CRÓNICA DE SOTOANCHO.- "Golf"
“Golf”
Desde que murió atropellado “Gus”, mi perro mil leches, no me he sentido capaz de sustituirlo. Me parecía como una traición al mejor amigo –junto a Tomás-, que he tenido en mi vida. Pero ya han pasado seis años, y creo que el luto y el respeto se han cumplido con creces. Me ofrecieron el pasado sábado un cachorro de Labrador, y lo he recogido. Tiene el pelo negro, es macho y se llama “Golf”. A los perros hay que ponerles nombres monosílabos que suenan a mando. Mi tía Julia Hendings tenía un perrillo maltés, algo amariconado, que se llamaba “Despropósito”, y no le hacía caso. Antes de terminar de pronunciar su nombre, “Despropósito” desaparecía para no verse obligado a obedecer. “Golf” ya está desparasitado, y me acompaña en los paseos. Con todo se sorprende y a todo hace caso. Se encuentra en la fase del asombro constante. Estos perros vienen de la península de Labrador, y nacen con el agua en su instinto. Cuando nos acercamos al puente de los plumbagos, que une las dos orillas del Guadalmecín, “Golf” se lanza a la carrera y siempre me lo encuentro nadando como si fuera un pato. Además es valiente y agradecido. Le divierte tanto correr por el campo que al llegar a casa me homenajea con toda suerte de lametones. Pero los perros en casa tienen un enemigo implacable. Mi Madre. Hoy, en el comedor, ha abierto las fosas de sus considerables narices y emitido una sentencia profundamente desagradable: “Aquí huele a perro”. He pasado por alto su aguda observación para dedicarme de lleno a los huevos rellenos de “foie”, que estaban de cumbre alta. Y Marsa ha sido la encargada de anunciar a Mamá la llegada del nuevo inquilino. “Cristina, si huele a perro será porque hay un perro. Y efectivamente, Cristián y yo tenemos uno. Se llama ‘Golf’, y si eres cariñosa con él, le enseñaremos a no morderte”. En situaciones como ésta, Marsa es impresionante. Ha dejado bien claro quiénes mandamos en casa. En el postre, Mamá ha soltado un seco alarido, más parecido al “¡Aig!” que al “¡Uuhh!”. Simultáneamente ha dado una patada bajo la mesa al provocador de su grito, que no era otro que “Golf”. Le han gustado los tobillos de mi madre, que los tiene elegantísimos, de princesa austrohúngara. Pero Mamá no se muestra inclinada a ofrecérselos. “Como este perro vuelva a morderme en los tobillos le ordeno a Miroslav que lo mate”. Ignora que Miroslav, que fue el que me llevó a recogerlo, también juega y está encantado con él. No obstante, responsable como soy de la educación de “Golf” le he ordenado salir del amparo de la mesa, y en castigo por olisquear los tobillos de mi madre, para que no vuelva a hacerlo y sin que sirva de precedente, le he dado un barquillo manchado de helado de chocolate, y los ojos le han hecho chiribitas. “¡Y no vuelvas a jugar con los tobillos de mi madre, ‘Golf’!”. Un fuerte regaño, en vista de lo cual, le he tenido que dar otro barquillo con helado de chocolate.
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