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Circuito para caprichosos del Volante en Ronda

• MOTOR


Alma de bólido. Klaas Zwart, holandés de 56 años, es el dueño de este circuito .

♦ ASCARI | LA CREACIÓN DE UN MILLONARIO HOLANDÉS. Si usted es uno de esos locos de la conducción propietario de un gran deportivo ya tiene donde ponerlo/ponerse a prueba sin riesgo de perder puntos. En el exclusivo circuito de ascari, sierra de ronda, se da cita la «jet» del volante. Es la creación del holandés klaas zwart. Por 30.000 euros «cualquiera» puede dar 10 vueltas en un Fórmula 1.

► Ronda, un circuito para los caprichosos del volante.

■ Ronda suena a olés vestidos de Goya y trabucazos bandoleros, al eco del vertiginoso Puente Nuevo que se asoma al Guadalevín y a palos flamencos de madrugá. A esta sinfonía se han sumado otras voces: motores que braman, aceleradores a fondo, zumbido de bólidos acuchillando el aire serrano. La orquesta de la gasolina se afina en el circuito de velocidad más exclusivo del planeta. Se llama Ascari y por su asfalto rueda la adrenalina de millonarios de todo el mundo. Abrió rectas y curvas en 2004, pero se ha blindado con un calculado hermetismo para amplificar misterio y discreción. Incluso las señales que conducen hasta él se levantan minúsculas, disimuladas, como si se tratara del refugio secreto de una secta de adoradores de la velocidad.

Ascari se esconde en el kilómetro 10 de la carretera que conecta Ronda con Campillos, localidad malacitana donde se emplaza un internado al que mandaban a estudiar a los vagos. Otros críos –creciditos, pero igual de traviesos– se reúnen en el circuito para hacer novillos en sus empresas y probar sus carísimos juguetes. Big boys, big toys, o sea, niños grandes con rapidísimos cacharros para entretener un dinero que nunca se acaba.

Cifras veloces. Ascari cuenta con un garaje que tiene una capacidad para 500 coches: Ferrari, Porsche, Aston Martin...

Unidos bajo el concepto Ascari Race Resort, es decir, carreras+alojamiento de lujo+confort extremo cuando uno se baja del coche, el club lo forman 42 privilegiados socios. Denominadores comunes: amasan mucha, mucha pasta y se extasían con el olor a rueda quemada. Algunos de ellos salen en la prensa; otros aún no han sido cazados por el ojo escrutador de los medios. Entre ellos sólo hay ocho españoles (identidad top secret, algún presidente de gran empresa, profesionales del volante ya retirados...) El resto de miembros forma la torre de Babel del motor; pasaportes de Finlandia, Reino Unido, Alemania, Emiratos Árabes, Italia, Egipto, Estados Unidos... Damon Hill, campeón de Fórmula 1 en 1996, y Martin Brundle, antiguo piloto de Benetton y McLaren, son dos nombres conocidos en estos lares.

Bola negra. Donde la Costa deja de ser del Sol, Ascari extiende sus 5.425 metros de pista. En ella pasean a muchas millas por hora resplandecientes Ferrari, Lamborghini, Porsche, Aston Martin, prototipos de Le Mans y hasta Fórmula 1 de temporadas pasadas. La cuota para ingresar en esta comunidad ahuyenta a los que no llegan a fin de mes: 150.000 euros de entrada y un desembolso anual de 10.000. Ello da derecho a rodar 50 días al año. «Aunque no todo el que tiene dinero puede ingresar. Hay clientes a los que no les gusta que otros socios vengan con guardaespaldas. Queremos que sean una piña, no grupos separados. Si luego entre ellos hasta se intercambian coches», relata Lope Figueroa, madrileño, empedernido motero y responsable de que todo marche sobre ruedas en el Club Ascari.

Pero, ¿quién es el sumo sacerdote de esa familia con perfume de octanos? ¿Quién ha levantado esta maravilla serpenteante que se camufla entre la Sierra de las Nieves, los picos de la Hidalga, los Peñoncillos y el telón de Grazalema? ¿Quién se ha gastado 70 millones de euros para cumplir el anhelo de toda una vida? Un visionario llamado Klaas Zwart, que vino al mundo hace 56 años en la provincia holandesa de Friesland.

El circuito ha costado más de 40 millones de euros y que tiene 5.425 metros de pista.

Sideralmente rico. Su hoja de servicios explica que estudió Ingeniería Mecánica en su juventud. Que en 1980 fundó en Aberdeen (Escocia) la empresa Petroline. Que gracias a su inventiva, la compañía dotó de sistemas de seguridad y maquinaria de prospección a plataformas petrolíferas de la BP y la Shell en el Mar del Norte. En consecuencia, 250 patentes de prodigiosos artilugios relacionados con el oro negro llevan el sello de Klaas, soluciones que le convirtieron en sideralmente rico. En 1999, vendió su empresa a la estadounidense Wetherfords por 200 millones de dólares (146 millones de euros). Atrás dejaba la estela del petróleo para dedicarse en cuerpo y alma a su derivado: la gasolina.

