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Ronald Reagan


 • BIOGRAFÍAS •



   
■ Un ganador. Ronald Reagan en la Casa Blanca, en 1984, con el jugador de la NBA Patrick Ewing.

{ 6-II-1911 5-VI-2004 }
Fue un héroe. Con él me hice americano

por Arnold Schwarzenegger*

    Ex presidente de EEUU.
    Nacido en Illinois, despuntó como actor en Hollywood. Trabajó en 52 películas y él mismo se definió como “el Errol Flynn de bajo presupuesto”. Metido en política, fue elegido gobernador de California en 1966 y en 1980 llegó a la Casa Blanca, donde permaneció durante dos mandatos presidenciales. Lideró una revolución conservadora e intervencionista.


Todos hemos venido escuchando lo mucho que Ronald Reagan ha significado para el mundo. Lo cierto es que guardamos de él un recuerdo sumamente vívido porque fue un hombre que siempre demostró una enorme claridad, tanto en su corazón como en su fe, en sus convicciones y en sus acciones. Fue una llama fuerte y firme que siempre ardía desprendiendo un gran fulgor. Esa es la razón por la que, aunque no le hayamos podido ver durante los últimos 10 años, seamos capaces, hoy día, de representarnos su figura con tanta claridad.


Para mí fue un héroe. Yo me convertí en ciudadano de Estados Unidos cuando él era presidente y el primero a quien yo voté para el cargo teniendo ya la nacionalidad estadounidense. Siempre me sirvió de inspiración y me hizo sentir incluso más orgulloso todavía de pertenecer a este país.

Solía comentar que, en una ocasión, había recibido una carta de cierta persona en la que ésta le decía: “Uno puede irse a vivir a Turquía, pero lo que no puede hacer es convertirse en un turco. Se puede uno ir a vivir a Japón y no convertirse jamás en japonés. Se puede vivir en Alemania o Francia, pero uno nunca logrará ser alemán o francés”. En la mencionada carta, su autor afirmaba que cualquier persona, procedente de cualquier rincón del mundo, lo que sí podía hacer era venir a Estados Unidos y convertirse en ciudadano norteamericano.


Cuando escuché al presidente Reagan relatar la anterior historia, me dije a mí mismo: “Arnold, es a ti, inmigrante austríaco, a quien le está hablando. Te está diciendo que tú cabes en este país. Que puedes ser un auténtico norteamericano y tener la posibilidad de alcanzar todos tus sueños”. Reagan representaba a Norteamérica. Para mí, simbolizaba todo lo que el país ha representado siempre: la esperanza, las oportunidades, la libertad. Él fue quien nos hizo recordar a todos que Estados Unidos está destinado a lograr muy altos y muy nobles objetivos. Una vez más, se ponía de manifiesto que lo que teníamos que hacer era permanecer erguidos y creer en este país y en nosotros mismos.


Fue también él quien hizo que todos y cada uno de nosotros, y cualquiera que fuera nuestra posición en la vida, nos sintiéramos parte de algo mucho más grandioso. Entendía a Norteamérica como un imperio de ideales, unos ideales que él mismo se encargaría de propagar por el resto del mundo.


Estuve conversando recientemente con algunos amigos míos que residen en Austria y Alemania. Ellos me dijeron que, cuando falleció, todos los periódicos, todas y cada una de las cadenas de televisión y de los programas de radio se dedicaron, durante todo el día, a informar sobre la vida y las circunstancias que habían rodeado su muerte. Y que dichas informaciones no se limitaban a tratar sobre el mero hecho del fallecimiento de un presidente norteamericano sino que, además, incluían una serie de historias íntimas que ponían claramente de manifiesto la esencia tanto de la persona como del personaje que el presidente encarnaba, y de una manera tal como si hubiera sido uno de los suyos.


Un gran legado. Pero, ¿por qué hay tanta gente que se ha sentido tan profunda y personalmente afectada por su pérdida? Pues, sencillamente, porque su liderazgo ejerció una profunda influencia no sólo en Norteamérica, sino en todo el mundo. Y es que en él se encarnaban exactamente las mismas cosas que todas las personas desean, las mismas cosas que trajeron a los inmigrantes como yo aquí: un optimismo inasequible al desaliento, una gran devoción por la libertad y una firme creencia en la bondad de la especie humana.


Es el modelo de referencia para todos los que hemos tenido que asumir cargos públicos como líderes democráticamente elegidos. Llevó una vida consagrada al servicio público plena de sentido común, pero con una decisión muy poco común. Y fue él, también, quien me enseñó algo muy especial a propósito de este país: que, aquí, el mayor poder no se deriva de situaciones de privilegio, sino que proviene del pueblo.


La irreductible fe que tenía en los ciudadanos sirve para recordar que, a pesar de los retos a los que debamos enfrentarnos, y por medio del poder que nos otorga nuestra inquebrantable resolución colectiva, entre todos formamos una fuerza tremendamente poderosa, siempre encaminada a la consecución de la bondad y el progreso. En cierta ocasión, Reagan dijo: “A todos aquéllos que sean unos pusilánimes o que se sientan inseguros, yo les envío este mensaje: si tenéis miedo del futuro, entonces apartaos del camino, quedaos en la cuneta. Porque la gente de este país ya está lista para ponerse de nuevo en marcha”.


Esas palabras son perfectamente apropiadas para una nación cuyos mejores días están siempre por llegar. Y todas las generaciones venideras podrán aprovecharse de esta experiencia norteamericana para, así, disponer de un mayor número de oportunidades, de una seguridad mucho más estrecha, de una mayor igualdad y de unos nuevos descubrimientos.


Se ha ido, pero su espíritu permanece entre nosotros con todo su vigor y su enorme encanto. Nosotros, por nuestra parte, aún podemos ver nítidamente algunos de aquellos guiños de ojos, tan característicamente suyos, y aquella victoriosa sonrisa que siempre iluminaba su rostro. Como también podemos escuchar, todavía, su mensaje de optimismo, de valor y de fortaleza. Dijo en una ocasión: “En esta primavera de gran esperanza, algunas de sus luces parecen eternas. La luz de Estados Unidos también lo es”.

En consecuencia, todos nos sentimos profundamente agradecidos por la vida de Ronald Reagan y rogamos a Dios que su propia luz sea también eterna.

    {* Arnold Schwarzenegger es gobernador del estado de California}

[Fuente: elmundo]

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