Protestas.
Para ser un héroe no hace falta parecerlo. Ni el Quijote que se enfrentó a los molinos, ni el David que derribó a Goliat, ni el Gandhi que se encaró a los británicos aspiraban a ello. Pero lo fueron. En la selva amazónica, donde sobrevivir ya es una heroicidad, los gigantes tienen forma de pozos de petróleo, los Goliats se mueven con guardaespaldas y los imperios nacen y mueren a golpe del oro negro.
Miren la cara del hombre de la foto de arriba, a la derecha: fino, aparentemente frágil y muy emocional. Aunque no lo parezca se ha convertido en uno de los mayores héroes ecológicos del mundo. No olviden su nombre: se llama Pablo Fajardo, tiene 36 años, es abogado y está a punto de ganar el mayor juicio medioambiental de la Historia a los gigantes petroleros venidos del norte.
Fajardo es el representante legal del Frente para la Defensa de la Amazonia, FEDAM, organización que agrupa a los 30.000 afectados por la contaminación provocada durante 40 años por la multinacional norteamericana Texaco (hoy Chevron) en la selva ecuatoriana. En este tiempo, la petrolera perforó 300 pozos en una zona virgen para extraer el crudo sin ningún miramiento ecológico. Medio millón de barriles fueron derramados sin pudor sobre 5.000 kilómetros cuadrados de floresta, causando la más grande catástrofe medioambiental del planeta tras el accidente de Chernóbil.
Las consecuencias son terribles. No sólo la tierra y el agua están contaminados. También las personas. Los casos de cáncer, las malformaciones en los niños, extrañas alergias y las terribles epidemias que matan al ganado se multiplican por toda la región. El impacto visual es enorme. La selva huele como una gasolinera, está atravesada por una intrincada red de oleoductos y las llamas de los gigantescos mecheros que queman el gas que acompaña a las bolsas de petróleo convierten en ácida la lluvia que debería regenerar la selva.
Contaminada.
En 1993, el FEDAM denunció a la multinacional por ello y, contra pronóstico, tres lustros después están a punto de ganar la batalla legal. Una compañía independiente acaba de cuantificar los daños que Texaco siempre ha negado en 16.000 millones de dólares (alrededor de 11.000 millones de euros). La mayor cifra económica de la Historia en un juicio civil. Es el precio por limpiar la selva de petróleo y de las indemnizaciones a las víctimas de la contaminación. Un tribunal ecuatoriano dictará sentencia este verano contra la petrolera, lo que supondrá un antes y un después en la lucha global contra el cambio climático. Y Fajardo, nuestro héroe, acarrea buena culpa.
El escenario de esta lucha es Lago Agrio, la ciudad más oriental de Ecuador levantada hace menos de medio siglo junto a la frontera colombiana a rebufo del descubrimiento del petróleo. Hace medio siglo aquí no había más que selva virgen y tribus indias vagando en su particular paraíso. Dicen que los primeros en llegar fueron los presidiarios que el Gobierno ecuatoriano soltaba a su suerte en barcos viejos por el río Aguarico traídos para vaciar las cárceles. Los supervivientes se instalaban en un canto de selva, raptaban mujeres indias e iniciaban una nueva vida. Cuando Texaco abrió allí su primer pozo de petróleo, el 29 de marzo de 1967, nadie se imaginaba la hecatombe que se avecinaba. Aquel día la selva perdió su virginidad para siempre
Pablo Fajardo llegó aquí dos décadas más tarde, a los 14 años, junto a su docena de hermanos y sus padres, campesinos de la lejana provincia costera de Manabí. Huían de la sequía, la pobreza, el hambre, la desolación. El descubrimiento del yana curi, (oro negro en quechua) y la presunta prosperidad que había llevado a la otrora inhóspita selva amazónica, les ofrecía la oportunidad de empezar de nuevo como inmigrantes. Se instalaron en un barrio de chabolas a las afueras de un pequeño pueblo, Shushufindi, que creció a las puertas de uno de los campos petroleros más grandes de Texaco. Un lugar inmundo, con más burdeles que escuelas, pistoleros en los bares y mucha violencia, donde el narcotráfico es la única alternativa al pujante petróleo.
Era la época en que los norteamericanos llegaban por oleadas en helicóptero y jugaban al tenis dentro de su campamento base, con un cartel a la entrada que ponía "Bienvenidos a Houston", mientras el resto de la población sobrevivía sin luz eléctrica. Bautizaron el lugar como Lago Agrio en recuerdo del poblado texano, Sour Lake, donde nació la compañía norteamericana en 1902. Hasta hace poco, y antes de asfaltarlas, las calles de arena eran regadas con agua empetrolada para evitar que se levantase demasiado polvo. Los días de calor los zapatos se quedaban pegados al suelo. Una vez más, el petróleo inmovilizaba a la gente en su propia miseria.
