Alberto Contador
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P remio Nacional del Deporte 2007. Está considerado uno de los tres mejores ciclistas del mundo: ha ganado el Tour de Francia y el Giro de Italia tras sufrir una compleja enfermedad cerebral. Su equipo, el Astaná, ha sido vetado por segunda vez en la ronda francesa que acaba de empezar, como consecuencia de la operación antidopaje que le salpicó hace un par de años.
Marcado. Contador no oculta la cicatriz que le dejó la operación a la que se sometió en 2004. El ciclista madrileño tiene 25 años, mide 1,76 metros y pesa 61 kilos.
Entrevista
Con la conciencia limpia, Alberto Contador se prepara sin prisa para la contrarreloj de los Juegos de Pekín y guarda fuerzas para la Vuelta a España. «Querer es poder es mi frase favorita», dice.
«Hazte así en el pelo, que te ha quedado la marca de las gafas», le dicen para la foto. «No, no es de las gafas, es la cicatriz de una operación: tuvieron que abrirme el cráneo de lado a lado, ¿ves?», responde él volteando la cabeza, mostrando la raja que efectivamente le llega hasta la oreja opuesta. «Pero no me importa: mi novia me quiere igual». Su novia, Macarena, toda una vida juntos.
Primer milagro. A Alberto Contador (Pinto, Madrid, 6-XII-?982) le descubrieron un cavernoma en el cerebro (especie de tumor congénito) porque en plena Vuelta a Asturias, año 2004, le produjo un derrame: caída de la bici, convulsiones, pérdida de consciencia, etcétera. Fue operado de urgencia, una intervención a vida o muerte que le tuvo seis meses entre quirófano, hospitales, reanimación y primeros pasitos; aprendió a caminar de nuevo. Le dieron el alta y en dos meses estaba sentado de nuevo sobre el sillín, en Australia: ganó la etapa reina de la Vuelta Down Under 2005.
Primera estación del vía crucis. Se destapa un caso de dopaje en su equipo y el Astaná al completo queda vetado para el Tour de Francia 2006. Segundo milagro. Lo ficha el Discovery Channel y gana el siguiente Tour. Segunda estación del vía crucis.
El Discovery se vende al Astaná y vuelve a ser vetado en la vuelta a Francia que acaba de arrancar. Tercer milagro. Le convocan de improviso para el Giro de Italia 2008 y lo gana como si nada. Hace tres semanas recibió de manos del Rey el Premio Nacional de Deportes 2007 versión masculina.
Alberto Contador, moreno, guapito, impregnado en colonia, vaquero, zapatos de diseño y polo Calvin Klein, es un fenómeno sobrenatural. Nos ha citado en la puerta de la iglesia, junto al parque de El Egido, Pinto, Madrid. Y como es el héroe de Pinto, normal, le saludan los vecinos y le persigue la chiquillería. Nos sentamos en un banco, al abrigo de la sombra, pasa un colega y a voces queda con él para rodar mañana de mañana. Se prepara con calma para la contrarreloj de los Juegos de Pekín: recorrer dos veces seguidas un circuito de 24 kilómetros entre dos tramos de la Gran Muralla, Juyongguan y Badalingla. La subida ardua es su gran baza, pero guarda sus mayores fuerzas para la Vuelta a España.
–¿Por qué hemos quedado en la puerta de la iglesia?, ¿es usted creyente o es una superstición?
–Porque el campanario, ya sabes, es fácil de encontrar. Sí soy de familia creyente, pero no practico. Tampoco soy muy supersticioso, pero desde que tuve el accidente me han ido regalando medallitas y no me las quito del cuello, porque con ellas voy más seguro.
–Contador, después de tanto triunfo y reconocimiento, ¿qué se propone ahora?
–Tengo buenos retos: los Juegos Olímpicos y sobre todo la Vuelta a España, que este año es especial porque significaría conseguir ganar las tres grandes, algo que sólo han logrado cuatro corredores en la Historia [Jacques Anquetil, Felice Gimondi, Eddy Merckx y Bernard Hinault]. Estos Juegos me motivan porque son especialmente duros, 48 kilómetros contrarreloj, subir y bajar dos veces la Muralla China: las subidas duras y la contrarreloj es lo que mejor se me da.
–O sea, lo peor de lo peor.
–Sí, lo más duro me va mejor. En cambio, lo peor para mí es el descenso, porque es mucho más peligroso.
–¿Para cuándo el descanso?
–Estoy descansando, hago sólo dos horas al día. Me quedan aún dos meses y medio para la Vuelta, que es el máximo objetivo, y como cojo tan rápido la forma no puedo ponerme a entrenar ya como un loco, porque si no llegaría cascado.
–¿Qué hace cuando no monta en bicicleta?
