Cinco cartas apasionadas.
Pasión de alcance. Extracto de una de las 18.000 cartas que Juliette Drouet se intercambió con Victor Hugo durante medio siglo.
■ El amor por escrito de Victor Hugo y de otros cuatro ilustres enamorados
Hubo un tiempo en que, como escribió Julie de Lespinasse, se amaba «como hay que amar: con exceso, con locura, con desesperación». En Palabras de amor, su último libro, el filósofo José Antonio Marina ha buceado en más de 1.000 cartas de enamorados escritas a lo largo de 4.000 años para contestar la pregunta que lleva siglos haciéndose el hombre: cómo hacer que la pasión perdure. Aquí extracta las cinco epístolas que más le han impresionado.
HISTORIA
Por José Antonio Marina
«¡Oh, cuéntame la verdad sobre el amor!», exclamaba el poeta W. H. Auden. ¡Qué más quisiera! Los dominios del amor son una selva y necesitamos un plano detallado para recorrerlos sin extraviarnos. Pero, ¿cómo adquirir la sabiduría necesaria para describir un territorio que por su riqueza, variedad y extensión desborda la experiencia individual? Nadie puede vivir todos los amores. Ni siquiera imaginarlos. Amor es una palabra tan amplia que ronda el equívoco. Para dibujar el mapa de este ardiente territorio he decidido usar como fuente de información un peculiar género literario –las cartas de amor–, porque me permiten entrar en la intimidad de los amantes. En ocasiones, una intimidad tan descarnada que sentí cierto pudor al hacerlo.
No existe el amor en general, sino múltiples y variadas historias de amor. Eso es lo que he querido contar: la manera como el amor se encarna en caracteres concretos, en situaciones irrepetibles. Cómo inventa sus modos y figuras.
Todas esas biografías tienen, sin embargo, un esquema común. El amor comienza por el sentimiento de admiración ante la aparición de una persona que se destaca sobre el universo entero. Siempre es sorprendente e inesperado. De ese primer encuentro surge el deseo y sus variaciones, una de las cuales me parece maravillosa: el deseo sexual se mezcla con el deseo de ternura, de cuidar y ser cuidado. El tercer acto cuenta las aventuras de la seducción, la satisfacción –o no satisfacción– del deseo. Por último, aparece el asunto que más me ha interesado, porque ha preocupado obsesivamente a toda la Humanidad: cómo se puede pasar de la fascinación a la realidad, cómo hacer permanente la pasión.
«Todo conspira sin descanso contra la perduración de la llama imposible», escribió Vicente Aleixandre. Da la impresión de que la pasión amorosa debe ser como un relámpago, brillante y breve. El deseo se acaba con la satisfacción del mismo. ¿Nos encontramos, al hablar del amor, con un deseo anómalo, que no se sacia nunca, que renace indefinidamente, o tiene fecha de caducidad? A lo largo de la Historia, en todas las culturas, hay un esfuerzo continuo por transformar el amor apasionado en amor constante.
Esta insistencia me hace pensar que estamos tocando una de las grandes pretensiones del ser humano. Transformar la emoción en vida amorosa. En mi trato con biografías amorosas he encontrado muchos fracasos, pero tambien conmovedores éxitos de los cuales podríamos aprender todos. Por eso he terminado el libro con la carta que André Gorz escribe a Dorine, su esposa: «Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta kilos y sigues siendo bella y deseable. Hace cincuenta y dos años que vivimos juntos y te amo más que nunca».
¿Cuál es el secreto de estas historias? ¿Qué puede esperar el lector o la lectora de este libro? Que le anime a conocer la experiencia de otras personas, sus aciertos y equivocaciones; que le permita entrar en los corazones ajenos y, tal vez, que le impulse a conocer mejor el propio corazón. Siempre se pronunciaron palabras de amor. Por ello era previsible que, nada más inventarse la escritura, el amor se dijera también por escrito. En el Museo del Antiguo Oriente, en Estambul, se conserva una carta de amor de hace 4.000 años en la que la reina Innana declara su amor a un joven pastor. Del fascinante repertorio con el que he trabajado selecciono cinco cartas, cinco protagonistas, cinco vidas.
1. SAFO Y ANACTORIA. La voz de Safo nos llega desde un paisaje de olivos, pámpanos y dioses. Poco sabemos de ella, salvo que nació en Lesbos, en el siglo VII a.C., se casó con un hombre rico, tuvo una hija, y murió en Sicilia, rodeada de muchachas amantes de la poesía y, tal vez, también de ella. Sabemos que Eros la arrastraba hacia corazones femeninos. Cada vez que hablamos de «amor sáfico» o de «amor lésbico» la estamos recordando. Fue una mujer arrebatada por la pasión, ante la que «su alma enloquecida» no podía hacer nada. Conocemos el nombre de una de sus amantes, Anactoria, a quien dirige una patética queja:
«De veras quisiera estar muerta. Al dejarme, vertiste muchas lágrimas, y decías: ‘¡Ay, qué pena tan grande, Safo, créeme, dejarte me pesa’. Y yo te contesté: ‘¡Ve en paz y recuérdame!’. Pues sabes el ansia con que te he amado. Y cuánto gozamos. A mi lado, muchas coronas de violetas y rosas te ceñiste al cuerpo, y alrededor de tu cuello suave, muchas guirnaldas entretejidas que hicimos con flores. Y con un perfume precioso y propio de una reina, frotabas tu cuerpo. Y en blandas camas pudiste saciar tu deseo».