Primeros estudios. El joven Pablo encontró trabajo en un cañaveral donde pasaba el día desbrozando maleza con un machete. Pero, a diferencia de sus compañeros, tuvo suerte. Sus padres le encontraron plaza en el colegio que unos misioneros capuchinos navarros abrieron en la ciudad y siguió sus estudios en las aulas nocturnas. El ejemplo que daban en las comunidades indígenas los religiosos para dignificar su forma de vida frente a los atropellos de los poderosos le abrió la mente. Y el corazón. Ya tenía un camino y un destino.
Como no podía ser de otra manera, tres años después Fajardo se convirtió en el líder de sus compañeros de palmeral. "Cuando empecé a reclamar mejores condiciones de trabajo, aumento de salario y un horario justo, la compañía me tachó de subversivo y me despidió. Entonces encontré trabajo en los campos petrolíferos. Limpiaba tanques de almacenamiento, tuberías, charcas. Durante años respiré aquellos gases, bebí de aquellas aguas poluidas [residuales], acompañé a mis amigos en sus enfermedades producidas por la contaminación. Por eso sé de lo que hablo", recuerda Fajardo. Le encontramos en una manifestación de los afectados por Texaco en Lago Agrio, andando entre la multitud con su sombrero de paja, abrazado a sus hijos. Fajardo, emergido de abogado del pueblo inca, una imagen mesiánica, simbólica, por fin nuestro Quijote amazónico...
Sus padres se separaron cuando tenía 17 años y le dejaron a cargo de sus hermanos menores. Pablo compró una chabola en el arrabal más humilde del pueblo y ayudó a fundar una asociación de Derechos Humanos. "Al lado de casa pasaba un arroyo muy lindo. Pero no nos podíamos bañar en él porque el agua estaba contaminada. Tampoco podíamos beber la del pozo: sabía ácida. Recogíamos la de la lluvia pero bajaba negra porque muy cerca estaban los quemadores del gas de la explotación y el agua se mezclaba con el petróleo", explica.
Así, entre el cuidado de sus hermanos, su trabajo de petrolero, su actividad reivindicativa y sus estudios, Fajardo fue elegido presidente de su barrio y accedió por la puerta grande a sus primeras asambleas del pueblo. Obtuvo un título de técnico en computadoras, empezó a trabajar con las comunidades indígenas, fundó una escuela nocturna gratuita para adultos y se casó con Fanny, compañera de lucha subversiva. Al nacer su primer hijo fue despedido del trabajo. Perdió el salario, pero ganó la libertad. Había nacido el abogado del pueblo.
Por fin una noche, cuando fue a por el balde que dejaban para recoger el agua de la lluvia, dijo: "¡Basta!". Al día siguiente se marchó a trabajar a tiempo completo en la oficina de Derechos Humanos, que él mismo había montado, por 50 dólares al mes (unos 30 euros). Tenía 25 años cuando nació su segunda hija. El pan que trajo bajo el brazo se transformó en una beca que le consiguieron los misioneros navarros para estudiar Derecho a distancia.
Sus ocho mejores amigos se conjuraron para sostener económicamente a su familia y Pablo se metió en la mayor vorágine de su vida. Se levantaba de madrugada, estudiaba hasta el amanecer, trabajaba por la mañana en la oficina de Derechos Humanos, por la tarde en la emisora de radio donde hacía un noticiero, por la noche de profesor en su escuela... Seis años así. Quizá por eso dicen de él que nunca suda y que es el único capaz de andar por un trozo de selva lleno de petróleo y volver con los zapatos limpios.
Se graduó en 2004, año en el que padeció también la violencia de un sistema que comenzaba a tenerle miedo. Y lo pagó caro. La sede de la asociación fue asaltada varias veces. Se llevaron, ¡mala suerte pelao!, la tesis doctoral que llevaba meses preparando. Por eso, los engreídos letrados de Texaco consideraron desde el principio a Fajardo como un abogado de pueblo, un picapleitos que ni siquiera era doctor. También le perseguían desconocidos por la calle. El 8 de agosto el hermano que más colaboraba con él fue asesinado a tiros en la sede de la asociación. "Dicen que le confundieron conmigo. Pero quiero pensar que fue un crimen común. Si no, el odio no me dejaría vivir", dice Fajardo con lágrimas en los ojos.
