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Calvario de un enfermo de cáncer (y V).- Urólogo, Resultados prueba Bioxia


• MEDICINA Y SALUD


 medic


■  20 noviembre 2007

Tengo la consulta a las 11.38 horas en el Hospital. Consulta a la que acudo como siempre acompañado de mi esposa.

Sobre las 12:20 horas la enfermera me nombra para que pasemos.

Nos recibe el Doctor Carlos Cuervo.

Tomen asiento, ¿Qué tal Rafael?, nos dice.

Bien Doctor, contesté

Tengo una noticia buena y otra mala para ... (En ese instante un frió sudor recorrió mi cuerpo, pues hay que ser muy imbecil, para no intuir que la mala es horrible). La mala es que tiene un tumor maligno en la próstata; la buena es que es usted joven y con buen aspecto para afrontarlo.

El sudor frío se iba convirtiendo paulatinamente en golpes en el pecho como si de un martillo neumático se tratase. Es obvio que el propio Hospital aplastó totalmente mis pensamientos, quedándome sin poder articular palabra alguna.

Tras una, a mi me pareció larga, disertación sobre la enfermedad, en la que me explicó con lujo de detalles todo lo relativo a la maldita enfermedad, tales como que sin hacerme absolutamente nada, duraría entre 12 a 14 años; si se me daba quimio los años aumentarían y caso de operarme y quedar bien moriría de otra cosa, no de eso, ya que carecería de ello.

Mi cabeza rebotaba, supongo que la de mi mujer lo mismo, ya que observaba como hacía esfuerzos meridianos para no arrancar a llorar.

Viendo nuestro estado, empezó a darnos toda clase de ánimos, que desde aquí le agradezco infinito, y procedió a insinuarme qué pretendía yo hacer.

Hoy todavía no sé de dónde saqué fuerzas para hacerle yo a él la siguiente pregunta:

Doctor: Dios no lo quiera, pero ¿Si fuera..., ? No dándome tiempo para terminarle la pregunta, me contestó: Si fuera yo, me operaría.

Bueno, pues proceda como estime conveniente, le contesté.

Me contestó que iba a hacerme un TAC y Rayos para descartar que se hubiera extendido por el resto del cuerpo.

Nos despedimos de él y salimos con las orejas «gachas»

Cogimos el coche, con más cuidado que nunca, pues mi ánimo estaba por los suelo, y a duras penas llegamos a casa.

Comunicamos la noticia a nuestros hijos y familiares más allegados; mejor dicho lo comunicaba mi mujer, ya que yo estaba abatido.

Sin duda alguna uno de los días más amargos de mi vida.

 

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