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Copa América. Así nació

   ♦       Sección:   DEPORTES       ♦  


 El “America”. Esta goleta de Estados Unidos dio nombre a la actual competición tras ganar en 1851 a 14 barcos ingleses.
El “America”. Esta goleta de Estados Unidos dio nombre a la actual competición tras ganar en 1851 a 14 barcos ingleses.

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n 1851 pocos británicos imaginaban que un barco de las antiguas colonias pondría en entredicho a la marina más poderosa del mundo. El «America» de Estados Unidos ganó en la isla de Wight la «Copa de las 100 guineas», precursora de la Copa América, cuya 32 edición se celebra en Valencia. «Historia de una singladura empresarial», de Ignacio Muñoz Pidal, narra la historia de esta competición y muestra a todos sus protagonistas.

MIRADA ATRÁS

Se descubrió hace no demasiado tiempo que en los archivos reales de la corona británica, en dos contenedores de plata y cartón, se escondían trozos del pastel de la boda de la reina Victoria de Inglaterra y el príncipe Alberto. Tienen más de un siglo y medio de vida. El hallazgo tiene poco que ver con el deporte, menos aún con la vela, pero viene bien para confirmar la obsesión por conservar los elementos más preciados de su historia que siempre tuvo Gran Bretaña, un imperio tan capaz de mantener con vida un pastel del siglo XIX como de dejar escapar un aguamanil (un jarro con pico para echar agua) de plata cuando nadie sospechaba que se convertiría en el más codiciado de todos los trofeos deportivos.

Agosto de 1851. Once años después de la boda en la que la tarta aún era comestible y 45 antes de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, a mitad de camino entre la desembocadura del río Solent y la isla de Wight, se disputa la primera edición de la competición deportiva más antigua, por entonces sólo una regata más de verano al sur de Inglaterra.

La reina Victoria, sin embargo, sigue la carrera de cerca porque sabe que los americanos han decidido enviar uno de sus barcos aprovechando la celebración en Londres de la I Exposición Universal, un invento de los ingleses para lucir la supremacía de su imperio. El America era una goleta de 31 metros de eslora, diseñada según los planos de los antiguos clípers que desfilaban por la ruta de las Indias. Casco bajo, proa invertida, chapa de estaño y enormes velas de paños de algodón sujetas a aquellos tremendos mástiles que caían hacía popa, como si la fuerza del viento los tumbase. Tan grande era la goleta que bajo cubierta escondía despensas, comedor, cocina y hasta camarote para el comandante.

John Cox Stevens. Fue el primer ganador americano.

John Cox Stevens. Fue el primer ganador americano.

El America, invitado al festín inglés para poco más que hacer bulto, arrasa pese a que compite contra otros 14 barcos locales. Toman la salida a las 10 de la mañana. La mitad de los participantes se equivoca de recorrido, uno de los barcos choca con un rival y hasta hay alguno que encalla perdido en la niebla, pero el caso es que cuando la reina levanta la vista desde la línea de meta no alcanza a ver ningún otro barco tras la popa del America. Ni rastro de los ejemplares de la poderosa flota británica. Son las cinco y media de la tarde, la soberana busca consuelo. «¿Quién va segundo?», cuentan que preguntó. «Majestad, no hay segundo», obtuvo por respuesta.

La contestación del capitán del yate real, Victoria & Albert, ha pasado a la Historia. Para unos, porque resume sin escrúpulos la superioridad americana de aquella tarde ante la prepotente armada inglesa. Para otros, porque condensa el espíritu de una competición que durante 156 años sólo reconoce al campeón. Jamás un barco ha sido subcampeón de la Copa América. Pocos recuerdan que el Aurora llegó ocho millas detrás del vencedor.

Al día siguiente de la regata, la reina y el príncipe Alberto visitaron los interiores de la goleta America en busca de respuestas. Excusas ya tenían. Si siete barcos no se hubieran desviado, si el Arrow no hubiera encallado o si el Freak no hubiese abordado al Volante, si se hubiesen compensado los tiempos según tonelaje y eslora como se hacía en la época... En definitiva, si hubiese ganado cualquiera menos quien ganó, la prueba habría sido una prueba más. Pero ganó el invitado, el velero de la antigua colonia, y su triunfo sacudió el honor británico y excitó el americano.

Rumbo a Nueva York. John Cox Stevens, pionero en la empresa del ferrocarril y armador del America, atrapó su premio, embarcó de nuevo y regresó a Nueva York. A bordo de su goleta marchaba un aguamanil de plata de Britania de apenas 70 centímetros diseñado en 1848 por Robert Garrard –joyero oficial de la casa real– y adquirido en Londres por el marqués de Anglesey, que tasó la pieza en 100 guineas de la época y la cedió al Real Escuadrón de Yates, de Cowes.

