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Siete guerras y una mirada


• Sociedad •


 

ÁLVARO YBARRA ZAVALA. No soy un héroe, sólo cuento historias ♦ Nota: Artículo un tanto prolijo, pero no por ello deja de ser interesante

 La violencia, el miedo, la pobreza... Este fotoperiodista de 28 años, que ha publicado en Newsweek, Times, Le Monde..., nos habla de sus vivencias en medio de los más trágicos momentos de la condición humana.


Sentado en la barra de una cafetería, con su camisa de cuadros y unos vaqueros, la imagen aniñada de Álvaro Ybarra está más próxima a la de un estudiante de Derecho que a la de un aguerrido fotógrafo de guerra. Sin vocación por transgredir, Ybarra es un hombre tranquilo que rompe, sin querer, con los estereotipos sobre su profesión.

El cine y la literatura se han empeñado en vender el mito del corresponsal de guerra como una especie de soldado de la noticia, cínico, bravucón, medio alcoholizado, frío con el drama humano que lo rodea, pero él es lo contrario a un mercenario. Su único afán en la fotografía es contar historias y descubrir la verdad humana que se esconde detrás de las grandes cifras, los titulares, los informes..., entender la complejidad, sin juzgar, con paciencia, dando tiempo a los protagonistas para que se muestren tal cual son, sin clichés. Podríamos decir que tiene la ambición de la inocencia, si no fuera porque acumula años y guerras de experiencia. A los 28, lleva casi una década publicando en las revistas más importantes del mundo: Newsweek, Times, Le Monde, Sunday Times... Con su cámara Nikon ha retratado el dolor y la dignidad de los protagonistas de los conflictos armados en Iraq, Afganistán, Chechenia, Uganda, Ruanda, Burma, el Líbano, Colombia... Se ha aproximado tanto a las víctimas como a los verdugos, lo mismo en la trinchera que en la trastienda de la guerra, cuando el aburrimiento y la banalidad ponen al descubierto las contradicciones y paradojas de la violencia. Y es que a veces las apariencias engañan sólo a medias: Álvaro Ybarra Zavala estudió y se licenció en Derecho, llora con ET y es un fanático de los cómics.

Él dice que sólo es un chico de Bilbao, pero en Uganda presenció cómo asesinaban sin motivo a los cuatro hombres que lo habían custodiado esos días, cómo les cortaban las orejas y las narices.

 

IRAQ. «Nadie sabe realmente con certeza el número de personas que han muerto hoy por hoy durante la guerra. Para el soldado Seitz, miembro de la unidad 28 CASH, es su primer día de servicio en Iraq y lo han nombrado responsable del traslado de cuerpos desde el hospital 28 de Bagdad al puesto de control Na1. Fue su primera misión: `Ha sido la experiencia más dura de mi vida, el olor a muerte era insoportable´\'.»

 

Colombia. «Los combates habían obligado a varias comunidades indígenas a desplazarse a las cabeceras del río Atrato. Esta comunidad embera había vivido en su territorio una semana de intensos combates entre los paramilitares y la guerrilla. Se desplazaron a la comunidad de Boca de Opogado. Estaban en condiciones infrahumanas, solos y prácticamente sin ayuda en plena temporada de lluvias.»

 

Afganistán. «Nehmat reza durante su turno de guardia en el puesto de combate de Gowardehs. Este puesto está situado a tres millas de la

Burma. «La guerrilla del KNLA lucha por no desaparecer, intenta evitar que la etnia karen desaparezca para siempre ante la indiferencia y la pasividad de la comunidad internacional frente a la Junta Militar birmana. Las nuevas generaciones karen no tienen otra alternativa más que la lucha armada.»  

Chechenia. «Grozni es una ciudad en ruinas, fiel reflejo de la crueldad de las dos guerras que han machacado esta república rusa. Se me quedó grabada esta imagen. La inocencia de la infancia frente a la brutalidad de la guerra.»

Líbano. «Este país es un mar de problemas, de contrastes y diferencias. Los campos de refugiados palestinos tanto en Beirut como en otras ciudades del Líbano son un mundo aparte.»

Sudán. «Había pasado un par de días con este grupo rebelde, y una de las cosas que más me llamaba la atención era cómo cambiaban los niños que estaban en el campamento cuando salían a patrullar; pasaban de ser niños a convertirse en seres que realmente daban miedo.» 

Fotógrafo, en fin, tan paradójico y contradictorio como los personajes que habitan sus historias, aunque de él sólo veamos la mirada.

XLSemanal. En la mayoría de sus fotografías se percibe una cierta intimidad con los protagonistas. ¿Cómo se aproxima a ellos?
Álvaro Ybarra.
Como ser humano, tratando a la gente de igual a igual. Soy un testigo, así que no hago preguntas. Nadie se siente cómodo cuando un fotógrafo se mete de la noche a la mañana en su casa. Pero, además, si has sufrido malos tratos, eres adicta a la heroína o has sido violada por una etnia contraria a la tuya, ¿vas a permitir que una persona desconocida fotografíe tu intimidad? Para ganarme esa confianza me armo de paciencia, estoy mucho tiempo en el terreno y me voy a vivir a las comunidades. No piso los hoteles, no hago vida de occidental, así que siempre me preguntan: «Qué coño haces aquí, ¿qué quieres de nosotros?». Yo soy muy consciente de que nadie me ha llamado, pero si actúas con respeto y asumes sus mismas circunstancias, siempre se acaban abriendo y entonces es posible contar una historia.

