Nikola Tesla
• Biografía. •
Relámpagos. Tesla efectúa un experimento para trasladar electricidad sin cables en su casa de Nueva York, en 1911.
■ Tesla, un genio tomado por loco.
Sin él no tendríamos corriente alterna, radares, televisión ni mando a distancia. El croata Nikola Tesla fue el inventor más importante –y desconocido– del cambio del siglo XIX al XX. El Gobierno de EEUU lo consideró una amenaza, un peligroso pacifista. Descubrió la telegrafía sin hilos antes que Marconi, pero al italiano le dieron el Nobel. Hasta Edison le saboteó y humilló. Murió pobre y rodeado de palomas en un hotel de Nueva York.
En primera plana. Portada de la revista 'Time', del 20 de julio de 1931.
No fue Marconi quien inventó la radio; ni Edison o Westinghouse quienes inauguraron la era de los electrodomésticos. Fue el serbocroata Nikola Tesla, pero –visionario, cándido y utópico– murió pobre a los 86 años en el hotel New Yorker después de haber sembrado el mundo de inventos que, desde la robótica a las comunicaciones inalámbricas en red, han configurado nuestro tiempo. Hay mentes de un piso, de dos y de tres con tragaluz. Por ahí las ilumina el rayo de la singularidad que convierte a un hombre en genio. Tesla nació con ese don y aunque fue el inventor del cambio del siglo XIX al XX, de la corriente alterna y sus aplicaciones múltiples, otros menos dotados (pero más cucos) le robaron la notoriedad. Fue el padre del futuro y cada vez que alguien, en cualquier lugar, maneja un mando a distancia debería acordarse de su sagrado nombre, aunque acabó enterrado en un olvido interesado. Ahora, como en un desquite global, recorre el mundo una corriente alterna de devoción hacia la figura de este perdedor excéntrico que patentó más de 700 inventos.
Cuando me alojé en el New Yorker, en la Calle 44 con la Octava Avenida, pleno corazón de Nueva York, ya había escuchado Teslas’s Hotel Room, la canción de Handsome Family que lo evoca desolado en su último refugio. Luego comprobé que hay tres tipos de inquisitivos visitantes que regularmente peregrinan a ese hotel art déco que se construyó en ı930 y ha pertenecido al reverendo Sun Myung, el líder de la secta Moon: ingenieros electrónicos y entusiastas de la tecnología; ufólogos y otros fanáticos de la antigravedad, los rayos de la muerte y las palomas telepáticas; serbios y croatas. Lo que tienen en común es la admiración por Tesla, que vivió en las habitaciones 3327 y 3328 en los últimos ı0 años de su vida. Y allí murió en ı943. Su vida ha inspirado una ópera, varios dramas, novelas múltiples, decenas de biografías y de películas. A Joseph Kinney, archivero oficioso del hotel, lo contactó una mujer llamada Natasa Drakula (de los Drakula de toda la vida) que estaba interesada en rodar una película sobre los artistas que se han inspirado en Tesla. Si llega a hacerla será un largometraje muy largo porque en los últimos años una legión de artistas se ha mostrado fascinada por su excepcionalidad.
En la película Café y cigarrillos (2003) de Jim Jarmusch, uno de sus protagonistas, habitualmente taciturno, mira fijamente una bobina Tesla, transformador de alto voltaje que parece un objeto de la ciencia ficción de los años 50. Se entusiasma explicando que sin aquel profeta nuestro mundo "ni sería el mismo ni sonaría igual: no tendríamos radio, ni televisión, ni corriente alterna, ni motores de inducción, ni rayos X, ni luces fluorescentes". Paul Auster lo descubrió en El palacio de la Luna en ı989, y Douglas Rushkoff, que ha convertido a Tesla en personaje de su novela Ecstasy Club, dice: "Si eres de esa clase de artistas atentos a la tecnología post-psicodélica, tienes que venerar a Tesla". Y en pantalla grande el polifacético David Bowie lo encarnó en El truco final (2006), la penúltima película de Christopher Nolan, basada en una novela de Christopher Priest.
Hasta en videojuegos. En los años 90 el grupo musical Tesla no ocultaba su pasión por el inventor como prueban, además de su nombre, los títulos de sus dos primeros álbumes: Resonancias mecánicas y La gran controversia de la radio. Referencias en videojuegos como Tomb Raider: Legend o Return to Castle, icono recurrente en cómics e historias de ciencia ficción de H.G. Wells y H.P. Lovecraft...
