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Massiel


• CRÓNICAS DE SOTOANCHO


■ Minifalda, trajecillo de lentejuelas y el estribillo pegadizo del Dúo Dinámico que triunfa en Eurovisión.


Así que las autoridades franquistas prohibieron a Serrat cantar el La, la, la en catalán en el Festival de Eurovisión y los sustituyeron por Massiel. Minifalda, trajecillo de lentejuelas y el estribillo pegadizo del Dúo Dinámico que triunfa en Eurovisión. Mayor repercusión que el gol de Zarra, el quíntuple crimen de Jarabo, la boda de Celia Gámez, la muerte de Manolete y la aparición del Seiscientos, primera libertad, a cambio de 50.000 pesetas, del franquismo. Aquel año, 1968, nació el príncipe, perdió España la Guinea Ecuatorial, nacieron las trillizas “tres millones”, surgió la ETA, el doctor Martínez-Bordiú intentó, sin éxito, el primer trasplante de corazón en España, reapareció y se pegó una nueva torta la trapecista Pinito del Oro, y Marisol y Palomo Linares protagonizaron la inmortal obra cinematográfica Solos los dos, que no vio ni la familia de una ni del otro. El año del La, la, la, síntesis de música, letra e interpretación sencillamente inolvidable.
Al año siguiente, el festival se celebró en Madrid y Massiel marcó otra pauta. Su abrigo de chinchillas. El espectáculo más terrible de la década de los sesenta, más tecnócrata que falangista. Aquella aparición chinchillera llevó a Massiel a la cúspide de la horterada universal, sólo comparable a la grifería de oro que se hizo instalar en su cuarto de baño un portentoso nuevo rico en su casa-esplendor de las afueras de Madrid. “Me gusta ver oro hasta cuando estoy en el bidé”, reconoció a sus más íntimos gorrones. Como Massiel con las chinchillas.
Pasados los tiempos, del La, la, la y las chinchillas saltó a Zayas, el PSOE y el retroprogresismo. Lo poco que le quedó por cantar lo hizo mal, y pasó a ser protagonista de debates angustiosos en los platós rosas y hepáticos de los programas del corazón. Arreglando algo de su casa cayó de lo alto de una escalera, accidente que produjo en España una conmoción perfectamente descriptible.
No es mujer de silencios ni de prudencias. Lo contrario que María de Metternich que sabía callarse en ocho idiomas. En su voz lleva su penitencia, en el caso de que sea merecedora de pena por algo. Buzón inconmensurable, agilidad perdida. Hoy firma manifiestos e intenta meterse en el selecto club de los Progresistas de Visa Oro, como los llama Alberto Cortez. Pero lo de hoy apenas importa. Su gloria está en el ayer, en el año de 1968, en aquella noche del Festival de Eurovisión, que tanto emocionó a Franco cuando oía: “Spain, L’Espagne. Ten points, dix points”

[Fuente: Alfonso Ussía]

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