Arthur Miller
• BIOGRAFÍAS
Cuerpo y mente. La actriz Marilyn Monroe y su esposo, Arthur Miller, en Reno (Nevada), durante el rodaje de “Vidas rebeldes”, en 1960.
■ Un mito del teatro que se enamoró de España y soñaba con comer pimientos de piquillo.
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Dramaturgo. Nacido en Nueva York, es uno de los más grandes escritores teatrales del siglo XX. Su consagración llegó con "Muerte de un viajante" (1949), con la que obtuvo el Pulitzer. La persecución del senador McCarthy le inspiró "Las brujas de Salem", de 1953. Se casó tres veces, la segunda con Marilyn Monroe en 1956. Ganó el Príncipe de Asturias en 2002.
Comentaba con frecuencia mi profesor y amigo Leopoldo Mateo que cuando hablaba de Arthur Miller, no era yo suficientemente consciente de que estaba refiriéndome a un mito, "probablemente el mito vivo más importante del siglo XX", aseguraba, para a continuación ironizar sobre mi costumbre de referirme al "mito" simplemente como Arthur. No le faltaba razón al incisivo Leopoldo, pero fue el propio Miller, el autor de Muerte de un viajante, el creador de John Proctor en Las brujas de Salem, el Premio Príncipe de Asturias en 2002, quien al honrarme con su amistad me pidió que le llamara Arthur, el "manitas" que reparó el cierre de mi maleta antes de emprender juntos viaje a Pamplona, el gastrónomo que se perdía por unos pimientos del piquillo y unos boquerones en vinagre, el conversador que disfrutaba de horas de tertulia en la sobremesa.
Similar dicotomía se me plantea al escribir su obituario: por una parte enfocarlo desde la objetividad del crítico y profesor universitario comentando aspectos inherentes a la "naturaleza del conflicto dramático" que Miller plantea en sus obras; o bien una aproximación subjetiva y personal rememorando al Arthur sencillo y campechano que contaba absurdos chistes de judíos.
Conocí a Miller en Nueva York a mediados de los 90. Fue Derek Walcott, el Premio Nobel de Literatura, quien me invitó a acompañarle a la inauguración de una exposición de fotografías de Inge Morath; no dudé en posponer mi regreso a Boston, pues probablemente estaría presente su esposo, el dramaturgo Arthur Miller, imprescindible autor en la historia del teatro. Me hubiera sentido más que satisfecho con un simple apretón de manos, pero a partir de entonces me convertí en su "spanish friend" (amigo español).
No puedo caer en la presunción de arrogar a cualidad personal alguna el interés que pude despertar en Miller, pues fue únicamente mi nacionalidad española, y a fuerza de ser preciso mi condición de navarro, el motivo de aquella incipiente amistad. Inge sentía por Navarra un cariño muy especial desde que en los años 50, como los inmortales personajes de Fiesta, viajara desde París para visitar los sanfermines —inmortalizando la experiencia en un fundamental volumen, España Años 50, bien conocido entre los pamplonicas—; España se convirtió desde entonces en su segunda patria y dominaba perfectamente nuestro idioma. No en vano, la mayor parte del discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias lo dedicó Miller a recrear lo que España significó para su esposa. Recuerdo las fechas anteriores al fallo del jurado, cuando, por motivos que no vienen al caso, tuve noticia de que Miller era uno de los propuestos con serias posibilidades de éxito (también estuvo nominado en la edición de 2000); "desde luego que iré a España si finalmente me lo conceden, Inge no me dejaría hacer otra cosa", me dijo socarrón en aquellos días.
Desde aquel primer encuentro volvimos a vernos en varias ocasiones en Estados Unidos y mantuvimos frecuente contacto telefónico —nunca pude superar el sobresalto al escuchar al otro lado del auricular "hello Hosé, this is Arthur"— con motivo de cumpleaños u otras fechas señaladas, para pedirme consejo sobre qué opción tomar cuando se le presentaron dos propuestas para representar en nuestro país Panorama desde el puente… Pero cuando de verdad intimé con Arthur Miller fue durante su viaje a España en el verano de 1997 cuando prefirió quedarse en mi casa, donde ya se había hospedado Inge en sus visitas en solitario, en vez del lujoso hotel que le ofrecía la organización de los Cursos de El Escorial: "Si vamos al hotel tendremos a los periodistas en un par de horas, en tu casa nadie sabrá que estamos en España".
Conviviendo en casa. Este tipo de reflexiones eran comunes y Miller, también en la vida diaria como en sus obras teatrales, tenía la excepcional habilidad de saber ver más allá, de ofrecer siempre la observación y el comentario oportunos. Un par de semanas de convivencia bajo el mismo techo dan para mucho; máxime cuando cada día presentaba variopintas propuestas de comentarios, desde los bulliciosos sanfermines hasta el cruel asesinato de Miguel Ángel Blanco. Como Quentin en Después de la caída, quien asegura a propósito de la moral que "un hombre decente conoce la respuesta como conoce su propio rostro", Miller siempre tenía la respuesta adecuada para cada situación. "¿Qué le ha parecido el encierro?", preguntó un periodista tras ver la carrera desde el Ayuntamiento. "Es la primera vez que veo a un animal corriendo tras una persona y no al revés", contestó; "¿Qué opinión le merece la muerte de Miguel Ángel Blanco?", interrogó otro en El Escorial. "La vida humana es sagrada. Cualquier otro comentario resulta superfluo", dijo. Más explícito se muestra en Incidente en Vichy, cuando Von Berg reflexiona sobre los nazis: "Saben hacer que la muerte ejerza seducción. Ése es su máximo pecado". Como Alfieri en el primer párrafo de Panorama desde el puente, podía ver "la ruina que ocultan las cosas"; pero al mismo tiempo, emulando a Meyer Bercovitz, en su relato La fama, intentaba escamotear en lo posible cualquier privilegio que le brindara su nombre. Buen ejemplo de ello fue aquella cena en el Maisonave de Pamplona, cuando pidió una tortilla francesa; el camarero, fiel a sus órdenes, indicó que la tortilla no figuraba en el menú. Al conocer el jefe de sala la petición de Miller acudió de inmediato a nuestra mesa pidiendo disculpas con cierto embarazo y ofreciéndose "a hacerla yo mismo". Ahora el problema de Miller ya no era escoger otro plato del menú, sino convencer al encargado de que nadie en el mundo le haría comer tortilla esa noche. Y, hablando de fama, recuerdo su obsesión con la puntualidad porque "sólo los famosos pueden permitirse llegar tarde a los sitios".
Se me olvidaba, nunca hablamos de Marilyn Monroe.
Por José Antonio Gurpegui, es director del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Norteamericanos. Fue amigo personal de Miller, quien se hospedaba en su casa durante sus viajes a España.
1 comentarios:
Hola. Estaba buscando información sobre Panorama desde el puente y he leído este post. Sólo quería decirte que "No Es Culpa Nuestra" representará esta obra los días 24, 25, 26, 28, 29 y 30 de abril en Madrid. Si no te interesa, evidentemente, puedes sentirte libre de borrar este comentario. Muchas gracias.
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