Explotadas por el suave cachemir
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■ Miles de mujeres y niñas trabajan en afganistán extrayendo el cachemir del pelaje de las cabras. Lo hacen en condiciones infrahumanas: por 10 horas de trabajo diarias apenas cobran un euro, mientras que una bufanda elaborada con este material cuesta 150 euros en las mejores boutiques europeas. la periodista recoge sus trágicos testimonios.
MISERIA | EL AFGANISTÁN DE POSGUERRA
Artículos de lujo.
Un enjambre de mujeres afganas trabaja a destajo en dos tiendas de campaña gigantes entre montañas de pelo de cabra.
También hay niñas y criaturas de pecho y el ambiente es irrespirable, sofocante y vomitivo. Algunos niños berrean, pero nadie les hace mucho caso.
No hay tiempo que perder y sí mucho trabajo. Desde la calle no se ve absolutamente nada. Todo lo disimula un muro alto y un gran portón donde un vigilante controla quién entra. Las que tanto trabajan son las mujeres del cachemir, que se dedican a limpiar la lana que produce una particular raza de cabras de Asia Central. En las boutiques de Madrid, Barcelona, París o Milán las prendas confeccionadas con este material se consideran un artículo de lujo, sólo al alcance de ciertos bolsillos.
La ciudad de Herat, en el oeste de Afganistán, es el mayor centro de producción y acopio de cachemir en este país. Cada año se obtienen allí unas 1.200 toneladas de esta fina pelusa, que hay que separar del pelo de las cabras con el que se encuentra enredada, para luego exportarla al extranjero. Este arduo trabajo lo hacen exclusivamente mujeres y, además, a mano. En el mercado de Ghowdat Gavage, uno de los muchos que hay en Herat, se calcula que hay hasta dos millares de féminas empleadas en este oficio. Otras trabajan en tiendas de campaña que los empresarios han levantado en parcelas de terreno a modo de fábricas clandestinas y también en sótanos y estancias que acostumbran a ser oscuras, sin ventanas y nada ventiladas.
Las mujeres acuden a trabajar con sus criaturas y, rodeadas de suciedad, comen, amamantan a sus bebés o lo que haga falta. Así, durante casi ?0 horas de jornada laboral, seis días a la semana y bajo la vigilancia de un supervisor que, plantado entre ellas, controla que trabajen sin parar. "Las mujeres limpian la lana mejor que los hombres", dice Musa Adamhan, uno de los jóvenes que vigilan a las trabajadoras, para justificar que este oficio sea ahora exclusivamente femenino. No lo fue así, sin embargo, en la época de los talibán, cuando las mujeres tenían prohibido trabajar fuera del hogar. Entonces los hombres también se dedicaban a ello.
Basir Ahmad, que desde hace ?8 años se dedica a tratar la piel de las cabras para arrancarle el cachemir y el pelo, explica que ahora las mujeres son las únicas que pueden hacer este trabajo porque sólo ellas aceptan la miseria de sueldo que se les paga: 80 afganis al día, es decir, unos 1,14 euros.
Mahabin Mohammad es una de las mujeres empleadas en el sector del cachemir en Herat. Trabaja desde hace 15 años. Tiene cinco hijos pequeños y su marido está medio ciego, así que o ella se dedica al cachemir o no entran ingresos en casa. Sus dos hijas mayores, Qamar Gole, de 12 años, y Layeqe, de 11, antes iban al colegio pero ahora trabajan con la madre. "Muchas veces lloran porque no quieren venir", se queja Mahabin. "Hoy incluso he tenido que pegar a una de ellas porque no había manera de que saliera de casa". La madre y las dos niñas caminan cada día hasta el trabajo para ahorrarse el dinero del autobús. Les lleva una hora llegar. Parten a las seis de la mañana y regresan 12 horas más tarde, en torno a las seis.
Las hijas trabajan en el mismo sitio y en las mismas condiciones que la madre, pero por menos dinero. Producen menos y, por lo tanto, cobran peor. "Limpiar un kilo de pelo de cabra me lleva unas cuatro horas", calcula Mahabin. En una jornada laboral puede limpiar como máximo un par de kilos. Las dos niñas juntas hacen la mitad del trabajo que la madre y en total la familia cobra diariamente unos 120 afganis. Menos de dos euros. "Por el alquiler de la casa ya pagamos 2.000 afganis al mes (28,5 euros)", dice la mujer.
Por la noche Mahabin continúa limpiando pelo, pero en casa, como si de una pesadilla se tratara. Cada día, tras la jornada laboral, se lleva un saco lleno, y lo devuelve al trabajo a la mañana siguiente perfectamente manipulado.
[Fuente: elmundo]
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