Aunque sea una de las fortunas de Holanda, Klaas ha roto la hucha con Ascari. Se ha dejado más de 40 millones para hacer corpóreos sus deseos, que serán más de 70 millones –lo que pagó el Real Madrid por Zidane– con el hotel y el spa que verán la luz en 2009. «Serán 20 villas de lujo de más de 150 metros. La noche costará alrededor de 3.000 euros, que darán derecho a disfrutar de cursos de pilotaje y todas las actividades», enumera Javier Conesa, organizador de eventos de la compañía.

La mayoría de las ocasiones, el holandés llega al circuito a los mandos –este hombre tiene licencia hasta para manejar naves espaciales– de su propio helicóptero. Un inoportuno viento de poniente aborta el aterrizaje de Klaas en el helipuerto de Ascari: adiós a una foto de impacto. Hoy accede al trabajo por carretera. Le acompaña Carl Fogarty, cuatro veces campeón de Superbikes, genial piloto estadounidense. Se avecina actividad en pista. Los operarios arreglan –y reglan– bólidos que montan silenciador, por aquello de no molestar a la fauna colindante. Pasan el plumero a los Lotus Elisse, los BMW 325 y los Radical SR3, bólidos que sirven para aprender conducción profesional. Un día de curso básico para gobernar todos sus caballos cuesta 2.000 euros más IVA. Si se quiere conducir un Fórmula 3.000, el coste se va hasta los 2.500. Y cada vuelta con un Fórmula 1 –un Benetton de 2001– cuesta 3.000. Y hay que dar un mínimo de 10...

Los últimos en sacarse el carné de socio, imponentes rusos que chapotean en jacuzzis de rublos. Hace pocas fechas el soviético-londinense Roman Abramovich –tras haber amarrado uno de sus cayucos en Puerto Banús– bloqueó la instalación un par de días para marcar vuelta rápida con todo tipo de coches. Su séquito dejaba a su paso una polvareda de billetes de 500 euros. Se presentó con un Porsche del que sólo hay dos en el mundo, un Ferrari Enzo (lo tienen Nicolas Cage, Jamiroquai y Kimi Raikonnen) y un Mercedes reparado que despegó, literalmente, hace algunas ediciones de las 24 horas de Le Mans.

La mujer de Zwart sigue los pasos de un cliente.

Rugido de llaves de contacto. El semblante de Klaas augura diversión. El dueño se presenta jovial y despacha sonrisas a su llegada. Cráneo al cero que le confiere cierto aire de maduro superhéroe, bronceado costero, pantalón Tommy, mocasines en los pies y precioso reloj edición limitada marca Tom Coronel, un piloto holandés camarada de Klaas desde hace años. Tras despojarse de sus gafas Ray Ban, sus pequeños ojos se posan con satisfacción en sus dominios. «Éste es mi sueño hecho realidad. Adquirir esta finca fue muy duro, porque había inversores que querían hacer viviendas de muchas alturas. Yo no voy a destrozar la zona, como han hecho en la Costa del Sol. La idea es que Ascari forme parte del paisaje. Creo que lo hemos conseguido», relata exultante un hombre poco proclive a exponerse a la prensa. «Esto me cuesta dos millones de euros al año. Espero que sea autosuficiente y rentable, funcionando como un club privado de golf, cuando tengamos suficientes socios dentro de unos años», añade. De momento, los spots publicitarios, los eventos de empresas y las presentaciones de grandes marcas dejan dinero en caja. Porque ni un solo anuncio o patrocinador contamina el trazado. Tampoco hay gradas supletorias ni tribuna multitudinaria.

Enamorado de España –reside gran parte del año en una casa cercana a la estratosférica urbanización marbellí La Zagaleta–, Klaas sobrevoló dos años Andalucía en busca de ubicación para crear un circuito de velocidad que se convirtiera en un life-style. Encontró una finca de 174 hectáreas en 2000. Perfecta. Tras litigios con los ecologistas y dimes y diretes municipales, se dio luz verde a su construcción.

Medio ambiente. Los cochinos de pata negra que por aquí belloteaban se echaron a la derecha para dejar paso a las máquinas de alquitrán que alfombraron la pista. «Las 100 encinas que se arrancaron fueron trasplantadas. Además, plantamos olivos y árboles frutales, como exige Medio Ambiente», explica Lope con tono de sostenibilidad.

Una auténtica flota. El club dispone de vehículos para aprender conducción profesional, como estos tres Radical SR3.