El club decidió poner la jarra en juego para su clásica regata y Cox se la birló. La primera idea de sus nuevos propietarios fue fundir el trofeo y convertirlo salomónicamente en varias medallas a repartir entre tripulantes y propietarios de la goleta. Sin embargo, puesto que el barco ya se había vendido para recuperar la inversión, alguien apostó por conservar al menos el premio. Se cedió a la sala de trofeos del Club de Yates de Nueva York, que rebautizó la jarra como la Copa América en honor al ganador y la guardó junto al Deed of Gift, las reglas del juego que a partir de entonces regirían los futuros desafíos, el texto que presentaba el trofeo como premio a una «competición amistosa entre naciones» y que conservaría el ganador hasta la siguiente edición. Cualquier embarcación de cualquier país podría desafiar al defensor a partir de entonces. Es 1857. Nace la competición.

La Copa América residió en el Club de Yates de Nueva York durante 132 años atornillada al suelo por su base de roble, y si alguien hubiese cumplido las amenazas que se repetían por aquellos vetustos salones hace más de un siglo, hoy se exhibiría en su lugar la oronda cabeza de Dennis Conner, tan recordado por haber ganado tres ediciones de la regata (por lo que era conocido como Mr. America’s Cup) como por haberla perdido, por primera vez, en 1983 en nombre de Estados Unidos.«Si alguien pierde la Copa, pondremos su cabeza en la sala de trofeos», repetían medio en broma medio en serio los ilustres miembros del club, aquellos tipos de largas patillas canosas, altos cuellos de camisa y minúsculos quevedos.

La segunda edición, que en realidad se trataba de la primera oficial, se disputó en 1870. El primer desafío de la Historia fue un cara a cara entre el barco inglés Cambria, de lord Ashbury, y los 17 yates que presentaba Nueva York, entre ellos el America. El Cambria, devorado por los americanos, terminó décimo. Pero, en menos de un año, lord Ashbury estaba de regreso en Nueva York de la mano de su abogado para conseguir que, en el futuro, la Copa se decidiese entre sólo dos barcos. Era el primer litigio de una competición plagada de trifulcas legales (las regatas de flota desaparecieron hasta el año 2004, cuando el Alinghi las recuperó a modo de exhibición).

Ashbury repitió en la segunda edición, a bordo de la goleta Livonia, la primera diseñada para la causa, y volvió a perder, pero esta vez contra un solo rival que salía cada mañana de la selección que hacía el Club de Yates de Nueva York entre cuatro candidatos.

Tres derrotas en tres ediciones fueron suficiente castigo para la poderosa marina británica, que se olvidó de la Copa América durante una década. Antes de que los ingleses contraatacaran llegaron un par de desafíos canadienses sin demasiada trascendencia, tan poco competitivos que los jefes de la regata decidieron exigir unos mínimos en la construcción de los barcos participantes. Por primera vez, la Copa América metía mano en los diseños y con ello llegaba la tecnología aplicada a la velocidad, el secretismo y, sobre todo, el espionaje. En 1887 la prensa americana echaba a un buzo al mar para descubrir la quilla del rival inglés. La paranoia no ha abandonado la competición más de 100 años después.

El mejor perdedor de todos los tiempos. Antes del cambio de siglo llega el primer desafío de un personaje que condicionaría la historia de la regata sin ganar ni una sola vez: sir Thomas Lipton, el mejor perdedor de todos los tiempos. Desde aquella primera vuelta a la isla de Wight, en 1851, la Copa América ha sido siempre asunto de millonarios, de nobles o de prestigiosos empresarios. Unos, miembros de reputadas dinastías, hijos de papá o ricos porque sí. Otros humildes aventureros, emigrantes o astutos negociantes que supieron encontrar en el mar la manera de engordar sus bolsillos. Lipton pertenece al último grupo.

Nacido en Escocia, hijo de irlandeses, pero criado con un pie en Nueva York y otro en Londres, supo ver en la competición lo que nadie había detectado hasta entonces y rescató el interés por la regata cuando los ingleses estaban ya cansados de denunciar los chanchullos al otro lado del Atlántico para organizar una Copa siempre a la medida de los intereses yanquis.

Thomas Lipton. No embarcaba en sus naves cuando competían, las seguía desde su yate “Erin”.

Thomas Lipton. No embarcaba en sus naves cuando competían, las seguía desde su yate “Erin”.

