El Rosario
El altar de la Virgen se ilumina
y ante él de hinojos la devota gente
su plegaria deshoja lentamente
en la inefable calma vespertina.
Rítmica, mansa la oración camina
con la dulce cadencia persistente
con que deshace el surtidos la fuente,
con que la brisa la hojarasca inclina.
Tú, que esta amable devoción supones
monótona y casada y no la rezas
porque siempre repite iguales sones,
tú no entiendes de amores y tristezas:
¿qué pobre se cansó de pedir limosna?
¿qué enamorado de decir ternezas.
Enrique Menéndez y Pelayo
Fuente: Mis recopilaciones
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