XL. En un telediario las guerras se explican en tres minutos pero, en el terreno, ¿resulta evidente quiénes son las víctimas y quiénes los verdugos? ¿Es posible actuar como un mero observador?
A.Y.
En un conflicto armado todos son víctimas, incluso los verdugos. Evidentemente, yo no puedo mirar de la misma manera a alguien que ha violado a cinco mujeres y luego las ha ejecutado que a otro que no lo ha hecho. La imparcialidad no existe, pero como fotógrafo lo que quiero es comprender la doble moralidad que lleva a un médico a entrar en una milicia suní, ser un tipo encantador, culto, que se toma un café contigo, pero luego no le tiembla el pulso para decapitar a un ser humano. Me interesa averiguar qué hay detrás de cada protagonista y como fotógrafo no entro a juzgar.

XL. Me ha llamado la atención que en algunas de sus fotos aparecen mujeres de la guerrilla o soldados mirándose al espejo con coquetería. Se me quedó grabada una imagen de Chechenia donde una chica camina con tacones de aguja en medio de una carretera desolada, con la nieve y los edificios agujereados por las bombas.
A.Y.
Eso es la guerra. La guerra no es una trinchera. En una guerra no pasa nada el 96 por ciento del tiempo, es aburridísimo. La gente sale a la calle, se pone sus tacones, se peina. El 96 por ciento del tiempo no haces nada, no pasa nada, y el otro cuatro por ciento del tiempo la gente se vuelve loca y estás deseando que vuelva el aburrimiento. A nadie le gusta que le disparen ni ver morir a una persona. Ése no es el tipo de acción que echas de menos cuando estás aburrido.

XL. ¿Alguna vez se ha encontrado en medio de un enfrentamiento, entre las balas y las bombas?
A.Y.
De forma activa, en Colombia, en Afganistán y en Iraq, pero no es lo habitual. Yo no soy un suicida. Cuando decides ir con el ejército o con la guerrilla en una maniobra militar donde sabes que van a intentar hacer una toma o que van a atacar un check point, como fotógrafo tienes la ventaja de conocer los planes y saber, más o menos, lo que te vas a encontrar, pero cuando estás en medio de una montaña y te hacen una emboscada o te vuelan por los aires por culpa de una bomba de carretera, la cosa cambia.

XL. En una de sus fotografías más conocidas, una marine norteamericana fotografía a un niño iraquí que la apunta con una pistola de juguete. Tengo entendido que la mataron justo después de la instantánea y que usted estaba presente. ¿Qué sucedió?
A.Y.
Sólo habían pasado treinta minutos desde que disparé mi cámara. Voló por los aires a trescientos metros de un puesto de control. Yo estaba en el primer jeep; mi compañera, la redactora de Newsweek, iba en el segundo, y el tercero explotó. Murieron cinco personas y fueron seis horas de combate en medio de una calle.

XL. O sea, que está vivo por casualidad.
A.Y.
Como tú, como todos. Lo importante en esta vida es hacer lo que quieres hacer al margen de la muerte. La hora nos va a llegar cuando sea, pero yo espero ser muy viejo y estar rodeado de nietos. Sé que la muerte está ahí, pero no pienso demasiado en ella. Soy de los que creen que siempre hay que tener en el bolsillo un billete de vuelta porque hay gente que te está esperando y, si te matan, no cuentas la historia.

XL. Hay quien cree que la censura militar es el fin de la fotografía documental y del reporterismo de guerra.
A.Y.
La única experiencia de censura que viví en Iraq fue cuando me quitaron las cámaras, pero me las devolvieron enseguida, el coronel en persona se disculpó y entiendo que fue una circunstancia muy especial. Antes o después de aquel día, nunca me han puesto una mano en la cámara. Lo único que te piden cuando fotografías a un soldado muerto es que se entere antes la familia que el Times. He trabajado con toda libertad, incluso en los hospitales militares, pero no hago fotos macabras porque me autoimpongo la censura del respeto: son seres humanos y ése es mi límite.

XL. La situación de Iraq parece sin salida, sin esperanza...
A.Y.
Como la de Colombia.

XL. ¿Realmente es comparable?
A.Y.
Lo peor de Colombia es que es una guerra que no se ve. Es terrible. Llevan cuarenta años sin libertad, con gente muriéndose de hambre en un país desintegrado. Tampoco Iraq es peor que Birmania, allí están los esclavos del siglo XXI.

XL. ¿Dónde están los pobres entre los pobres?
A.Y.
En todos lados, también aquí en Madrid.

XL. Pero ¿qué pobreza le ha impresionado más?
A.Y.
La de la desesperanza. En realidad hay gente que vive muy dignamente en medio de la pobreza. A mí me parece que los problemas de aquí son exactamente iguales a los de allí. El tipo que tiene cuatro hijos, se queda sin trabajo y no puede pagar la hipoteca tiene problemas tan reales como los de los iraquíes. No es ninguna frivolidad.

