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São Paulo, la ciudad de los excesos

   ♦       Sección:   CURIOSIDADES       ♦  


La favela de Paraisópolis, en Sao Paulo, situada junto a una zona de chalés provistos de canchas de tenis y piscinas, así como edificios de viviendas con piscinas en la terraza. 

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n plena crisis mundial, la Bolsa de São Paulo hierve gracias a los biocarburantes y los nuevos yacimientos petrolíferos. Concentra el mayor número de millonarios por metro cuadrado de Latinoamérica y también de helicópteros privados. Pero el transporte aéreo no sólo se usa para eludir atascos. Los secuestros son otra forma de vida de esta megalópolis en la que todavía hay dos mil favelas.

Los brasileños dicen que en Río hacen el carnaval, en Brasilia hacen política y en São Paulo hacen dinero. Mucho. En plena crisis mundial, São Paulo disfruta de una efervescente bonanza que atrae a los inversores extranjeros como un panal de rica miel. Una lluvia de 34.500 millones de dólares (22.000 millones de euros) en el último año. De cada tres dólares invertidos en Latinoamérica, uno va a parar a Brasil. Sólo que aquí la economía no se endulza con miel, sino con azúcar. La caña es el biocarburante de moda: etanol. Y Brasil, después de China y la India, es uno de los grandes beneficiados del cataclismo energético que está poniendo patas arriba el viejo orden mundial. Los países del G-8 lo invitan a sus reuniones y lo tratan de usted. Ya no es sólo una superpotencia futbolística, también quiere ser una superpotencia económica.

Lleva camino. Repsol YPF ha descubierto un yacimiento gigantesco de petróleo en la cuenca de Santos, con una capacidad de producción de 33.000 millones de barriles. Otras empresas españolas hacen allí su agosto: Telefónica, Iberdrola, Endesa, Mapfre… Prosegur se ha convertido en una de las mayores compañías de seguridad en un país donde hay casi dos millones de guardaespaldas. El Santander ha puesto pie y medio en su mercado inmobiliario: ha cerrado la mayor compra de oficinas de la historia de São Paulo, entre ellas un rascacielos en el nuevo corazón financiero de la ciudad, y construye a ritmo de samba sin temor al ladrillazo. Su último proyecto: 8.300 viviendas por un valor estimado de ventas de 843 millones de euros en dos años. «El mercado brasileño ha venido experimentando un notable crecimiento y todavía está empezando», vaticina Ana Isabel Pérez, vicepresidenta de negocios inmobiliarios de la entidad bancaria.
España tiene inversiones acumuladas en Brasil por valor de 30.000 millones de euros, sólo superadas por Estados Unidos. Y São Paulo es la niña bonita. Aquí se produce el 30 por ciento del PIB de Brasil. Se están haciendo fortunas. Y a la gente que tiene dinero le encanta gastarlo. Se venden dos millones y medio de vehículos al año, muchos de ellos todoterrenos. Y el último semestre ha sido el mejor de la historia. Más madera para los atascos en São Paulo: 60 kilómetros diarios de embotellamiento crónico, 200 en hora punta.
La capital financiera también lo es del miedo. Los ejecutivos no sólo evitan los atascos, también los secuestros, o por lo menos se quitan el canguelo, gracias a los helicópteros: helitaxis a 500 euros la hora. Les sale rentable. Si te lo puedes permitir, el aerotaxímetro (8 euros por minuto de vuelo) no es tan gravoso: en 20 minutos estás en cualquier parte. São Paulo es lo más parecido a una Gotham City tropical, la ciudad sin ley de Batman. Los mejores hoteles tienen helipuerto en el ático y los clientes vips hacen el check-in allí, sin bajar a recepción; las novias sueñan con aterrizar de blanco en la iglesia desde un Esquilo 350 alquilado; los niños de buena familia van en helicóptero a las fiestas de cumpleaños de sus amiguitos y sus papás salen un viernes de trabajar y llegan a la casa de la playa, a cien kilómetros, en menos de media hora... Pero, sobre todo, desde el cielo uno se distancia de los problemas de una urbe implacable. Los delincuentes parecen hormiguitas.
¿Hay tanta inseguridad como para tirar de helitaxi? El número de secuestros ha descendido desde los 300 que hubo en 2002, pero el riesgo existe. Se produce uno cada tres días. En São Paulo vive el 60 por ciento de las familias ricas de Brasil –casi medio millón–, mientras que dos millones de paulistas viven en favelas. El contraste asusta. Salario mínimo: 412 reales. Al cambio, 156 euros. Y eso que el presidente Lula lo incrementa cada año. Pero las desigualdades son tremendas. Los secuestros se dispararon hace seis años, coincidiendo con la disminución de robos a bancos, convertidos en fortalezas. Pero la modalidad más extendida es el secuestro exprés, que puede afectar a cualquier ciudadano. No hay planificación previa. A la víctima no se la escoge por su poder adquisitivo. Sencillamente, pasaba por allí. Duración: unas horas. Rescate: lo que se pueda sacar de los cajeros. Impacto: descomunal. El miedo se dispara.

