El cordero y el lobo
■ Uno de los corderos mamantones,
que para los glotones
se crían sin salir jamás al prado,
estando en la cabaña muy cerrado,
vio por una rendija de la puerta,
que el caballero lobo estaba alerta,
en silencio esperando astutamente
una calva ocasión de echarle el diente.
Mas él, que bien seguro se miraba,
así lo provocaba:
«Sepa usted, Señor Lobo, que estoy preso,
porque sabe el pastor que soy travieso;
mas si él no fuese bobo,
no habría ya en el mundo ningún lobo.
Pues yo corriendo libre por los cerros,
sin pastores, ni perros,
con sola mi pujanza, y valentía
contigo y con tu raza acabaría.
Adiós, exclamó el lobo, mi esperanza
de regalar a mi vacía panza.
Cuando este miserable me provoca
es señal de que se halla de mi boca
tan libre como el cielo de ladrones.»
Así son los cobardes fanfarrones,
que se hacen en los puestos ventajosos
más valentones, cuanto más medrosos.
Samaniego
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