La hora del urogallo
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Un ejemplar macho de urogallo en época de celo. Foto: Gaztelu.
■ La del alba en los bosques del Pallars Sobirà.
Aún faltan dos horas para que amanezca en los valles más altos del Pallars Sobirà, en los hayedos y abetales que pueblan el alto Pirineo de Lérida. El cielo, negro y estrellado, apenas despide algo de luz; la suficiente para que la nieve acumulada en el suelo la amplifique, bañando el bosque en una luz espectral. Suficiente para avanzar.
Esta hora que precede al amanecer es la más fría del día. Pero eso no es importante en estos bosques de montaña, último reducto en el sur de Europa para algunas especies originarias de los gélidos bosques boreales. Los urogallos, entre otros. Por eso, pese a los varios grados bajo cero, un mochuelo boreal ulula a la noche. Una llamada pulsante y larga, muy frecuente en la taiga del norte pero bastante rara en estas latitudes más meridionales. Inmediatamente, un corzo ladra asustado, y corre hacia el fondo del valle.
Poco a poco nos aproximamos al cantadero de los gallos de bosque. Podemos percibir, muy lejos, la voz de uno de los machos. A la vez, del murmullo del valle se destaca un ronroneo, seguido de un fuerte silbido: una becada pasa por encima, rápida como una flecha.
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