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María San Gil


• CRÓNICAS DE SOTOANCHO


■  Mientras exista una como ella, los canallas que asesinan no podrán vencer.

Presidenta del Partido Popular en el País Vasco. Guipuzcoana. Donostiarra. Amante de la paz, la libertad, la convivencia y la tolerancia. No puede pasear por su ciudad sin escolta. En sus ojos, profundísimos, se lee el paisaje de la bahía de la Concha. A veces, alegres como en los días claros del norte de España. En ocasiones, tristes y húmedos, desesperanzados por tanta brutalidad e injusticia sufridas en su propia piel y en la de los suyos. Que así estaba, feliz y libre, tomando un aperitivo en La Cepa de la Parte Vieja de San Sebastián, a un paso del ayuntamiento, cuando vio cómo asesinaban de un tiro en la nuca a su amigo Gregorio Ordóñez, teniente de alcalde del ayuntamiento donostiarra. Gregorio, Goyo, hablaba con ella cuando una ráfaga maldita, una sombra criminal, pasó por su espalda y le descerrajó un tiro en la cabeza. María, vencido momentáneamente el horror y el estupor, salió a la calle a perseguir al asesino, pero nadie vio nada, nadie le indicó nada, nadie se atrevía a haber intuido nada.
Dolor soportado
Tomó el relevo de Goyo. Vivió la muerte de decenas de compañeros de partido y de socialistas honrados, de la época de Redondo Terreros y Rosa Díez. Se le rompió el alma cuando los terroristas secuestraron, torturaron y asesinaron a Miguel Ángel Blanco. En el mismo barrio vivía y sacaba su perrito a mear, tranquilo, seguro y sin escolta, el nacionalista Joseba Egibar. Ni una palabra de ánimo ni de pésame. Ella era uno de los frutos que caían y él de los que meneaban el árbol, según la brillante metáfora de Xabier Arzalluz. Tanto dolor soportado, tanta angustia vivida, tanta amenaza insistente, tanto miedo vencido, le pasaron la factura física de un cáncer. Y venció al cáncer como triunfó sobre el miedo. María San Gil, firme como una roca de la proa de Igueldo, le ofrece todos los días a los terroristas y los que amparan a los terroristas la maravilla de su sonrisa, su mirada clara y su palabra sincera. No conoce el odio, pero sí la energía para combatir la barbarie. Ella, junto a Regina Otaola, María José Usandizaga y tantas vascas valientes y decididas, mantiene en pie la Constitución, libertad y españolidad de las tierras vascas, mientras los nuevos socialistas de Patxi López, Eguiguren y demás calaña, se han entregado al despropósito. Mientras exista una María San Gil, los canallas que asesinan, secuestran, extorsionan y amenazan, y los que se benefician de su perversidad, no podrán vencer. Podrán asesinarla, pero ella vivirá siempre. Guapa.

 

[Fuente: Alfonso Ussía]

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