Más emprendedor y aventurero que hombre de negocios, Klaas está detrás del dibujo y del trazado de Ascari. Dividido en tres secciones, consta de 13 curvas a derecha y 13 a izquierda, con diversas angulaciones y peraltes que exigen una conducción finísima. «A Fernando Alonso [que ha probado dos veces el recinto, debido a sus compromisos publicitarios] le encantó», aseguran. La recta más larga mide 470 metros y algunos tramos se inspiran en el Spa Francochamps (Bélgica) o la parabólica de Daytona (EEUU). Aunque a Klaas y los suyos no les interesa que la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) homologue el circuito con el fin de celebrar competiciones. «Vulneraríamos la filosofía Ascari. Aquí uno puede rodar tan rápido como quiera, pero no pretendemos que sea peligroso con competiciones ni piques», comenta Stephen Lewis, jefe de pista que curtió su carrera en el circuito de Silverstone, Inglaterra.

Mecánicos locales. Unos 60 trabajadores pululan por las instalaciones con su impoluto uniforme corporativo. Pese al predominio del inglés a la hora de comunicarse, el acento andaluz también tiene cuota. Klass quiso involucrar a profesionales de la comarca en el circuito, para generar empleo y no dar la sensación de oasis manejado por extranjeros. «Trabajaba en la Seat de Ronda como jefe de mecánicos. Estar aquí es un aprendizaje diario porque llega lo último en tecnología», comenta el rondeño Manuel Carrasco desde su puesto en boxes.

Codo con codo discuten sobre reglajes y tuercas comisarios y operarios procedentes de las localidades cercanas de Arriate o Parchite, que dieron cursos en Montmeló y en Jerez para familiarizarse con banderas a cuadros y aceite en pista. Hasta el jefe de cocina (delicioso su buen hacer) trabajó en el restaurante rondeño Tragabuche. En el taller suena radio fórmula española, pero ni rastro de calendarios con chicas que olvidaron la ropa. Muy cerca de gatos hidráulicos y llaves inglesas se esconde el enorme garaje con capacidad para 500 coches, más limpio que un quirófano.

Afuera, y para que la flota sea completa, el coche de bomberos y la ambulancia medicalizada velan constantemente por la seguridad. No faltan surtidores de gasolina, ni ocho boxes dobles, tampoco marquesinas de lavado: el sueño de cualquier crío. Pero a escala real.

Cuando la tarde alcanza su cenit, Klaas se enfunda mono, guantes y casco. Llega la hora de jugar. Por su sangre derrapa un ADN que siempre marchó deprisa, deprisa. Su abuelo y su padre regentaron un taller de motos en Holanda, cuando la catedral Assen era una entelequia. No le había salido aún la barba a Klaas cuando ya había desmontado y reparado cualquier cosa con tubo de escape. Sin embargo, no fue hasta los 40 años cuando se lanzó a pilotar por esos trazados de Dios. Corrió en el desafío TVR Tuscan y otras pruebas menores. Hoy día, acelera en casa. Ascari abre sus puertas a Euroboss, una competición de tandas cronometradas para modelos de Fórmula 1 que el tiempo jubiló.

Y la saga Zwart no se gripa. Siguen el rebufo los jóvenes Erik y Paulien, que han prolongado la afición tras el volante de papá. Paulien, 28 años, tuvo un gravísimo accidente en Alemania. El percance no le ha disuadido de seguir a todo gas. Klaas también lleva en su anatomía secuelas de algunos sustos. Cuando rueda se olvida del riesgo. Los que le conocen aseguran que no escatima emoción ni peligro. A fe que están en lo cierto. Negocia la chicane como terciopelo, reduce marchas en un centímetro y a punta de tacón, y contravolantea haciendo muy feliz al copiloto.

Pasa como una centella al lado de un pequeño altar donde dejó las huellas de sus manos un socio de honor: Antonio Ascari, hijo del mítico piloto de Ferrari Alberto Ascari. Este campeonísimo, idolatrado por Klaas en su juventud, dio nombre al circuito y a la marca de superdeportivos que creó el holandés en 1995. «Alberto fue el único que ganó todos los grandes premios de una temporada. Le pedimos permiso a sus descendientes para utilizar su apellido. Se sintieron honrados. Ascari suena mágico», señala Klaas tras dar unos giros al lugar de su recreo. Como un homenaje, hay un zig zag en pista que emula la variante de Monza donde Alberto Ascari se mató en 1955. Dicen que el italiano era brutalmente supersticioso –el día de su muerte no portaba sus amuletos– y que trataba a sus hijos con desmedida dureza para que no se entristecieran si perdía la vida. Klaas le rinde pleitesía, pero, al contrario que su émulo, ejerce de generoso anfitrión, cariñoso y atento con los suyos y con los invitados.

Como si de un Orson Welles del asfalto se tratara –las cenizas del inmenso cineasta duermen en la finca del torero Antonio Ordóñez–, Klass se enamoró de Ronda, muy lejos de las plataformas petrolíferas del Mar del Norte que le hicieron rico y que, a fin de cuentas, llenan el depósito de sus juguetes favoritos.

El Rincón de "Fali"

[Fuente: Javier Caballero. Fotos de Antonio Herrera.]-->

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