Ken Follet. Un día en su vida
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■ Inglés convencional. Con camiseta sin mangas, Follet, de 59 años, se toma una cerveza en el bar Smithy’s, cerca del local de Charing Cross (Londres) donde ensaya con su banda de música.
El escritor extravagante. la periodista sigue sus pasos por Londres y descubre a un personaje aficionado a los trajes de 6.000 euros, el metro y a tocar en un grupo de rock. la cerveza es otra de las aficiones de quien lleva vendidos 1,4 millones de ejemplares de "Un mundo sin fin".
–¿Qué le parece?
-Impresionante.
Ken Follet se pasea por el entarimado de la sastrería de lujo Spencer Hart, en el centro londinense de la alta costura masculina, Savile Row, la calle que abastece, desde hace más de dos siglos, los armarios de la realeza británica. Da unos pasos hacia atrás, frente al gran espejo enmarcado en gruesa madera blanca, donde otras veces se contemplan Robbie Williams, David Bowie, Tommy Hilfiger, decenas de artistas, nobles, millonarios y aspirantes. Dos dependientes ajustan con alfileres el traje negro de mohair y lana que Follet va a comprarse.
–Estoy fantástico. Si Jenniffer Aniston me hubiera visto así, hubiera dejado mucho antes a Brad Pitt.
–Puede, pero esa corbata que lleva no pega nada.
Mientras Follet supera el desconcierto, los empleados escogen una nueva prenda. Cortesía de la casa, anuncian, después de hacer desaparecer 1.500 libras de la tarjeta de crédito de Ken. Una minucia en una sastrería donde el traje a medida cuesta más de 6.000 euros. Nada para el hombre que se va a embolsar más de 33 millones de euros en concepto de adelantos por su próxima trilogía, que redactará en siete años. "Disfruto gastándome el dinero, lo hago bastante bien", matiza. Unas veces es en trajes: "Color azul marino para las entrevistas, negro para las cenas y gris para las tardes". Otras veces, en coches. "Una vez me compré un Bentley rojo de 190.000 libras, hará unos 12 años. Un coche terrible. El motor hacía unos ruidos espantosos todas las mañanas al arrancar. Tuve que comprar otro a los seis meses y el Bentley acabó en el garaje. Pero ayer adquirí una camisa turquesa, que me costó sólo cinco libras y es estupenda. El dinero no me preocupa para nada".
Ken Follet (Cardiff, Gales, 5-VI- 1949) un tipo abierto, de carcajada fácil y encantado de conocerse, obedece a su lema: "Lo que sea, menos moderación". Estuvimos con él paseando por Londres y compartiendo unas cervezas, justo antes de su visita a Madrid, donde desembarcó como súper estrella (junto a Ruiz Zafón) en la Feria del Libro que termina hoy. En sólo cinco meses, Follet ha vendido en España 1.400.000 ejemplares de Un mundo sin fin (Plaza y Janés), la continuación del megaventas Los pilares de la Tierra (5,5 millones de libros vendidos en nuestro país). Follet ha practicado estos días su deporte favorito: el maratón de firmas de miles de autógrafos idénticos: primero, apunta el nombre de la persona que aguarda en la cola. Después, dos palabras: best wishes (con mis mejores deseos).
En el Metro. Hombre de contrastes, el escritor superventas no tiene inconveniente en viajar en el suburbano de la capital británica. Aunque posee varios coches de lujo, Follet también dispone de su correspondiente abono transporte.
–Hombre, alguna vez pondrá algo más especial, alguna dedicatoria entrañable...
–Pues no. Firmo miles de libros en un solo día, es imposible.
–Y para la gente famosa que le sigue, ¿se suele detener en algo más elaborado?
–A veces, si se trata de algún actor al que admiro, escribo "con respeto". Follet no se complica la vida.
Salimos del ambiente exclusivo de la calle Savile Row y caminamos hasta la primera boca de Metro. Después del baño de glamour textil, resulta chocante ver como Follet saca de su cartera el equivalente a nuestro abono transporte, supera la barrera de la máquina y baja las escaleras mecánicas atestadas bajo los fluorescentes. Le ametrallamos a fotos dentro del vagón, por lo curioso de la escena. Los londinenses ni se inmutan. Salimos a la luz en Leicester Square y nos dirigimos a la Biblioteca Pública, The Reference, en busca de documentación. Follet camina rápido, ligeramente escorado a la izquierda, como si su pertenencia al partido Laborista y el que su mujer sea ministra de Igualdad del Gobierno de Gordon Brown, adicionaran una militancia especial a su figura. Cuesta seguirle el ritmo.
Esta mañana, como todas, ha encendido el ordenador nada más levantarse. Se ha enfrentado, en albornoz y con un taza de té, al texto que redactó el día anterior. Ha corregido esas páginas –"siempre rehago lo que escribí el día de antes"– y ha perfilado la escena siguiente. Es su ritual habitual de dos horas de escritura, antes de desayunar, vestirse, afeitarse y continuar escribiendo hasta el almuerzo.