XL. También ha fotografiado a los niños trabajando en las minas, en Bolivia, y a los niños soldado.
A.Y.
Un niño no tiene por qué trabajar y también soy contrario a que se haga soldado, pero entiendo que si eres el séptimo hijo de una familia de diez, tu padre te ha violado un par de veces, tienes que pelearte con tus hermanos para comer un poco de arroz y ves que ingresando en un grupo armado vas a comer, vas a ver mundo, eres alguien porque tienes un arma..., entonces no es tan descabellado convertirse en un niño soldado, es incluso lógico.

XL. ¿Cómo son los niños soldado?
A.Y.
Son combatientes y quieren marcar su territorio. Aunque empuñen un arma siguen siendo niños. En uno de mis primeros viajes a Colombia iba con una monja española y nos encontramos con un niño guerrillero. La monja le dijo: «¿Tú que haces con un arma?». Y él le contestó: «Hermana, estás hablando con un soldado de la revolución». Es gracioso y al mismo tiempo el niño es el primero que te va a dar un machetazo en la cabeza. No les tiembla el pulso, son terriblemente crueles, y es muy triste.

XL. ¿Son diferentes los niños soldado de Uganda que los de Colombia?
A.Y.
En Uganda suelen ir forzados. Las milicias secuestran a los niños y después los obligan a volver a su comunidad para matar a sus padres o a sus vecinos. Es una manera de que rompan totalmente el nexo que los une a su hogar porque la vergüenza les impide volver para siempre. Cuando entran dentro de un grupo armado se dan cuenta de que la única forma de ascender es siendo el más salvaje, y lo son. Las familias viven aterradas por miedo a los secuestros y todos los días te encuentras con 5.000 niños caminando hacia la ciudad con una mantita. Los campos y las comunidades están vacíos. Duermen en la calle todos juntos y los llaman `los niños de la noche´.

XL. En las fotos con la guerrilla de las FARC se advierte una gran intimidad. ¿Cómo consiguió que le aceptaran?
A.Y.
En un país en guerra, todo el mundo sabe dónde está la guerrilla. Me fui a un pueblo y al segundo día le di una nota a un simpatizante de las FARC para que se la pasara al comandante de la zona y le dijera que quería hablar con él. Me tocó esperar y al cabo de unos días aparecieron los guerrilleros, tuvimos una conversación y ahí empezó todo.

XL. ¿Le pusieron a prueba?
A.Y.
No hizo falta porque yo soy muy sincero y si tienen dudas sobre lo que les digo pueden encontrarme en Internet. No es que estén muy avanzados tecnológicamente, pero en la selva también hay ADSL y, si tú no rompes con el código de un conflicto armado, no tiene por qué pasarte nada.

XL. ¿Qué código?
A.Y.
Decir una cosa que no es cierta o prometer algo que no piensas cumplir. Cuando estuve con la guerrilla les expliqué que era un fotógrafo independiente que publicaba en cabeceras internacionales y que estábamos dispuestos a llevar las pruebas de vida necesarias para apoyar las negociaciones de paz en las que estaba mediando Venezuela. Fui muy sincero, les dije que no iba a hacer un publirreportaje sobre las FARC y que mi único interés era conocerlos y saber qué había detrás de sus uniformes.

XL. ¿Tenían secuestrados en su zona?
A.Y.
Sé que había alguien importante, pero nunca llegué a verlo.

XL. Parece milagroso que después de ver lo que ha visto no pierda la capacidad de disfrute...

A.Y. Cuando estoy aquí, nunca hablo de lo que vivo en las zonas de conflicto. No me gusta. Mis amigos lo respetan, no me preguntan y me llaman «té con pastas» por lo tranquilo que soy y lo pronto que me voy a la cama cuando estamos de

XL. Algo habrá que le dé miedo.
A.Y.
Volar, lo paso muy, muy mal. Me abrocho el cinturón con tanta fuerza que casi no puedo respirar.

XL. Pero si en las guerras hay que ir a todas partes en helicóptero...
A.Y.
Sí, pero los helicópteros no me dan miedo, sólo los aviones.

XL. ¿Se ha arrepentido alguna vez de hacer una foto?
A.Y.
Nunca, porque para mí es fundamental levantarme cada mañana y poder mirarme al espejo. No soy un buitre ni un héroe. Mi trabajo sólo consiste en contar historias y en poner rostro a los números. Tampoco doy lecciones. No quiero hacer sentir culpable a nadie por vivir en un mundo privilegiado. No soy un ministro de la moralidad. La gente no tiene la culpa de haber nacido donde ha nacido. Lo fundamental es jugar las cartas que te ha dado la vida de la mejor forma posible, siendo ser humano. La gente hace lo que puede y creo que la sociedad española es de las más solidarias que hay, por eso me siento muy orgulloso de ser español.

Isabel Navarro

 

[Fuente: xlsemanal]

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