Lipton organizó y patrocinó el primer trofeo internacional de fútbol en Italia antes de intentar, durante 30 años, devolver la Copa América a la corona británica. Nunca lo logró, pero mientras insistía consiguió colgar sus bolsitas de té en las tazas de medio mundo. Su té era el más barato y el más sabroso de cuantos había y, exprimiendo las lecciones de marketing que había aprendido en Estados Unidos, lo promocionó a lo grande. Sus cinco ediciones de la Copa América fueron su mejor campaña publicitaria, pese a que ninguno de sus shamrocks pudo con los defenders americanos. Sir Thomas sólo ganó dos regatas en cinco ediciones, pero descubrió la rentabilidad de los patrocinadores y conquistó titulares en el periodo más delicado de la prueba. Durante su consolidación como impecable perdedor, la Copa se suspendió por la Primera Guerra Mundial y se creó la Clase J para definir de nuevo la fórmula de diseño de los barcos. Lipton siempre asomó la cabeza. Murió en Londres en 1931, dicen que ideando su sexto desafío.

Tras la Primera Guerra Mundial, vendría la Segunda. Y después de la Clase J, los barcos de 12 metros y luego la actual Clase Copa América. Y tras Lipton, una larga lista de personajes, una multitud cuando el Club de Yates de Nueva York adaptó las normas para autorizar más de un desafío por edición. Llegaron los australianos y los franceses y apareció de un lado el barón Bich, el de los bolis y los mecheros, o en el otro, por ejemplo, Ted Turner, el de la CNN y Jane Fonda.

Llegó 1983 y la Copa América se escapó de la costa americana. Cuatro años después, Dennis Conner la rescató, pero ya nada sería igual. Australia había demostrado que el trofeo se podía desatornillar de aquellos salones. Desde aquel primer duelo entre ingleses y americanos sólo tres naciones han logrado cuidar la jarra más allá de Estados Unidos y ninguna de ellas ha sido Inglaterra. Hoy el trofeo descansa en Valencia (sólo porque Suiza no tiene mar). Once equipos de nueve países diferentes de los cinco continentes están peleando por medirse al Alinghi en la gran final, por emular al America 156 años después, por levantar de nuevo el aguamanil de plata, por vender cada uno su té sin acabar como Lipton...

«America’s Cup. Historia de una singladura empresarial» (A.T. Kearney), de Ignacio Muñoz Pidal, es una edición especial para el 80 aniversario de la empresa A. T. Kearney.

El “Gretel” (Australia) y el “Weatherly” (EEUU) en la Copa de 1962 que ganó éste.

El “Gretel” (Australia) y el “Weatherly” (EEUU) en la Copa de 1962 que ganó éste.

Del banco a la vuelta al mundo
Ignacio Muñoz Pidal lleva mucho tiempo dibujando barcos y leyendo sobre ellos. Hace algo más de dos años empezó a juntar sus dos aficiones en un libro, que ahora ha servido para celebrar el 80 aniversario de la filial española de la consultora A. T. Kearney. “Han sido dos años de muchos fines de semana”, resume el autor de “America’s Cup. Historia de una singladura empresarial”, editado por A. T. Kearney. El resto de la semana Muñoz Pidal es director general en España de ABN Amro, un banco que dio nombre al último campeón de la Vuelta al Mundo a Vela. El libro, sin embargo, profundiza en la historia de la Copa América.

“Me gusta mucho la vela y soy navegante asiduo, así que no podía desaprovechar la oportunidad teniendo la Copa América en Valencia”. La obra recoge sus acuarelas y óleos de los veleros más espectaculares, ilustraciones en grafito de sus más ilustres tripulantes e incluye uno de los relatos más documentados de la historia de la competición desde su origen en la isla de Wight hace 156 años. “Es divertido saber qué personas, qué empresarios participaron en la regata y por qué lo hicieron. Ha sido apasionante descubrir el factor humano de la Copa América”.

El autor se ha empeñado en buscar el perfil empresarial, la razón que llevaba a los magnates de cada época a pelear por la Jarra de las 100 guineas. “Era la última ambición de muchos empresarios que lo habían logrado todo, pero les faltaba la Copa América. Esta competición siempre fue más de empresarios que de empresas, una cuestión personal para muchos”, argumenta.

Un siglo y medio después de la victoria de la goleta “America”, las empresas y las marcas han invadido la regata. Sin embargo, la Copa América no ha perdido interés; lo ha multiplicado. “Todo lo pasado se recuerda como más romántico, pero te sigues quedando admirado del esfuerzo de los equipos y de su profesionalidad. Yo he navegado como tripulante 18 del ‘Desafío’ y cuando navegas con ellos te das cuenta de que sigue siendo igual de romántico, aunque no sea tan legendario”.

Por Rodrigo Terrasa

 Fuente: Magazine El Mundo.

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