Aunque serbio, nació en Smiljan, un remoto pueblo de la Krajina croata. Su padre, Milutin, era un clérigo ortodoxo bibliómano. Su madre, Djuka, no sabía leer ni escribir, pero construía todo tipo de aparatos para ayudarse en las tareas domésticas: batidoras, aspiradoras, planchas y por ahí seguido. De casta le vino al galgo, porque el niño Niko Tesla a los 8 años construyó un motor impulsado por insectos y un molino de viento de palas lisas. A los ı2, vio un grabado de las cataratas del Niágara y pensó que era un despilfarro no sacar provecho de tanta energía: a una de sus tías le dijo que iría a América a poner remedio a tanto derroche.
En el Gimnasio Real de Gospic, en la región croata de Lika, calculaba de memoria logaritmos neperianos y sus teorías matemáticas causaron estupefacción entre sus maestros. Al terminar su carrera de ingeniero en Graz (Austria) estaba envenenado por los ocultos demonios de la electricidad, que ya había sustituido al vapor. Edison había construido la primera central eléctrica en Nueva York, pero su corriente continua, de ıı0 voltios, era muy costosa por las enormes pérdidas por disipación en forma de calor. Tesla sabía ya que la solución era la corriente alterna, cuyo voltaje se podría elevar con un transformador antes de transportarse a largas distancias. Una vez en destino, se reduciría la tensión para proveer energía a niveles seguros y económicos.
Inspiración. En un parque de Budapest le llegó la inspiración como un rayo fáustico. Presa de la excitación, cogió una rama y dibujó sobre la arena el diagrama del primer motor polifásico de corriente alterna. Sudoroso, emitía sonidos inarticulados mientras las fórmulas aparecían sobre el suelo. Aquel éxtasis duró lo bastante para que un coro de curiosos lo tomara por loco. Pero no encontró a nadie en la vieja Europa que financiara su vislumbre. Seis años después emigró a Nueva York. Llevaba en el bolsillo unos cuantos centavos y una carta de recomendación para Edison. La firmaba su socio en Europa, Charles Batchelor, y decía: "Mi estimado Edison: Conozco dos grandes hombres y usted es uno de ellos. El otro es el portador de la presente".
No fue fácil trabajar con él, pues seguía defendiendo su corriente continua. Propuso a Tesla una gratificación de 50.000 dólares si era capaz de mejorar sus dinamos. Tesla triunfó en ese desafío, pero Edison se negó a saldar la deuda so pretexto de que había sido una broma. Humillado y ofendido, se marchó y tuvo que trabajar de peón caminero, cavando zanjas para poder sobrevivir hasta que consiguió vender sus derechos de la corriente alterna al magnate George Westinghouse.
El primero de mayo de ı893, Tesla vivió el momento estelar de su vida cuando el presidente Cleveland pulsó un botón y ı00.000 bombillas incandescentes iluminaron el recinto de la Exposición Internacional de Chicago. Para los 27 millones de personas que visitaron la feria, quedó claro que Tesla había ganado su guerra de la corriente alterna frente a un Edison enrocado en la continua. Tres años después, Buffalo fue la primera ciudad en quedar iluminada por la corriente de Tesla. Los generadores se instalaron en las cataratas del Niágara y así consumó su sueño de crear con aquellas aguas turbulentas la primera central hidroeléctrica, que todavía hoy sigue en funcionamiento. En lo que se llamó "la guerra de las corrientes", la Westinghouse Electric había vencido en toda regla a la General Electric de Edison; pero en el camino la Westinghouse quedó al borde la bancarrota. Tesla, para ayudar a su benefactor, rompió el contrato y con ese gesto renunciaba a percibir ı2 millones de dólares, pero elevaba aún más la peana de su mitología.
Se adelantó a Guglielmo Marconi y consiguió transmitir energía electromagnética sin cables con el primer radiotransmisor. Cuando en ı900 el italiano envió señales de una orilla a otra del Canal de la Mancha utilizó un oscilador Tesla; Marconi sólo contemplaba la transmisión de sonidos; Tesla sostenía que era posible transportar además datos e imágenes. Estaba prefigurando la televisión. Cuando Marconi obtuvo el Nobel en ı9ıı, Tesla se enfureció. Perdió los pleitos porque escaseaban sus recursos ante la opulencia de Marconi, que era socio de Edison. En ı943 la Corte Suprema de Justicia de EEUU reconoció la patente de radio de Tesla, de manera que a título póstumo se convirtió en el inventor de la radio.