Los paulistas tienen un sexto sentido para la autodefensa. Puro instinto de supervivencia en una ciudad donde la primera causa de muerte son las armas de fuego y la segunda, los accidentes de tráfico. Por la noche, los semáforos no se respetan por miedo a los asaltos. Incluso los modestos utilitarios llevan cristales tintados. En el salpicadero, una billetera con unos pocos reales y documentos caducados. Y a rezar para que el ladrón de turno se conforme. Uno de cada tres ciudadanos ha sido asaltado al menos una vez. Convivir con el miedo te endurece. O te hunde. São Paulo tiene uno de los índices de depresiones más altos de América.

Seguridad, ¿un privilegio para ricos? Hay 3.000 urbanizaciones valladas y vigiladas con videocámaras. Habitación del pánico a prueba de balas y explosivos en cientos de viviendas. Las empresas que las construyen, a 900 euros el metro cuadrado, regalan un chaleco antibalas de última generación, mejores que los que llevan los cascos azules en Afganistán. Brasil es el país donde se venden más coches blindados del mundo: unos 3.000 anuales. Y potenciales víctimas de un secuestro se implantan chips subcutáneos de seguimiento vía satélite. ¿El coste? Carísimo. Tan caro, que sale más barato ser secuestrado. Otra estadística inquietante: en S˜ao Paulo se producen tres delitos de sangre por hora. Del miedo subjetivo a la psicosis colectiva sólo hay un paso.

«A pesar de la reputación de violenta que tiene la ciudad, los problemas no son diferentes de los que afectan a otras capitales brasileñas como Río, Salvador o Recife. Se podría incluso argumentar que los peligros aquí son menores que en Río», puntaliza Tony Gálvez, un lexicógrafo que reside desde hace seis años en São Paulo. «Esto no quiere decir que no haya problemas. Brasil es un país violento. Los estadísticas de la violencia brasileña no son comparables a las de otros países del mundo. Pero la violencia en São Paulo tiene una geografía muy bien delimitada.

Afecta principalmente a la periferia, alejada de todos los destinos turísticos, y a las vías urbanas, sobre todo en el periodo nocturno. En general, hay poca policía en las calles. En la avenida Paulista, por ejemplo, la gran arteria, existen numerosas cabinas de policía que a veces tienen agentes dentro y a veces están desiertas. La presencia o no de agentes en las calles cambia mucho la percepción del peligro.»

El estado federal invierte el cinco por ciento del PIB en seguridad (unos 25.000 millones de euros). Pero la Policía, en los últimos disturbios, se quedó sin pelotas de goma. ¿Corrupción? Rampante. Las mafias funcionan mejor que la burocracia estatal. El gran sindicato del crimen paulista se llama Primer Comando Capital. Le echó un pulso a Lula en 2006 y paralizó São Paulo durante cinco días. Quema de autobuses, tiendas y colegios cerrados, motines en las cárceles... Una kale borroka de proporciones dantescas que se saldó con 180 muertos (medio centenar eran agentes de las fuerzas de orden público) para evitar un traslado masivo de reclusos.

Primer Comando Capital es más que una banda de malhechores. El cabecilla se llama Marcos Camacho, alias Marcola, un místico que lee El arte de la guerra, de Sun Tzu, y llama `hermanos´ a los 130.000 miembros de la banda, entre delincuentes y familiares, que abonan una cuota de mensual de diez euros. A cambio, la organización se encarga del gasto sanitario de sus integrantes, el alquiler de sus casas y la escolarización de sus hijos. Paga también la defensa de los que son detenidos y hasta les compra un televisor para que vean los partidos de fútbol en las celdas.

El vivero del Primer Comando Capital son las favelas. Hay unas 2.000 en São Paulo, según datos del ayuntamiento, algunas literalmente adosadas a los barrios pijos. Ojo. Miles de personas de clase media están emigrando a ellas, no porque se hayan empobrecido, sino porque los precios de las viviendas son allí mucho más baratos. Y los recién llegados están empezando a convertirlas en barrios muy dignos con un emergente tejido cívico. Un fenómeno llamativo que deja perplejos a los urbanistas. Muchas favelas están ubicadas en un radio inferior a diez kilómetros del centro urbano y sus moradores se ahorran mucho tiempo y dinero en transporte. El pragmatismo se impone al miedo.

La mayor de São Paulo es Paraisópolis: 30.000 almas según fuentes municipales, el doble según los vecinos. El perfil de sus nuevos habitantes no es el de la desesperación. De hecho, se está produciendo una microburbuja inmobiliaria: viviendas muy básicas que antes costaban 3.000 euros rondan ya los 15.000. Y sus moradores invierten en mejorarlas y hacerlas confortables. Casas Bahias, un Ikea para gente humilde, tiene 29 millones de clientes en Brasil que pagan a plazos. Hay líderes vecinales muy empecinados que consiguen microcréditos para poner en marcha pequeños negocios. La recuperación del barrio como célula básica de convivencia ciudadana. ¿Una utopía? São Paulo es el futuro. Un espejo terrorífico o esperanzador en el que se miran las grandes capitales del mundo.

Las inversiones españolas en Brasil superan los 30.000 millones de euros. Lideran Repsol y Telefónica, pero Prosegur hace allí su agosto

Los mejores hoteles tienen helipuerto en el ático y los clientes vips hacen el check-in allí mismo, sin pasar por recepción

En São Paulo vive el 60% de las familias ricas de Brasil: medio millón. Dos millones de paulistas viven en favelas. Hay un secuestro cada tres días.

 Fuente: xlsemanal.

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