Algeciras, la bahía tóxica
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■ De los 96.000 buques que cruzan anualmente el Estrecho, unos 30.000 fondean en Algeciras. Muchos aprovechan para repostar en las gasolineras flotantes de Gibraltar, donde el fuel es más barato.
El caso Prestige no es insuperable.
Científicos y ecologistas alertan de que el deterioro de Algeciras es peor. La bahía gaditana registra la mayor contaminación por hidrocarburos de España, acosada por el tráfico de petroleros y las gasolineras flotantes de Gibraltar. Mientras el `New Flame´ lleva nueve meses varado en sus aguas cargado de combustible, el riesgo de nuevos naufragios parece, más que probable, inevitable.
Punta de Europa, Gibraltar.
Alboroto de gaviotas y griterío de niños de un colegio cercano. Dormita un pastor alemán en un chalé con piscina y flameante bandera: la Union Jack. Muy cerca, una mezquita pagada con petrodólares saudíes, su esbelto minarete como un alfilerazo de fe en territorio infiel. Arrogancias foráneas en el lugar más meridional del continente europeo. Turistas británicos bajan de un minibús. Otean con catalejos el horizonte desde la batería Harding’s. La vista impresiona: África. El monte Hacho, Ceuta, el Sidi Musa, el monte Renegado... Y el tráfico de barcos en el Estrecho. Mercantes, petroleros, ferris... Casi 100.000 buques entran o salen del Mediterráneo por aquí cada año. En el mundo, sólo el canal de Suez está tan congestionado.
Algo sobresale de las aguas a media milla:
La proa y la cabina de un barco chatarrero, el New Flame. Lleva ahí nueve meses. Un cascarón oxidado que alberga en sus bodegas 42.000 toneladas de tubos de escape. Bandera de conveniencia (Panamá); capitán griego que entra en Gibraltar para repostar porque allí el fuel es más barato y no suelen inspeccionar la carga, y que zarpa sin avisar. La fatalidad hizo que un petrolero noruego se cruzara en su camino. ¿La fatalidad? Lo extraño es que no haya más accidentes. Y menos mal que el buque noruego era de doble casco, si no estaríamos lamentando una catástrofe ecológica como la del Prestige en Galicia.
Lo que indigna a los habitantes de los municipios del campo de Gibraltar arrimados a una bahía, la de Algeciras, que comparten con la colonia británica, es que el New Flame sigue ahí. Encallado en un banco de arena, aunque las autoridades gibraltareñas hablen sólo de «una cierta pérdida de flotabilidad». Tiene guasa...
El desastre de Galicia fue producto de una serie de decisiones calamitosas y urgentes. Cada minuto era crítico. Este Prestige andaluz es un desastre a cámara lenta. Sólo cuando se acercaban las elecciones y el séptimo derrame de combustible ensució las playas gaditanas, el Gobierno español llamó a consultas a la embajadora británica y la Junta de Andalucía decidió demandar a las autoridades del Peñón.
Gibraltar se defiende: el coste de reflotar el chatarrero es alto y el armador y la aseguradora remolonean. Y, además, niegan con un pasmoso desparpajo que existan vertidos, aunque ya se han recogido 300 toneladas de chapapote. Hartos, los grupos ecologistas denunciaron el caso ante la Unión Europea. «No sólo el Reino Unido, España también es culpable por no apretarle las tuercas a las autoridades gibraltareñas», puntualiza Juan López de Uralde, director de Greenpeace.
Gibraltar, que por algo tiene una torre fortificada y una gran llave en su bandera, ventila sus asuntos en privado. La colonia es un paraíso fiscal gracias a su discreción. Los ecologistas se quejan del secretismo y temen que pueda haber baterías o algo más peligroso en la panza del New Flame. Todavía se recuerda el caso de la multinacional Acerinox hace una década. En una carga de chatarra se fundió una fuente de cesio-137. Contaminación radiactiva. El Ministerio español de Medio Ambiente tranquiliza a la población. «No hay material radiactivo en el New Flame», asegura. ¿Cómo lo sabe? Porque se lo ha dicho Gibraltar. Como para fiarse... Viene a la memoria la reparación del submarino nuclear Tireless. O el expolio del pecio de un galeón español por parte de la empresa norteamericana Odissey. España llevó el caso a los tribunales, pero ya era tarde. Un avión había despegado de Gibraltar cargado con 17 toneladas de oro y plata. Y los cazatesoros han anunciado que vuelven al Estrecho.
¿No puede España meter mano?
El estatus especial de Gibraltar obliga al barco de Capitanía Marítima de Algeciras a quedarse a una milla del Peñón y mirar con prismáticos e impotencia. Pero resulta que España no reconoce que Gibraltar disfrute de aguas bajo su jurisdicción. ¿En qué quedamos? Jesús Verdú Baeza, profesor de la Universidad de Cádiz, se remonta al Tratado de Utrecht, en 1713, para explicar esta paradoja: «Oficialmente, España mantiene que la cesión de Gibraltar se realizó sin aguas bajo su jurisdicción, salvo las aguas interiores del puerto. En la práctica no se ejerce control en la mitad oriental de la Bahía, bajo supervisión gibraltareña». Y Gibraltar se aprovecha a fondo. Lo más grave es que se lucra con actividades de alto riesgo, como el suministro de combustible a los buques que allí fondean para llenar sus tanques y seguir viaje. El repostaje no está prohibido, pero tal y como se hace allí, desde gabarras y gasolineras flotantes, es una temeridad.
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Gibraltar ha convertido la bahía de Algeciras en la gran gasolinera marítima del Mediterráneo. Mercantes de todo tipo y pelaje, con banderas de países tan poco fiables como Antigua o Liberia, eluden los puertos europeos, donde las inspecciones son cada vez más estrictas. Además, se ahorran la tarifa Marpol.
