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CRÓNICA DE SOTOANCHO.- La Piscina

La piscina En estos día de junio, la piscina de casa es como un oasis. Tengo prohibido el acceso al servicio en su recinto, por la manía de Marsa de tomar el sol y bañarse desnuda. Me lo apuntó indirectamente Pepillo, el jardinero, en un atardecer de veranos atrás cuando comentaba con él la terrible enfermedad de los conejos, casi extinguidos en nuestros campos. “Aquí, señor marqués, el único conejo sano que queda es el de la señora marquesa, con perdón”. Aquella frase me soliviantó sobremanera. Y a partir del malicioso comentario de Pepillo, levanté un muro alrededor de la piscina y prohibí el paso al menestralio masculino. Marsa no parece turbada por los antecedentes. Y persiste en su desnudez magnífica. Mientras ella toma el sol y se baña, yo me reúno con mis poetas tumbado en la umbría que me proporciona una gigantesca sombrilla. Tumbado sobre una toalla, porque el césped erosiona la fina piel del traserío como si de arena playera se tratara. Así que me regocijaba con la lectura del épico poema de Marquina a los soldados infantes, cuando oí un grito de asco estremecedor. El grito provenía de Marsa. “¡Aquí se hacen pis!”. Raudo y amante, acudí hasta el borde de la piscina y coincidí con Marsa en que un sector esquinero del agua no se hallaba en perfecto estado de depuración. La temperatura del agua y su color delataban el posible delito urinario. Cuando uno es comandante y jefe de una nave que funciona a la perfección, sufre agudo quebranto anímico si advierte incumplimientos del deber. Pepillo, como máximo responsable de la salud y la jardinería en La Jaralera, fue llamado de inmediato. “Pepillo, en la piscina hay rastros inequívocos de meadas persistentes”. A Pepillo se le enrojeció el rostro al oír mi sabio veredicto. “Lo sé, señor marqués. No podía decírselo por temor a un posible y justificado acto de parricidio. Sabedora de que su esposa, la señora marquesa, toma el sol y se baña en pelota picada, con perdón de la expresión, su madre, la señora marquesa viuda, acude todas las mañanas a la piscina, y se hace pis cuclilleando desde el primer escalón. La sorprendí anteayer y me amenazó con el despido si me iba de la lengua”. Cambio de agua y depuradora a tope. Suena como un “Jumbo” antes de despegar. Me enfrento directamente al enemigo. “Mamá, nunca pude figurarme que podrías ser tan sucia. Te haces pis en la piscina”. Mi madre, al oír la acusación, ha simulado un sofoco. Superado el sofoco, y atendiendo a mi firmeza, ha reconocido su gravísima falta. “Lo he hecho para que tu mujer no peque. Se baña desnuda” Mi respuesta, admirable. “Desnuda, pero limpia de alma y cuerpo”. Las palabras vuelan en el campo, y en pocas horas todos los empleados de casa sabían lo de las meadillas de Mamá. Lo que ha servido para que Marsa vuelva a bañarse, yo lea poemas en la sombra y Mamá, avergonzadísima, no salga de casa. Le dicen “La orinoca”.
Alfonso Ussía

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