Riesgo de hambruna
• SOCIEDAD
■ La ayuda humanitaria a 73 millones de pobres peligra por el 'agujero' de 500 millones que arrastra el organismo.
Cuando parecía que el pulso contra la pobreza cedía, la abrupta escalada de los precios en los alimentos básicos, sumada a una más sostenida pero igual de dramática en los combustibles, amenaza con provocar todo lo contrario: una catástrofe humanitaria de dimensiones planetarias. La complacencia ha dado paso a la alerta roja. Los organismos multilaterales advierten que toda una década de esfuerzos para erradicar el hambre y la malnutrición pueden quedar en nada si los países que más tienen no arriman el hombro, ahora más que nunca.
Los gritos de los más hambrientos se escuchan ya por medio mundo y han impactado en forma de cóctel molotov contra las sedes de varios gobiernos. La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en inglés) ha advertido que las protestas se pueden extender al resto de la población mundial que gasta más de la mitad de sus ingresos en alimentos: la del Africa subsahariana y el sudeste asiático, sobre todo, pero también a quienes viven en otras zonas calientes en el mapamundi del hambre.
La FAO calcula que un total de 854 millones de personas sufren de malnutrición en el mundo. Pero el avance de los precios amenaza con sumar nuevos miembros al siniestro club de la miseria. Basten dos ejemplos: con el mismo dinero, un salvadoreño compra ahora la mitad de alimentos que hace año y medio, y en Afganistán, la factura de alimentación de una familia se ha multiplicado por cuatro. El presidente Hamid Karzai ha pedido a Naciones Unidas 77 millones para alimentar a 2,5 millones de afganos. El problema es que quienes hasta ahora podían comprar para ellos el trigo o la harina, básicos en la dieta nacional, también están mordiendo el polvo.
Las facturas se han disparado para el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (PMA), que sostiene de forma directa a una décima parte de los que no tienen qué llevarse a la boca. A finales de febrero, el PMA revisó su presupuesto, que incialmente era de 2.900 millones de dólares para 2008. Con los precios un 40% más altos que a mediados de 2007, concluyó que necesitaba 500 millones más para alcanzar su objetivo de asistir a 73 millones de pobres. Dos meses después, con la inflación al 55%, «el agujero puede ser mucho mayor», explica a MERCADOS un portavoz del organismo.«Si no logramos los fondos extraordinarios a tiempo, nos enfrentaremos al dilema de recortar el número de beneficiarios o disminuir las raciones distribuidas», advierte Annabel Wang desde Pekín.
Como una bomba de precisión, una «tormenta perfecta» de factores ha desatado el huracán inflacionario sobre los más necesitados: el cambio de la dieta en economías emergentes como China o la India; la abultada factura energética, que ha trasladado subidas a toda la cadena agrícola, desde los fertilizantes hasta el transporte; la competencia entre alimentos y biocombustibles; y los embates del calentamiento global. Según un alto funcionario de Naciones Unidas, la incidencia de sequías e inundaciones se ha duplicado en dos décadas.
A este cuadro hay que sumar la escasez en la producción de arroz, que ha obligado a muchos países a poner coto a sus exportaciones; la debilidad del dólar, moneda en la que se cotizan la mayoría de materias primas; y según el análisis del Banco Mundial, la prevalencia de barreras comerciales a productos agrícolas. Su impacto, señalaba esta semana un informe de la institución, «puede minar los avances que se han hecho en materia de pobreza durante los últimos cinco o 10 años».
La cuestión que deben resolver ahora los burócratas es cómo alimentar al mundo cuando no es que falten alimentos, sino que muchos no se los pueden pagar. No sólo ocurre en las aldeas africanas, donde la punzada del hambre en el estómago es habitual. El fenómeno se ha extendido a las ciudades, donde millones de personas ven los mercados repletos de productos pero desisten de adquirirlos cuando se llevan la mano al bolsillo. Es lo que el PMA llama «la nueva cara de la pobreza», la miseria de la clase urbana.
Su agonía está explotando por todo el planeta, desde México a Indonesia. En Marruecos, las revueltas se han saldado con decenas de detenidos. Pakistán ha reintroducido las cartillas de racionamiento por primera vez desde los años 80, mientras otros muchos gobiernos han optado por pasar a controlar los precios. Acosado por las protestas, el egipcio ha destinado subsidios extraordinarios para la población más miserable. El propio PMA ha pedido agilizar las donaciones para Haití, donde cuatro quintas partes de la población sobreviven con menos de dos dólares al día. Las protestas han paralizado esta semana la capital, Puerto Príncipe, y se han saldado con cinco muertos y decenas de heridos. Similares revueltas acabaron con la vida de al menos 40 cameruneses en febrero.
Los pronósticos tampoco son halagüeños. La subida de precios no es coyuntural, y aunque puedan descender ligeramente después de 2009, como predice el Banco Mundial, queda descartada la vuelta a los niveles previos a 2004. «Incluso si las materias primas no subiesen ni un céntimo más, el reto al que nos enfrentamos este año para alimentar a la gente es inmenso», dice Wang. El Programa se financia con las contribuciones voluntarias de las naciones más ricas del planeta y algunas entidades privadas.Estados Unidos, el mayor donante, aportó 1.100 millones de dólares en 2007, seguido por la Unión Europea (250 millones) y Canadá (160 millones).
Pero Washington ha advertido que, tal y como están los precios, podría verse obligado a recortar su contribución, más de la mitad de la cual se destina ya al pago de las navieras que transportan la ayuda. España ha sido junto a Alemania, uno de los primeros países en reaccionar a la llamada de socorro del PMA, donando siete millones adicionales, además de comprometerse a elevar su contribución ordinaria hasta los 40 millones (el año pasado fueron casi 30), algo que nos podría situar entre los 10 primeros contribuyentes.
No obstante, queda más de medio año por delante y muchos estómagos que saciar. «Las catástrofes naturales, que no podemos predecir, podrían devastar cientos de miles de vidas y esta gente nos pedirá ayuda a nosotros para sobrevirir», advierte el organismo. La cuestión es: ¿Estará el mundo preparado para responder?
[Fuente: elmundo]
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