William Shakespeare, el arribista
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■ Dejó a su mujer y a sus hijos por el teatro. Amasó una gran fortuna con sus obras porque entendió el gusto popular y porque siempre tuvo claro que quería ser rico. Incluso, dicen, fue prestamista. La biografía del británico Peter Ackroyd sobre William Shakespeare nos descubre la vida secreta del autor de Hamlet.
Hacia finales del siglo XVI, ser actor en la Inglaterra isabelina era una profesión de riesgo. En 1572, un acta parlamentaria había estipulado las condiciones para el «castigo de los vagabundos», entre los cuales se incluía a «practicantes de esgrima, cuidadores de osos, intérpretes de entremeses y trovadores que no pertenezcan a barón alguno del reino ni a otro personaje de mayor categoría».
El escritor británico Peter Ackroyd describe en su nueva biografía de William Shakespeare cómo los teatros no eran lugares reservados para las clases más cultas, sino espacios donde se divertían las clases populares. Los actores no eran considerados rutilantes estrellas como sucede ahora, sino una suerte de vagabundos que procuraban diversión a los otros a cambio de dinero y cuya actividad llegaba a estar prohibida durante largos periodos de tiempo. Era entonces cuando las compañías realizaban sus giras por todo el país. Fue quizá una de esas compañías la que despertó en Shakespeare la vocación de actuar, porque, además de dramaturgo, fue actor durante más de 20 años. Y no fue un mal actor; representó sus propios papeles, especialmente los de rey, por su porte decidido y su voz resonante. Pocas veces hizo papeles cómicos, pero aprendió a cantar y bailar, a tocar instrumentos y, según Ackroyd, hasta a dar volteretas.
Popularmente se cree que Shakespeare nació el 23 de abril de 1564, es decir, el día de San Jorge. Es posible que viniera al mundo el 21 o el 22 de abril, pero la coincidencia con la fiesta nacional inglesa resulta, como mínimo, apropiada. Lo hizo en Stratford-upon-Avon, una zona rural rodeada de bosques. En su obra, los bosques de su niñez se convierten en representaciones de la sabiduría popular y de la memoria de la Antigüedad. Es también en Stratford, en la iglesia consagrada a la Santísima Trinidad en la que había sido bautizado, donde se encuentra su tumba, con una solemne maldición a todo aquel que «remueva mis huesos».
William era un chico de pueblo que nunca estudió en la universidad. Esto le supuso ya en su época numerosas muestras de desprecio a su obra y, tal y como afirma Ackroyd, es una de las razones por las que se ha llegado a poner en duda la autoría de sus textos. La última gran polémica al respecto la desataron el año pasado un grupo de actores ingleses encabezados por Derek Jacobi, que en su larga carrera ha encarnado a varios personajes del famoso dramaturgo, y Mark Rylance, ex director artístico del Globe Theatre, la conocida réplica del teatro original de Shakespeare en Londres. Junto con otros 300 intelectuales firmaron la denominada Declaración de Duda Razonable. Argumentan que un hombre que apenas sabía leer y escribir no pudo poseer los rigurosos conocimientos legales, históricos y matemáticos que salpican las tragedias, las comedias y los sonetos que se le atribuyen. Sin embargo, para Ackroyd no hay espacio para la duda: fue el propio Shakespeare quien escribió sus obras. Lo cierto, no obstante, es que entonces era algo normal plagiar partes de la obra de otros autores.
Shakespeare copió algunos versos de contemporáneos suyos. Hay que tener en cuenta que se escribía sobre demanda y si, como en el caso de Shakespeare, las obras resultaban exitosas, la demanda era enorme. Seis días a la semana las compañías de teatro estrenaban una obra nueva. Sólo si tenía una gran acogida, se volvía a representar. El ritmo de producción era tan frenético que, decía Ackroyd, las grandes obras son, en realidad, versiones provisionales. A los libretos se iban añadiendo nuevos diálogos, o se suprimían otros dependiendo de su resultado ante el público. De hecho, eran muy pocas las obras que se publicaban y mucho menos con el nombre del autor. Dice Ackroyd que Shakespeare fue el primer escritor comercial. Escribía muy rápido porque quería amasar la fortuna que consiguió: escribió 36 obras en menos de 25 años. No sólo triunfó literariamente, económicamente también le fue muy bien, incluso alcanzó fama como prestamista. Resulta curioso observar que en sus obras el papel de los personajes secundarios es escaso y apenas hay efectos especiales. Su biógrafo explica estas limitaciones desde el punto de vista económico: cuando pasó a ser copropietario de la compañía, se preocupaba porque los gastos fueran limitados y pagar los ensayos de los secundarios era costoso.
Shakespeare se casó con Anne Hathaway, una joven de Stratford. El año en que contrajeron matrimonio, 1582, Shakespeare tenía 18 y ella, 26. Apenas seis años después de la boda, Shakespeare dejaba en Stratford a su mujer y a sus hijos, los gemelos Hammet y Judith, para irse a Londres. La obra de Shakespeare está íntimamente unida a la ciudad del Támesis y su biógrafo insiste en destacar este aspecto.
Londres era extraordinario. El 14 por ciento de la población eran vagabundos, los ciudadanos solían portar dagas o espadines y hasta las mujeres iban armadas de pasacintas o alfileres largos. El riesgo de que la violencia estallase era constante. Las enfermedades eran infinitas. La peste llegó a relacionarse incluso con el olor característico de la ciudad, por lo que Londres no sólo se convirtió en un organismo de depravación, sino de muerte. Eran contadas las personas totalmente sanas. La muerte y la angustia formaban parte del aire que los ciudadanos respiraban. El teatro se prohibía con cierta regularidad para que la gente no se juntase en exceso y la peste no se transmitiera tan fácilmente.
Al mismo tiempo, la vestimenta adquirió la máxima importancia a la hora de establecer la estratificación del mundo urbano isabelino. En los teatros, por ejemplo, se gastaba mucho más dinero en vestuario que en contratar dramaturgos o actores.
La ciudad misma se convirtió en una especie de teatro. Era el medio principal para entender la realidad y Shakespeare en el más grande de sus intérpretes.
Hasta 1611, Shakespeare no volvió a su pueblo natal. Apenas cinco años antes de su muerte. Su última obra escrita fue su testamento, particularmente importante para los estudiosos de su vida. En él refleja las que fueron sus prioridades. Incluye legados a sus colegas actores y a sus vecinos de Stratford. A Anne, la que fue su mujer hasta su muerte y madre de sus hijos, le deja su «segunda mejor cama con los muebles». Tal vez porque su gran amante fue siempre otro: el teatro.
Fuente: xlsemanal│Javier García Cristóbal.
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Publicado por Fali A las: 6:01
Etiquetas: Biografías
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