Si no hubiera acudido a la cita con Magazine, Follet, el hombre que ha instalado los casi dos kilos que pesa su último libro sobre las mesillas del dormitorio de cuatro millones de personas de todo el mundo, estaría ahora trabajando hasta las cuatro o cinco de la tarde. Después, revisaría su correo electrónico, despacharía asuntos con su oficina y finalmente se bebería una copa de champán.
–Hábleme de su lado oscuro, Follet. Tanta disciplina perfecta puede ser un infierno. ¿Es un prisionero de su éxito?
–No, escribir es liberador. A usted le gustaría decir: "Miren, Follet parece un tipo feliz, pero en realidad es realmente infeliz". O podría decir: "Ken es muy superficial, no tiene profundidad, es aburridísimo". Ninguna de esas visiones sería correcta. Una vez, mi agente neoyorquino me dijo: "Mira, tu mayor problema como escritor es que no eres un alma atormentada". Pues es verdad. Ni me considero muy profundo o espiritual, ni vivo atormentado o preocupado. Solía ser muy ambicioso, pero ya he logrado lo que quería: escribir historias. Es una locura que me paguen tantísimo dinero por hacer lo que me gusta, algo que haría incluso si me ingresaran un ?% de lo que gano. Lo único que me molesta es que, en los viajes de promoción, tengo que dormir solo, y eso lo odio.
Ateo convencido. Imagino que Follet es adicto al éxito –"no voy a renunciar a él, desde luego"–, y ateo, como acto de rebeldía contra sus padres, miembros de una estricta rama del puritanismo anglicano, la facción de Plymouth Brethren. Desde niño le vetaron el cine, la televisión y la radio, para evitar exponerlo al pecado. Consiguió ver su primera película –Jason y los Argonautas– con 14 años.
–Mi ateísmo es, hasta cierto punto, una reacción contra mis padres. Crecí con todas esas discusiones sobre si Dios existe, o no, desde que era adolescente. Lo debatí con mis padres, mis amigos y toda mi familia y por eso estudié Filosofía, para encontrar una respuesta. No, Dios no existe.
–Su vida de éxito fue un intento de demostrar a sus padres que podían estar equivocados. Hizo todo lo contrario de lo que esperaban de usted y triunfó. ¿Les convenció?
–Nunca. Mi madre murió sin variar sus creencias religiosas. Falleció como una cristiana muy estricta. No quiso leer mis libros. Decía que había demasiado sexo y palabrotas. Al final, se decidió a leer las versiones abreviadas del Readers Digest's, porque en esas ediciones condensadas eliminan el sexo y los insultos. Y mi padre [un inspector de Hacienda que le ha llevado la contabilidad hasta que se jubiló a los 77 años] lee mis libros y le gustan. No es tan estricto como solía, pero todavía es bastante creyente. La verdad es que no logré que cambiaran.
–¿Su madre llegó a sentirse orgullosa de usted?
–Sí. Aunque desaprobaba un montón de cosas de mi vida.
Follet detiene el paso en Leicester Square. El cine Empire está rodeado de unidades móviles de televisión. Se avecina la llegada de las actrices de la serie Sexo en Nueva York.
Matrícula a medida. Quien ha conseguido que le paguen 33 millones de euros como adelanto de su próxima trilogía, es evidente que no tiene problemas de liquidez. La matrícula KEN 25P corresponde a su deslumbrante Maseratti.
Alfombra roja, expectación, cámaras. A Follet le encantaría que alguno de sus libros se adaptara al cine. Sólo lo logró con el superventas El ojo de la aguja. "¿Se imagina que ese estreno fuera el de una de mis novelas? Las estrellas llega- rían a Londres, yo pasearía por esa alfombra... sería maravilloso. Tengo un agente en Hollywood que se pasa la vida intentando que lleven al cine mis historias, aunque me consta que es muy complicado, por el tipo de trama que presento".
–¿Ha probado con Spielberg?
–¡Por supuesto! Y Spielberg lo dice bien claro: "No quiero hacer una película sobre este libro". Cuando acabo una historia, mi agente la manda a todos los directores y productores de Hollywood. ¡A todos! En una semana, sé si están interesados o no. Y el caso es que no.
–Quizá debería llamar la atención protestando al estilo Full Monty.
–Entonces, definitivamente me quedo sin película, ¡ja, ja, ja!
Autógrafos. Entramos en la biblioteca pública The Reference. Aparece una joven sevillana. Ha llegado corriendo a pedir un autógrafo desde un hotel cercano, con el nuevo libro de Follet leído hasta la mitad. Al autor le encanta el ceremonial de las firmas y saborea que la mayoría de los funcionarios de la sala le fotografíe, con sus móviles. "Señor Follet, su libro es estupendo, le admiro muchísimo...".