El Peñón ha multiplicado por cuatro las operaciones de repostaje, también llamado `bunkering´ desde 1990. En consecuencia, ha multiplicado por cuatro el riesgo de una marea negra. Las gasolineras flotantes con base en la colonia abastecieron en 2007 a 5.640 barcos. En total se transvasaron 4,3 millones de toneladas de combustible, el doble que el puerto de Algeciras. Pero en Algeciras las gabarras que abastecen a los barcos reciben el fuel desde tuberías en tierra. En Gibraltar es más arriesgado.
La escasez de espacio del puerto obliga a que los suministros pasen por enormes depósitos flotantes. Ni siquiera utilizan barreras anticontaminación para prevenir la dispersión en caso de un accidente o un derrame. La Unión Europea ha abierto una investigación.
Para añadir incertidumbre, de los 96.000 barcos que cruzan anualmente el Estrecho (el 10 por ciento del tráfico mundial), unos 30.000 atracan o fondean en los dos puertos de la bahía: Gibraltar o Algeciras. Pero Gibraltar no comunica los movimientos de buques a Algeciras, y viceversa. Imagínense un aeropuerto compartido por dos países. Cada uno con su torre de control. Pero que ninguno avise al otro de los despegues y aterrizajes. Pues lo mismo, pero con barcos.
¿Cómo se aclaran? Pues espiándose mutuamente. Los canales de radio están abiertos y una capitanía puede escuchar las conversaciones de la otra. Si añadimos el trasiego de los mastodónticos petroleros que cargan y descargan crudo en la refinería de San Roque, no es extraño que la bahía de Algeciras sea la zona más contaminada de España por hidrocarburos. Y que el peligro esté siempre latente.
El naufragio del chatarrero sólo es el último de los percances. En cuestión de meses se han sucedido los vertidos del buque frigorífico Sierra Nava, que contaminó 3.000 toneladas de arena en una playa; de la gabarra Ellie, del Mercosul Pescada... Y en los últimos cinco años han sido 60 los vertidos de sustancias tóxicas.
Una tesis doctoral de la Universidad de Cádiz llega a una conclusión inquietante: la bahía de Algeciras sufre una degradación mayor que la costa gallega, afectada por las 77.000 toneladas de fuel que vertió el Prestige. Las zonas más castigadas son las que lindan con el Peñón y las desembocaduras de los ríos Palmones y Guadarranque, que arrastran los residuos de las industrias instaladas en San Roque y Los Barrios. La investigación ha detectado dos grupos de contaminantes: el tributil estaño (se utiliza en las pinturas de los barcos) y residuos cancerígenos de carbón y petróleo. En 2002, las autoridades españolas pusieron en marcha un plan de vigilancia que redujo en un 40 por ciento los episodios de contaminación gracias a las inspecciones de la Capitanía Marítima, que comenzó a imponer multas de hasta 600.000 euros a los barcos que derramaban combustible. Pero esta iniciativa nació con una limitación frustrante: la zona que gestiona Gibraltar. Los capitanes de los buques saben bien dónde no serán importunados.
Los vecinos del campo de Gibraltar también viven pendientesde la dirección del viento. Según sople de levante o poniente se tragarán distintos humos de las chimeneas de los complejos industriales. Refinería, central térmica de carbón, ciclo combinado, planta siderúrgica y una madeja de torres de refrigeración, piscinas de deslastre, antorchas de quemado y kilómetros de tuberías los han convertido en expertos catadores de aromas industriales. Ojo. Un tejido industrial que da de comer a muchas familias (unos 28.000 empleos) en una comarca con algo más de 220.000 habitantes. Cuando hay poniente, los malos olores van hacia San Roque y La Línea.
El levante los empuja hacia Guadarranque y Algeciras. Seis millones de toneladas de CO2 y los efluvios malsanos del nitrógeno y el benceno. Basta hinchar los pulmones para darse cuenta de que aquí sufren los asmáticos. Y hay unos cuantos...
Cepsa se está sometiendo a una auditoría, obligada por la Junta, debido a varias nubes tóxicas que han gaseado las barriadas más cercanas. Las cenizas de Acerinox, arrastradas en ocasiones por el viento, también causan inquietud. Medio Ambiente descarta que sean radiactivas, pero los vecinos piden más análisis, puesto que se han encontrado trazas radiactivas en residuos similares en las marismas de Huelva.
Cuando el cielo se pone de color mandarina y las antorchas emiten grandes lenguas de fuego, malo... Y si huele a huevos podridos, la fuga es de azufre. Los vecinos se quejan de irritaciones oculares, náuseas y dolores de cabeza. Los peor parados son los de Puente Mayorga.
«Pedimos un estudio epidemiológico. Queremos saber por qué nos morimos antes, por qué hay tanto cáncer de pulmón y tiroides, y tantas alergias y asma entre los chiquillos», exige Raquel Ñeco, vecina y ecologista. Han recogido 15.000 firmas, pero ni caso. Un trabajo de la Universidad Pompeu Fabra ya alertaba de las muertes prematuras en esta zona, pero no pudo establecer una relación con las industrias. En la Junta achacan estas muertes al sobrepeso, el tabaquismo y la vida sedentaria. Pero ves a los niños jugar en los columpios a escasos metros de las chimeneas que `vomitan´ humo. Y por todas partes hay gente haciendo deporte, aprovechando las instalaciones y paseos que serpentean entre las grúas. Gente que se esfuerza por vivir saludablemente. Algo que se antoja una heroicidad.
[Fuente: xlsemanal ]
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