–Relajarme: quedo con mis amigos y con mi novia para hablar de todo menos de bicicleta, y ahora estoy haciendo obras en casa. Monto esas dos horas, porque si no cuesta volver a ponerse en forma, pero soy capaz de pasar algún día sin montar, algo que otros corredores no soportan.
–Le han llamado el sucesor de Indurain y el heredero de Armstrong, ¿con qué se queda?
–Con Alberto Contador. Ambos han sido fueras de serie en el ciclismo, pero no me gustan las comparaciones. Yo no sé lo que conseguiré en el futuro, sólo sé que de momento las cosas me van muy bien.
–Yo le veo más como un Quijote pero en versión ganador. Primero superó una enfermedad mortal y luego, dos vetos por dopaje, y cada vez que juega, gana: ¿no tiene esto algo de quijotismo, de empeño feroz aunque no sea fatal?
–Tampoco. Sí que es verdad que estos seis años como profesional no han sido fáciles, que he superado momentos malos. Si he triunfado es gracias a la confianza que tengo en mí mismo y a la gente que me rodea, sin la cual no tendría ánimo ni motivación.
–¿Se refiere a su equipo, a su entrenador?
–Y a mi familia y mis amigos, que son los que están ahí todos los días, con quienes paso la mayor parte del tiempo.
–Cuando se recuperó de la enfermad y volvió a subirse a la bicicleta, ¿le costó creerlo?
Al parecer llevaba una cámara y filmaba todo lo que ocurría.
–Pues sí, la primera carrera fue el Tour de Down Under, la vuelta a Australia, después de medio año encerrado en el hospital y en casa, que no me dejaban ni salir a la calle solo, por lo que pudiera pasarme, estaba en peligro. A finales de noviembre me dieron el alta y la primera semana de enero fuimos para allá, y con una preparación de un mes, conseguí ganar la etapa reina: una victoria que para mí fue mucho más importante que ganar el Tour de Francia o el Giro. Imagínate, ¡si sólo ponerme el dorsal ya era un triunfo! Imagina la alegría de mis padres, desde aquí, llamándonos a las cinco de la mañana.
–¿Cree en los milagros o cree en la fuerza mental? ¿La cabeza lo puede todo?
–Yo creo que sí, que es fundamental en cualquier faceta de la vida. Por eso mi frase favorita es «querer es poder». A mí, al menos, me funciona: lucho y cumplo los objetivos que me propongo.
–Acláreme una cosa, ¿el cavernoma fue consecuencia del accidente o se le descubrió accidentalmente y gracias a la caída? Ambas cosas se han dicho.
–Es una malformación de nacimiento, una especie de ovillo de capilares, algo que tiene más o menos el ?0% de la gente. A algunos nos sangra y a otros, no; y así es como se manifiesta. El mío estaba en el lóbulo frontal derecho y me afectaba a la vista, al olfato, al carácter... Primero me sangró en la carrera y a los ?0 días, en casa. Se temía por la movilidad de mi cuerpo, así que decidieron operarme, en el Ramón y Cajal [Madrid]. Hicieron muy buen trabajo, tuve suerte. Así que hasta ahora.
–El ciclista es un ser acostumbrado al dolor, ¿le ayudó esto a superar la enfermedad, la operación y su recuperación?
–Lo que me ayudó sobre todo fueron las ganas de volver a montar en bicicleta.
–Pero ustedes los ciclistas son personas muy sufridas, ¿no?
–Desde luego, como no seas capaz de sufrir encima de la bicicleta no tienes nada que hacer en este deporte.
–¿Dónde se sufre más, sobre una bicicleta o sobre la mesa de un quirófano a tumba abierta?
–En el quirófano y su antesala. Pero una vez operado, y como vieron que todo iba más o menos bien, pues... Empecé a montar después de unas cuatro revisiones, poco a poco, me seguía mi padre con el coche, y así hasta que fui cogiendo confianza.
–¿No tenía miedo?
–Bueno, sí que pensaba que podría pasarme algo, pero procuraba no obsesionarme, porque si no, no salía adelante.
–¿Qué aprendió de estar al límite de la vida?
–A valorar cosas que muchas veces ni te paras a pensar que tienes. Qué sé yo, simplemente salir a dar una vuelta con mis amigos y tomar algo: entonces hubiera sido para mí algo increíble, cuando no podía ir más allá del pasillo del hospital.
Aprendí a valorar muchas cosas y a no dar importancia a otras que antes me parecían problemas.
–¿Le hizo cambiar mucho?
–Pues sí, ya era una persona madura para mi edad, pero esto me hizo madurar mucho más aún, ver la vida de otra forma.
–¿Le dio más capacidad frente a la adversidad?
–Sin duda. Ahora, cualquier cosa que me suceda la comparo con aquello y carece de toda importancia.
–¿Y a la hora de correr?
