Imágenes que podemos encontrar entre los objetos más íntimos que decoran la habitación de un niño, en la biblioteca de un colegio o el despacho de un gran ejecutivo. Son el gran caudal de gestos e imágenes con los que Chaplin expresó los valores esenciales del hombre. De ahí su gran impacto mundial. De ahí su universalidad.
Chaplin procede de esa estirpe de cómicos admirables que crecieron con el cine. Forma parte de esa legión de hombres alocados que crearon el nuevo arte de la imagen en movimiento. Fueron pioneros en casi todo. Unos procedían del circo; otros, como Chaplin, de los escenarios del music-hall. Vivió los cambios del cine sonoro. Incluso entonces, llegó a hacer películas tan grandes como El Gran Dictador o Candilejas. Su gran creatividad lo situó en la cumbre de la historia, porque Chaplin no sólo fue un excelente cómico: fue un dramaturgo genial, uno de los máximos artistas del siglo. Con él empiezan todas las comedias de Hollywood desde Lubitsch al mundo de Disney. En Charlot está la ingenuidad de Keaton, las locas persecuciones de las mujeres en los Hermanos Marx.
Es muy difícil elegir entre tanta maestría. Toda su obra es un muestrario de gags y situaciones que son ejemplares en la invención del humor moderno. Pero a mí la mirada se me va hacia el vagabundo de pantalones bombachos, sombrero hongo, grandes zapatos y bastón de caña. Cuando Chaplin es más Chaplin que ningún otro. Le veo entonces encarnando al hombre solitario de nuestro siglo que se burla de todo lo cotidiano. El Chaplin enamoradizo, borrachín y mujeriego, camarero, ladrón de guante blanco, bombero, músico ambulante, falso dentista, presidiario, tramoyista o soldado raso armado de pies a cabeza recordando lo absurdo de la guerra.
Qué actualidad tan grande tiene el Pequeño Vagabundo en días en los que la tierra vuelve a plagarse de refugiados y perseguidos, de emigración y diáspora. Qué actualidad tan grande sigue teniendo su figura cuando los últimos y más celebrados Oscar, los de la excelente La Vida es Bella y Benigni, siguen siendo su herencia más brillante.
Cada 16 de abril, cuando me reúno en familia a celebrar mi cumpleaños, pienso que él estará haciendo lo mismo en algún rincón del cielo y levanto mi copa mientras le guiño un ojo y le imagino alejarse de espaldas, tratando de aparentar unos pasos decididos, jugando con su bastón de caña al emprender de nuevo el camino, mientras el foco de la cámara va cerrándose sobre esa pequeña figura indefensa y grandiosa a la vez.
Por Emilio Aragón. Emilio Aragón es actor y productor de Televisión
Zapatos
Un Charlot con los pies de pato. Sombrero, pantalones holgados, grandes zapatos y bastón. No existe una silueta más fácil de identificar: Charlot y unos andares de pato que sus zapatones desgastados exageraban hasta convertirlo en una caricatura de sí mismo. Ahorrador, el Charlie Chaplin de los primeros tiempos era tan pobre que siempre usaba el mismo traje en el escenario. Como estigmas que daban fe de sus primeros años difíciles, las suelas de sus zapatos conservan aún los agujeros que dejaron los patines que este vagabundo, poeta y, a veces, payaso triste, utilizó en su última película: Tiempos modernos.
Cuando ya era riquísimo, Chaplin seguía llevando siempre el mismo par de zapatos, al parecer porque nunca estuvo demasiado apegado a las cosas. De hecho, alguien encontró por casualidad, en una maleta, sus viejas ropas y sus usados zapatos... Estimación de Cornette de St-Cyr, perito subastador: 3.080.000 ptas.
El calzado empezó a extenderse en Mesopotamia entre 1600 y 1200 antes de Cristo
Fuente: elmundo.es
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