Ana Iríbar
◘ CRÓNICAS DE SOTOANCHO ◘
■ Una mañana se despidió de su marido, Gregorio Ordóñez. Por la tarde estaba muerto.
Estética vasca. Alta, rubia y guapa. Una mañana se despidió de su marido, Gregorio Ordóñez, teniente de alcalde del ayuntamiento de San Sebastián, con el beso de siempre y la recomendación de siempre: –Ten cuidado, Goyo–. Cuando volvió a verlo, a primeras horas de la tarde, Goyo estaba muerto, con la cabeza destrozada por una bala asesina. Ana Iríbar creció un palmo más de dignidad y evitó desplomarse para siempre.
Gregorio Ordóñez era concejal del ayuntamiento de San Sebastián por voluntad de los donostiarras. Valiente y abierto. Ana Iríbar conoció, de golpe, la soledad. Y la infinita tristeza del desconsuelo. Se apoyó en la valentía y firmeza de su cuñada, Consuelo Ordóñez, que a su vez buscó el amparo en la digna figura de Ana. Cuando llegaba el aniversario del asesinato de Goyo, Ana y Consuelo peregrinaban por las parroquias e iglesias de San Sebastián para celebrar un funeral por Gregorio. Pero el obispo Setién no quería “funerales políticos y partidistas”. No le importaban los funerales por los terroristas muertos, pero le desagradaban los rezos por los inocentes asesinados.
En la Catedral del Buen Pastor –¡qué contradicción de nombre!–, Ana Iríbar y Consuelo Ordóñez fueron humilladas. Al fin, un curita valiente se apiadó de ellas, y ofició el funeral. Los nacionalistas dijeron que aquello había sido una provocación del Partido Popular. Odón Elorza no asistió a la misa.
Cantar las cuarenta al cinismo nacionalista
Hace pocos días, el Parlamento vasco organizó una exposición en homenaje a las víctimas. El lendakari no pudo asistir al acto de inauguración. Y habló Ana Iríbar. Con voz fuerte, firme y segura, en algunos momentos entrecortada por el dolor acumulado en tantos años. Y dijo sentir por el lendakari un profundo desprecio, y encargó a los nacionalistas allí presentes que le trasladaran de su parte el adjetivo de cobarde. Díganle que es un cobarde. Que se lo dice una mujer. La viuda de un servidor público asesinado por la ETA.
Ana Iríbar es el paisaje formidable de la dignidad. Una acuarela triste y bellísima. Ha permanecido en la discreción y el silencio hasta que ha tenido la oportunidad de cantarle las cuarenta al cinismo nacionalista. Estará donde haga falta. Mantiene todo su empaque físico y su mirada clara. Retrato de la valentía y de la firmeza. Más vasca que todos los terroristas juntos. Contra ella, no tienen nada que hacer.
[Fuente: Alfonso Ussía]
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