–Sufres y aprietas, porque disfrutas con ello, sin más. Es cierto que llevo una cicatriz enorme, pero a veces hasta consigo olvidarme de todo.
–¿Se siente a salvo o vive con la amenaza encima, la posibilidad de que aquello se reproduzca?
–Bueno, siempre que te abren la cabeza te queda el riesgo de actividad epiléptica como consecuencia de haber tocado la corteza cerebral. Sigo con revisiones y de momento estoy tranquilo.
–¿Piensa con frecuencia en ello, en la enfermedad, en la muerte?
–No, no, para nada.
–Ha dicho: «En el Tour llegaba más muerto a la meta que en el Giro». ¿Qué piensa mientras persigue la meta, cuando las fuerzas flaquean?
–Cuando voy fastidiado pienso que el que va delante o al lado está igual que yo.
–Pues vaya.
–No, es verdad: si me duelen las piernas a él, también. El Tour lo preparé a conciencia y cada vez que llegaba a la meta estaba vacío. En cambio, al Giro fui sin una gran preparación, y como además era temporada de polinización y soy alérgico, no podía abrir totalmente los bronquios, de modo que no daba todo de mí mismo y cuando llegaba a la meta, aunque estuviera cansado, recuperaba en seguida.
–O sea, que lo ganó con la gorra.
–Iba sin ningún tipo de presión, pensando en dejarlo incluso, pero fui haciendo el día a día. Los días de sol iba delicado, por la alergia, pero en los días clave llovió, y la lluvia limpia el aire. Fue muy llevadero.
–Contador, ¿la enfermedad de su hermano pequeño ha sido para usted un modelo de superación?
–Sí. Sufre una parálisis cerebral y no es consciente de lo que sucede alrededor, y eso te hace pensar y valorar las cosas. Hoy he estado en su colegio, una escuela de educación especial en Aranjuez, y no te imaginas el recibimiento que me han hecho los compañeros, porque no todos están como él. A veces me paro a pensar lo mal repartida que está la cosa: mi hermano ni siquiera sabe quién soy yo, y resulta que yo soy de los tres o cuatro mejores ciclistas del mundo. Desigualdades así te hacen valorar más las cosas buenas.
–Es pinteño, gentilicio de Pinto, y sus padres, de Badajoz. ¿Por qué vinieron a vivir aquí? ¿Era éste un lugar más próspero?
–Sí, son de Barcarrota, un pueblecito donde pasé todos mis veranos, donde vive toda la familia. Tuvieron que venir a la ciudad a buscar trabajo y aquí nacimos los cuatro hermanos: yo soy el tercero.
–¿Cómo fue su infancia aquí?
–Pues normal, pegado a un balón de fútbol. También competía en atletismo, que se me daba bastante bien, y me encantaban los bichos. Luego mi hermano empezó a montar en bicicleta y cuando por las notas le regalaron una un poco mejor, yo cogí la vieja, y al mes ya le daba leña. Luego los Reyes me regalaron una de montaña, con ?4 años. En un año me puse en serio y con ?9 ya era profesional. Fue todo bastante rápido.
–Una vez superada la enfermedad sobrevino la sombra del dopaje, ¿por qué vetan ahora a su equipo?
–Es incomprensible. El equipo Liberty, donde se descubrió el dopaje y por lo que pasó a denominarse Astaná, es hoy totalmente nuevo: todo viene del Discovery Channel. Han dicho que nuestro nombre se asocia a aquel episodio [la llamada Operación Puerto contra el dopaje] y da mala imagen a la prueba. Respeto la decisión, pero me parece desacertada. Astaná es hoy el mejor equipo del mundo y no está en la prueba que se supone la mejor del mundo. Si se hicieran apuestas, tres de nosotros estaríamos, seguro, entre los cinco primeros. Un corredor del Liberty dio positivo y el equipo fue sancionado. A mí nunca me sancionaron; de hecho, ahora se pensaron mucho la sanción porque estoy en el equipo y esto motivó muchas presiones.
–¿Es ingenuo pensar que les pueden inocular sustancias sin que ustedes lo sepan?
–No, yo creo que cada corredor sabe lo que sucede. Yo por los menos me encargo de saberlo, porque cuando el caso de dopaje salió a la luz, ni siquiera sabía que aquel doctor estaba en el equipo. Alucinaba. Aprendí bastante y ahora controlo todo lo que atañe a mi persona. Tu carrera se puede ir al traste por un antigripal.
–Contador, ¿cree que puede ser un ejemplo de superación para una juventud acostumbrada a tenerlo todo o casi todo, le gustaría serlo?
–No pretendo hacer campaña, pero hay mucha gente enferma que me escribe para darme las gracias porque mi ejemplo le ha ayudado a superarse. Y yo, mira, encantado.
por ELENA PITA
fotografía de THOMAS CANET
[Fuente: El Mundo, Magazine ]
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