Esta vez estamos en la sede que el FEDAM tiene en Quito. Es un pequeño edificio de dos plantas, una casa transformada en oficina, con despachos grandes y salas de reuniones pequeñas. Hay mapas y papeles por todos lados. Sólo el sumario del juicio contra Texaco suma 200.000 folios. El juez que lo instruye ahora (se turnan cada dos años), musulmán converso, asegura que necesitaría retirarse un año a un monasterio para poder leérselos. El archivo está lleno de sobres de papel de estraza arrugados, pero meticulosamente clasificados por temas. Unas 20 personas trabajan aquí 12 horas diarias. Con todo, el equipo y las instalaciones completas del FEDAM apenas ocuparían uno de los garajes de las lujosas instalaciones de Chevron en Coral Gables, Miami.
Crimen. El asesinato de su hermano y las amenazas de muerte que le acechan continuamente le llevaron a asumir hace dos años el liderazgo de los demandantes, que fueron abandonados por sus abogados por problemas internos del equipo. La ola de atentados se incrementó. Las amenazas se extendieron a todos sus allegados, sus oficinas fueron asaltadas de nuevo, hubo palizas, intimidaciones, dolor... Comisiones Internacionales de Derechos Humanos –la de la ONU, entre ellas– hicieron un llamamiento al Gobierno ecuatoriano para su protección. Nada ha cambiado.
Fajardo sigue alterando sus rutas siempre que puede, y mira de reojo a su alrededor cuando va solo por la calle. Hasta no hace mucho iba armado, mientras que sus colegas norteamericanos de Texaco aparecían con un ejército de guardaespaldas cada vez que aterrizaban en Lago Agrio para alguna vista en el tribunal.
Este clima de amenaza constante acabó con su matrimonio. Fanny se fue a vivir con sus hijos a casa de sus padres, en otro lugar. Pablo se alquiló un cuarto pequeño sobre una tienda desde donde pensaba todas las noches la mejor estrategia para enfrentarse al ejército de abogados de Texaco. Desde allí se mueve por toda la ciudad en bicicleta y por el resto del país, en autobús. A Quito viaja siempre de noche –ocho horas de infernales curvas que atraviesan la cordillera de los Andes mientras que en avión se tarda apenas 60 minutos– porque es más barato. Curiosa paradoja para el hombre que está a punto de ganar un juicio de 10.000 millones de euros.
Fajardo se apasiona inevitablemente cuando explica los pormenores del proceso y se estremece al recordar algunos detalles de la investigación: "Como había algunas tribus indias que les molestaban porque vivían encima de los yacimientos, las compañías recurrieron a todos los métodos posibles para echarles de sus tierras. Contrataban bandas armadas para entrar a sangre y fuego en las aldeas, violando mujeres y matando niños. Tenemos un caso documentado de cómo llegaron a envenenar a un chamán de la tribu de los cofanes que impedía que su pueblo se marchase de una zona codiciada".
Éste está siendo el gran año de Pablo Fajardo. Al menos en cuanto a premios. En abril recibió el Goldman Prize, el galardón medioambiental más importante del mundo. La organización es norteamericana, lo que no deja de ser paradójico. Se lo dieron ex aequo con Luis Yanza, líder histórico del FEDAM, también amenazado, también perseguido, también un quijote en esta tierra perdida.
Hace unos meses nombraron a Pablo Héroe de la CNN en la categoría de "gente común y héroes extraordinarios". Fue portada del Vanity Fair. Los documentales, conferencias y alianzas se multiplican. El picapleitos de pueblo es ya más conocido en el mundo que el presidente de la propia Chevron. Pero muchos de nuestros coches siguen rodando cada día gracias a este pedazo de selva. ¿Qué pasará cuando la arrasen del todo?
+ Todo sobre el conflicto de Texaco en Ecuador, en la web www.texacotoxico.com
Las cifras de la tragedia
El 30% de la selva ecuatoriana, unos 5.000 kilómetros cuadrados, está contaminada por el petróleo derramado por Texaco.
Los 300 pozos abiertos generan 20 millones de litros diarios de desechos tóxicos que son derramados sin tratamiento previo en 1.000 charcas a cielo abierto. Se filtra por la tierra y con la lluvia llega a los ríos y contamina los acuíferos.
Cada día se queman en gigantescos mecheros junto a los pozos 50 millones de metros cúbicos de gas sin control ambiental, provocando una lluvia ácida.
La mortalidad en la Amazonia ecuatoriana es el doble de la nacional. Tienen el triple de casos de infecciones en la piel y el doble de anemias, micosis, desnutrición y tuberculosis. La incidencia del cáncer es seis veces mayor. Hay documentadas más de 500 muertes relacionadas directamente con esta contaminación.
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