı8 años. Un año después, en ı988, Nureyev presidía el tribunal que elegiría nuevo cuerpo de baile. «Estaba en el centro del jurado. Cuando me vio, su cara parecía expresar, ‘¿y éste tan alto y tan flaco, qué hace aquí?’ Terminé de bailar; dejó el bolígrafo en la mesa y sonrió... En esos momentos, supe que mi sueño se cumplía».
El genio ruso dejó en ı989 la dirección. En ı992, Martínez tuvo la suerte de participar en La Bayadère, el último ballet que Nureyev montó, estrenado tres meses antes de fallecer. En ı998, el mismo año que bailó por primera vez Don Quijote, uno de sus favoritos, recibió también el Premio Leonide Massine en Italia por su interpretación de El sombrero de tres picos, la histórica coreografía de ı9ı9 que Massine hizo para los Ballets Russes de Diaghilev, con música de Falla.
Lo español está muy presente en el repertorio de la Ópera de París porque ha sido fundamental en la historia de la danza clásica. «Fue en su biblioteca donde supe por primera vez que en España hubo ballets en el Liceo y en el Real; nuestra tradición ha sido tan importante como en Francia». Por eso es imposible comparar su caso con España. No existe ni compañía como la parisiense, ni la figura de bailarín estrella, cuyo sueldo aproximado en el momento del nombramiento es de 4.000 euros, no mucho si se tiene en cuenta su responsabilidad, pero allí consideran que el título les reporta cachés más altos cuando son contratados en galas por el mundo.
Futuro próximo. Lo que sí saben todos cuando entran es que con 42 años llega la jubilación. José Martínez ve cada vez más clara su dedicación a la coreografía y se siente un privilegiado por haber trabajado con grandes creadores actuales como Mats Ek o Pina Bausch. «Tengo la suerte de ser bailarín estrella y que se perfila una segunda carrera. He sido muy disciplinado y, para bailar, o lo eres, o no te mantienes. El cuerpo es nuestro instrumento de trabajo, pero el cerebro lo guía». También ha descubierto el placer de ser maestro, tras las clases magistrales que ha ofrecido por conservatorios de nuestro país «repletos de talentos».
La situación en España le preocupa. No está de acuerdo con la forma de actuar del Ministerio de Cultura ni con su idea de que sean los artistas quienes vayan a concurso. «Si se quiere tener un ballet clásico, hay que tener un proyecto y buscar a la persona más apropiada, no al revés. El modelo de compañía ya está inventado, sólo hay que copiarlo». Claro que, en Francia, el ballet es un hecho cultural natural: el presidente Nicolas Sarkozy ya ha ido a verles, el ministro de Cultura es asiduo y, por supuesto, estará presente en el estreno de Les enfants du paradis. Pero a sus homónimos españoles no les ha visto por allí en todos estos años de diferentes legislaturas.
En este momento de culminación de su carrera, subraya lo que ha sido el motor de sus dos décadas como profesional: «Por bailar, me hubiera ido al fin del mundo. Mi ilusión era bailar donde fuera, y si no hubiese podido en París, me habría ido a otro sitio». Reflexión de tantos bailarines españoles que un día tuvieron que salir para desarrollar una carrera imposible de hacer aquí, porque la gran compañía de repertorio que muestre los ballets desde el XVIII, hasta las creaciones del siglo XX, no existe.
En la web del Ballet de la Ópera Nacional de París: operadeparis
Por Cristina F. Marinero; Fotografía de Ricardo Cases
Fuente: elmundo│magazine
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Publicado por Fali A las: 6:19
Etiquetas: Cultura y Formación
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