2. ELOÍSA Y ABELARDO. Reconozco mi debilidad por Eloísa, una figura que ilumina el ya luminoso siglo XII. Siendo una jovencita se enamora de Abelardo, de quien tiene un hijo. Él quiere casarse. Ella accede a regañadientes. «El nombre de esposa parece ser más santo y más vinculante, pero para mí la palabra más dulce es la de amiga y, si no te molesta, la de concubina o meretriz». A pesar de la boda, los familiares de Eloísa quieren vengarse y castran a Abelardo, quien convence a su mujer para que se separen y ella entre en un convento. Desde allí, siendo ya abadesa, le escribe cartas que sorprenden por su violencia y apasionamiento, que llega a ser blasfemo. Abelardo le responde con breves tratados teológicos que la enfurecen todavía más:
«Por mi parte, he de confesar que aquellos placeres de los amantes me fueron tan dulces, que no pueden borrarse de mi mente. Adonde quiera que miro se presentan a mis ojos con sus vanos deseos. Ni siquiera en sueños dejan de ofrecerme sus fantasías. Durante la misma celebración de la misa –cuando la oración debe ser más pura– de tal manera acosan mi desdichadísima alma, que giro más en torno a esas torpezas que a la oración. Debería gemir por los pecados cometidos y, sin embargo, suspiro por lo que he perdido (...) Dios sabe que en todas las ocasiones de mi vida temí ofenderte a ti más que a Dios».
3 JULIE DE LESPINASSE Y EL CONDE DE GUIBERT. En 1754, una jovencita llega a París para trabajar como dama de compañía de la marquesa de Deffand, en cuyo salón se reúne lo más granado de la intelectualidad ilustrada. Se llama Julie de Lespinasse, y su atractivo causa admiración y estragos. Se enamora del conde de Guibert, un joven petulante y engreído que quiere trepar literariamente.
Julie comienza a escribirle. Son cartas apasionadas que revelan un amor loco, irracional. Siente una angustia permanente: «¡Si pudiera, al menos, distraerme!», gime. Mientras su amante está en París, le envía diariamente cartas tiernas o ardientes, a cualquier hora: «Todos los momentos de mi vida sufro, os amo, os espero». El tormento termina bruscamente. El conde de Guibert escribe a Julie para comunicarle su casamiento. Ella muere poco después.
«Escrita a las ocho y media de la mañana. Amigo mío, no os veré, y vos diréis que no es culpa vuestra. Pero si tuvieseis una milésima parte del deseo que yo tengo de veros, estaríais aquí. Yo sería feliz. No me equivoco, sufriría, pero no envidiaría los placeres del cielo. Amor mío, os amo como hay que amar, con exceso, con locura, arrebato y desesperación. Los pasados días habéis sometido mi alma a una tortura. Os he visto esta mañana y he olvidado todo, y me pareció que no hacía lo suficiente por vos al amaros con toda mi alma, estando en disposición de vivir o morir por vos. Valéis más que todo eso. Sí, si sólo supiera amaros, no valdría nada: porque, ¿hay algo más dulce y más natural que amar con locura lo que es absolutamente amable? Pero, amor mío, sé hacer algo mejor que amar: sé sufrir. Sabría renunciar a mi placer por vuestra felicidad».
4 JULIETTE DROUET Y VICTOR HUGO. En la noche del 16 al 17 de febrero de 1833, a la una de la madrugada, Victor Hugo y Juliette Drouet hacen el amor por primera vez. Victor Hugo no lo olvidó nunca. Durante casi medio siglo mantuvieron una fascinante correspondencia. Juliette le escribió 18.000 cartas de una deliciosa expresividad: «Te amo porque te amo, te amo porque sería imposible no amarte. Necesito escribírtelo como necesito pensar y respirar. Eres mi vida, mi alegría, mi alma, mi religión».
Hugo escribe: «Repaso en este instante, en mi memoria, nuestros dulces comienzos. Hará pasado mañana veintidós años que te vi por primera vez, ¿te acuerdas? Desde ese momento, es el 2 de enero (y no el uno) cuando comienza para mí el año. Digo más: la vida. El 2 de enero, nuestra primera mirada; el 17 de febrero, nuestro primer beso. Desde esos dos días, tu belleza ilumina mi vida». Más de 20 años después, cuando Hugo está a punto de cumplir los 80, rememora una vez más sus comienzos:
«Recuerdo profundo y dulce, noche sagrada. Hace cuarenta y ocho años te entregaste a mí. Te poseí a placer, a ti, la belleza, a ti, la gracia, a ti, la mujer de tu siglo. Que ese día sea grande para siempre, querida mía».
5. SIMONE DE BEAUVOIR Y NELSON ALGREN. Siendo muy jóvenes, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir hicieron un pacto. Su amor sería «esencial», los demás serían «contingentes». Para hacerlos compatibles deberían tener una absoluta transparencia. Simone no contó con que uno de sus amores no iba a ser tan contingente como pensaba. Durante un viaje a EEUU conoce al escritor Nelson Algren, y tiene que reconocer su sorpresa:
«Te amo tan cálidamente, tan profundamente que estoy estupefacta.
Desde ahora estaré siempre contigo, en las calles tristes de Chicago, en el metro aéreo, en tu habitación solitaria, estaré contigo como una esposa amante está con su marido amado. No habrá un despertar, porque esto no es un sueño; es una maravillosa historia real que no ha hecho más que comenzar. Te siento junto a mí, allá donde yo vaya tú vendrás, no sólo tu mirada, tú entero. Te amo y no hay nada más que añadir.
Querido mío, noche y día me siento rodeada de tu amor, me protege de todo mal; cuando hace calor me refresca, cuando el viento frío sopla me da calor; mientras me ames no envejeceré jamás, no moriré».
Fuente: elmundo.es
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Publicado por Fali A las: 5:22
Etiquetas: Curiosidades
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