Follet es un profesional del contacto con el público: ni un solo gesto de impaciencia, sonrisa perfecta. "Recuerdo que, para sus apariciones en televisión, siempre lleva su propio estuche de maquillaje", digo. "Aprendí a maquillarme personalmente en un cursillo acelerado de media jornada, hace más de ?5 años. Lo decidí porque muchos programas sólo maquillan a los presentadores y no al invitado, para ahorrar. Tú estás al lado de ellos, que van fantásticos, y en cambio pareces enfermo. Así que me arreglo yo mismo".
–¿Qué opina de quienes le critican duramente porque consideran que no hace literatura, sino negocios?
–Son unos estúpidos de mierda [ríe]. Eso es lo que realmente pienso. No creo que sepan lo que es literatura.
–Así que usted hace buena literatura...
–No soy el más indicado para juzgarlo… en fin, vale, creo que mis libros y mis historias son estupendas.
¡Qué bien me queda el traje! Como el dinero, según él, no le preocupa nada, es habitual de Spencer Hart, exclusiva sastrería de la calle Savile Row de Londres, especialista en vestir a cantantes, millonarios y miembros de la realeza británica.
–Pero no le perdonan los lugares comunes en el lenguaje...
–Mire, me esfuerzo mucho para que mis libros sean fáciles y sencillos de leer. ¿Es una virtud ser un autor complicado de entender? ¿Es eso más inteligente? ¡No! Hay un montón de esnobismo sobre eso: que sólo lo difícil es bueno. Todas esas críticas a mis libros son una locura, porque no están enfocadas en el propósito del libro, que se enmarca en la literatura popular. Si no aprueban el conjunto, es porque prefieren un tipo distinto de literatura y eso no tiene nada que ver con el libro en sí.
Al fin conversamos sentados, compartiendo una cerveza en el pub The Dog and Duck, fundado en ?897. Uno de los bares favoritos del autor. Un clásico del Soho londinense, el barrio mutirracial en el que Follet posee una de sus tres casas: disfruta de una antigua rectoría restaurada en Stevenage (Este de Inglaterra), de una mansión de playa en la isla caribeña de Antigua y de su hogar en el Soho, el corazón bohemio londinense.
–¿Nota que le envidian?
–Pues sí, especialmente los periodistas. Sé que algunos, mientras me están entrevistando, piensan: "No hay nada especial en él, qué hace ese tipo ahí, con todo su éxito, cuando yo puedo hacer lo mismo, mucho mejor". Les ocurre conmigo lo mismo que a mí me pasó con otros escritores, antes de que empezara a escribir superventas. Lo entiendo perfectamente.
–Yo creo que parte de su éxito en España, el país donde más libros vende, y la acogida de su audiencia en general, se debe a que escribe al estilo de las telenovelas...
2. La hora de los fans. Una joven sevillana, de visita en Londres, se ha enterado de que Follet estaba en la biblioteca pública The Reference. Veloz como el viento, se ha acercado hasta el escritor para que le dedique su último libro, leído hasta la mitad.
–Es cierto que uso algunas técnicas de la telenovela y que me gusta su ritmo dramático. Un escritor puede aprender mucho de la tele, porque las telenovelas, al final de cada episodio, siempre dejan una pregunta en el aire y yo lo hago al final de cada capítulo. Pero mis libros ofrecen tramas que no da la televisión: la historia de fondo, la construcción de una catedral o la peste negra. Hay que dar mucho más de lo que el público logra ver en la pantalla, de manera que la apague y se lea el libro.
–¡Oiga, Follet!, ¿y qué hace usted cuando se atasca escribiendo?
–Pues me levanto y me pongo a andar así… Y Follet recorre a grandes zancadas el pub, con cara de enorme preocupación, concentración y disgusto. Dudo que nadie quisiera cruzarse con él en momentos así. "Mi esposa Barbara advierte a todo el que entra a trabajar en casa: ‘Si ve al señor Follet caminando de un lado a otro y le mira fijamente como si le odiara, no se asuste, ni siquiera le ve’".
Ken anuncia que se tiene que marchar a tocar el bajo con su banda al otro lado de la ciudad y que nos vemos allí más tarde. Lo encontramos en The Links, un local de ensayo en una estrecha callejuela de Charing Cross. Un chaval pregunta, al abrir la puerta: "¿Buscáis a los chicos de la sala naranja?". Imaginamos que sí… dejamos atrás una cabina insonorizada repleta de jóvenes y, en la siguiente, nos topamos con un Follet cañero: camiseta blanca sin mangas, vaqueros y guitarra Steinberger Spirit en mano. A su lado, su hijo Emanuele, un exitoso empresario de unos 40 años, viste pantalones pirata, camisa abierta y zapatillas deportivas. Son, con un batería, una cantante y un guitarra más, los Damn Right, I Got the Blues. Con voz leonina, Follet canta Mustang Sally (1965) y ensaya temas de Lenny Kravitz. Cualquiera le habría confundido con un rockero bohemio, a no ser que reparara en el detalle aparcado a pocos metros del lugar: un deslumbrante Masseratti, de singular matrícula: KEN25P.
Por MERCEDES IBAIBARRIAGA.
Fotografías de LUIS DE LAS ALAS
[Fuente: elmundo.es]
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