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María Pacheco



 / GASPAR MEANA

■ María Pacheco, la indómita mujer que se enfrentó a un emperador.

Nació en Granada en 1496. Su padre acordó casarla con Juan de Padilla, sobrino del comendador mayor de la Orden de Calatrava, quien años después lideraría la revuelta comunera contra Carlos I. Tras ser ajusticiado, María enarboló en Toledo la causa de su esposo poniendo en jaque al rey.

El 23 de abril de 1521, los comuneros castellanos eran derrotados en Villalar por las tropas imperiales de Carlos I. Sin embargo, aún quedó en la ciudad de Toledo un último bastión defendido por una mujer determinada a resistir hasta el fin. De ella se dijo que fue "leona de Castilla,brava hembra y centella de fuego".

María Pacheco nació en 1496 en el palacio de la Alhambra (Granada), lugar donde residían sus padres, don Íñigo López de Mendoza —conde de Tendilla y primer marqués de Mondéjar— y doña Francisca Pacheco, hija del primer marqués de Villena. La circunstancia de tomar el apellido materno se debió, en buena parte, a que quiso diferenciarse de su hermana mayor, llamada igual que ella, y de otra natural de su padre a la que pusieron idéntico nombre.

En sus años infantiles recibió una exquisita educación propiciada por el ambiente culto que predominaba en su casa familiar y, en ese sentido, fue muy versada en las disciplinas de latín, griego, matemáticas, historia y literatura, con especial predilección por la poesía.

Su adolescencia fue esplendorosa, lo que hizo presumir una magnífica boda con algún pretendiente de alta alcurnia, tal y como había ocurrido con el resto de sus hermanos. Pero el padre pensó otra cosa y el 10 de noviembre de 1511 estableció un acuerdo matrimonial con el toledano Juan de Padilla, a la sazón sobrino del comendador mayor de la Orden de Calatrava, con quien los Mendoza deseaban estrechar lazos de amistad.

La temperamental María se rebeló contra esta decisión arbitraria, aunque el dictado de los tiempos imponía este tipo de costumbres y la joven tuvo que asumir un matrimonio en principio no deseado, ya que pensaba que el novio no alcanzaba categoría suficiente para emparentar con su familia por ser miembro de la nobleza menor.

No obstante, la boda se llevó a cabo en enero de 1515, y al año siguiente nació Pedro, único descendiente de una pareja que cada vez se profesaba más amor. En esa época, Padilla ocupó el puesto de capitán de las gentes de armas en Toledo que había ejercido su padre hasta su fallecimiento. Allí se fue con su familia. El traslado coincidió con los primeros capítulos de gobierno del monarca español Carlos I, cuya actuación desató una airada respuesta por parte de las ciudades castellanas. Éstas consideraban que los asesores extranjeros que traía consigo el rey y los excesivos tributos establecidos en Castilla menoscababan la autonomía y el realce económico adquiridos por estas ciudades hispanas en decenios anteriores.

Finalmente, las tumultuosas reuniones de los cabildos castellanos desembocaron en un conflicto fratricida conocido como guerras de las Comunidades. En la contienda Juan de Padilla asumió la capitanía del ejército revolucionario con iniciales victorias que incitaron al optimismo en las filas comuneras.

Sin embargo, la potencia de las tropas imperiales sumada a la decisión, contraria de Juana la Loca a secundar aquella iniciativa contra su hijo provocaron serios reveses a la causa de los comuneros hasta concluir en su total derrota en la batalla de Villalar, celebrada el 23 de abril de 1521.

Un día más tarde, Juan Bravo, Francisco Maldonado y el propio Juan de Padilla —cabecillas de la revuelta— eran ajusticiados y sus cabezas expuestas como escarmiento. En principio, se creyó que el conflicto había llegado a su fin, empero, la dolida y ahora viuda María Pacheco decidió clavar la bandera comunera en la ciudad de Toledo, donde recibió apoyo incondicional de casi toda la población y de algunos líderes rebeldes supervivientes.

La resistencia toledana se prolongó durante meses con la Pacheco parapetada en el Alcázar de la ciudad hasta que los ejércitos del rey lograron rendir la plaza, no sin antes rubricar algunos acuerdos ventajosos para los sitiados. Si bien, aquellos días de obstinación habían supuesto para el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico una pequeña humillación encarnada en la figura de aquella indómita fémina. Jamás sería perdonada por esta afrenta y fue irreversiblemente condenada a muerte, pena capital de la que se pudo librar escapando de Toledo, amparada por la noche y vestida de humilde campesina.

La conocida popularmente como Leona de Castilla logró llegar a Portugal para instalarse en las cercanías de Oporto, donde vivió de forma muy modesta los últimos años de su vida. Falleció en marzo de 1531, cuando contaba 35 años de edad. La causa de la muerte, según los galenos que la atendieron, fue un terrible dolor en el costado. Sus restos jamás se pudieron unir a los de su amado esposo, pues nadie quiso incomodar con esta petición y último deseo de la brava heroína al soberano que vio peligrar la estabilidad de su reino con la actuación de María Pacheco.

[Fuente: Juan Antonio Cebrián/ GASPAR MEANA]

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