Pionero del radar. Cuando, durante la Gran Guerra, el Gobierno estadounidense buscaba la manera de detectar los submarinos alemanes que hundían sus convoyes mercantes, Tesla diseñó un sistema precursor de los actuales radares, que Edison saboteó. Por causa de su rosario de fracasos empezó a desarrollar trastornos obsesivo-compulsivos. Como quería vivir ı00 años se entregó a una dieta de leche y verduras y se protegía de los relentes tapando las rendijas de las puertas con cinta adhesiva. Amaba a los animales y con los años su única compañía fueron las palomas, a las que alimentaba a diario desde la ventana de su piso 33 en el New Yorker. Había cruzado la línea roja que separa la excentricidad del delirio. Su cabeza bullía como un hervidero. Estaba convencido de la posibilidad de transportar electricidad a través de ondas, sin conducción de cables y logró diseñar una bobina de inducción magnética y un sistema de comunicación sin hilos. Investigó en fluorescencia, automática, robótica, energía solar, alteraciones climáticas, termodinámica y fotografía.
A su genio exuberante se debe el primer motor de energía solar y un robot sumergible dirigido a distancia. Antes del primer vuelo de los hermanos Wright, registró en la oficina de patentes un «Aparato para el Transporte Aéreo». Era un híbrido de helicóptero y aeroplano y su precio de venta se estimaba en ı.000 dólares. Fue también el pionero de la radioastronomía: en su laboratorio de Colorado Springs captó ondas de radio procedentes del espacio y creyó que venían de Marte. Eso lo convirtió en objeto de mofa, sin embargo, ahora sabemos que muchas estrellas –los púlsares– emiten señales de radio. Le faltó una sola cualidad: ser tan hábil negociante como Edison, Marconi o Westinghouse. Los llamaba despectivamente «inventores», él se tenía por científico. El científico enuncia principios, establece leyes; el inventor sólo saca conclusiones prácticas. El 7 de enero de ı943, mientras pernoctaba en el New Yorker, murió de una trombosis coronaria. Era relativamente pobre. Nada más conocerse su muerte, su habitación fue allanada por agentes del FBI a las órdenes de J. Edgar Hoover y sus papeles quedaron confiscados. Era sospechoso para las autoridades americanas porque a su genio innegable se unía la condición de pacifista. Todavía hoy gran parte de sus notas de laboratorio son secretos de Estado. Cuando murió, a los 86 años, estaba investigando la tecnología precursora de los rayos láser. "Resulta posible transmitir millares de caballos de fuerza por medio de un haz más delgado que un cabello", escribió. A ese invento lo llamaron el "rayo de la muerte" porque sería capaz de destruir un objetivo en un radio de 320 km. Hoy, un haz de rayos láser enfocado hacia un espejo flexible constituye la base de la Iniciativa de Defensa Estratégica, anunciada por Reagan en ı983.
Visionario. En sus notas se revela el fulgor de una mentalidad utópica o visionaria, pero también quedaba prefigurado el mundo de hoy: de corriente alterna en todos los hogares, de comunicación instantánea, sin distancias y con ordenadores operados por la voz humana. Los poderes fácticos del país que lo adoptó aprovecharon sus inventos y anatematizaron al utopista que quería suministrar energía eléctrica gratuita desde la Wardenclyffe Tower, una torre-antena de telecomunicaciones inalámbricas en Long Island, a unos ı00 km de Manhattan. Nunca llegó a funcionar del todo porque su financiero, J.P. Morgan, retiró el capital cuando conoció las intenciones filantrópicas del serbio.
Nikola Tesla fue cayendo en el olvido, pero crecía su misterio. El aeropuerto de Belgrado lleva su nombre y su efigie aparece en billetes serbios y croatas. El resto del mundo asiste a un revival de su obra. A Tesla le robaron sus patentes; pero no pudieron quitarle la inmortalidad.
por GONZALO UGIDOS
[Fuente: elmundo]
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Publicado por Fali A las: 7:04
Etiquetas: Biografías
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