Bolsas de plástico (1 de 2). Su agonía
○ Medio ambiente ○
Serán el producto más «consumido» estas navidades, pero no somos conscientes del daño que provocan en el medio ambiente: tardan más de 150 años en degradarse. En España, 16.500 millones de bolsas de plástico generan 100.000 toneladas de basura. En 2010 habrá una ley que les ponga fecha de caducidad, aunque algunas autonomías ya han tomado medidas. Las bolsas biodegradables surgen como alternativa.
ALTERNATIVAS. Algunos supermercados han creado tipos diferentes de bolsas para que sean usadas varias veces.
UN RESIDUO MUY TÓXICO
Hace 30 años, los españoles acudíamos a los colmados con el carrito de la compra o la bolsa de tela. Y lo hacíamos tan campantes. Pero cierta gran superficie pensó que las bolsas de plástico de un solo uso eran un excelente escaparate para su publicidad y empezaron a regalarlas por doquier. Quedaron así aparcados los carritos y, claro, el planeta enfermó un poco más. Si hace 10 años empleábamos 4.000 toneladas de esas bolsas, hoy alcanzamos las 96.000, lo cual implica unos 16.500 millones de bolsas de plástico de un solo uso al año, 365 por ciudadano, de las que apenas reciclamos el 10%.
En este ramo, somos el primer productor de la Unión Europea y el tercero en consumo. Además, la fabricación y la eliminación de bolsas de plástico implica una emisión nacional de 440.000 toneladas de gases de efecto invernadero. Resulta lógico que los distintos gobiernos autonómicos se estén empezando a plantear la erradicación de un producto que, a fin de cuentas, tampoco es tan necesario. «Estados Unidos y Europa consumen el 80% de la producción mundial de bolsas», explica Cristina García Orcoyen, directora de la Fundación Entorno, organización líder en la defensa del Desarrollo Sostenible en el ámbito empresarial. «Por suerte, cada vez más países adoptan medidas para atajar este abuso, en muchos casos planteándose su sustitución por bioplásticos».
Hasta hace unos meses, el borrador del Plan Nacional de Residuos Urbanos (PNRU) elaborado por el Gobierno español proponía una disminución de un 50% en la fabricación de bolsas comerciales de plástico para 2009 y su prohibición absoluta para 2010. Sin embargo, recientemente se alteró dicho documento y ahora se ha decidido que 2010 será la fecha en que se empezará a debatir cuándo se aplicarán las medidas. El Gobierno ha dado marcha atrás en un proyecto que había merecido el aplauso de las asociaciones ecologistas y que ahora sólo obtiene su abucheo. «Siguiendo el principio de prevención, según el cual el mejor residuo es el que no existe, la limitación del uso de estas bolsas significará una reducción notable en la contaminación atmosférica», afirma María Jesús Rodríguez de Sancho, directora general de Calidad y Evaluación Ambiental del Ministerio de Medio Ambiente.
Pese a su descontento, las organizaciones ecologistas se congratulan de que el Estado español ponga en práctica algo que algunas comunidades, como la catalana, ya venían practicando. «En Cataluña ya han arrancado muchas iniciativas de este tipo. Por ejemplo, en las panaderías ya no se dan bolsas de plástico. Pero en Andalucía, de donde soy yo, todo el mundo te mira como a un bicho raro si rechazas una bolsa de ésas en el supermercado», comenta Leticia Baselga, responsable del Área de Residuos de Ecologistas en Acción. Aun así, recientemente el Gobierno catalán se vio inmerso en una polémica a causa de una propuesta del grupo ICV-EUiA para obligar a los supermercados a cobrar las bolsas de plástico –incitando a los consumidores a pensárselo dos veces antes de usarlas–, propuesta que el resto de partidos rechazó de raíz.
Conciencia global. España no es el único país que ha iniciado los trámites necesarios para cambiar la política medioambiental respecto a las bolsas de plástico de un solo uso. A principios de año, China anunció su prohibición absoluta en los comercios, política que también puso en marcha la ciudad de San Francisco hace tiempo. Mientras tanto, 80 ciudades inglesas, entre las que se incluye Londres, se plantean actualmente la conveniencia de seguir esos mismos pasos.
Por su parte, Dinamarca y Suiza han creado la plastasa, una suerte de impuesto que grava la distribución de esas bolsas, y Francia e Italia ya han planeado la supresión de las mismas para 2010. «Cuando Irlanda impuso que las bolsas de plástico se vendieran a 15 céntimos la unidad, su consumo se redujo en un 90%», recuerda Sara del Río, responsable de la Campaña de Contaminación de Greenpeace. «Y lo más interesante es que no pasó nada relevante, cosa que demostró que la supresión de este producto altamente contaminante no es algo traumático para la sociedad». La erradicación absoluta de estas bolsas es un hecho imparable a nivel mundial, entre otras razones porque la nueva conciencia planetaria empuja a los gobiernos a tomar medidas.
Sólo hay que echar un vistazo a la naturaleza para percatarse por qué urge poner en marcha las medidas propuestas por el PNRU. «Se han descubierto auténticas islas formadas por productos de plástico flotando en medio de los océanos», asegura Alodia Pérez, responsable del Área de Residuos de Amigos de la Tierra. «Las bolsas y otros residuos quedan a la deriva sobre la superficie marina y se agrupan en islas que destruyen el ecosistema».
Dichos archipiélagos no sólo ensucian visualmente el mar, sino que causan serios trastornos en la fauna. Lo cuenta Carlos Duarte, autoridad indiscutible en oceanografía: «Estos cúmulos de detritos se acumulan en las zonas de convergencia de masas de agua. Contienen plásticos, maderas, envases y cualquier otro objeto que flote, la suma de los cuales crea una suerte de islas lineales de varias decenas de kilómetros, sobre las que viajan especies invasoras y de las que se alimentan ciertas especies marinas que mueren al ingerir esos plásticos, como ocurre con las tortugas, que confunden las bolsas con medusas y fallecen al no ser capaces de digerirlas».
Pero las bolsas de plástico no sólo emiten CO2, dañan a la fauna (muchas aves también mueren por su ingesta) o contaminan los mares, sino que también causan otras catástrofes igual de importantes, como ocurrió hace algunos años en Bangladesh, cuando la ciudad se vio inundada por los monzones y las bolsas de plástico, al colapsar las alcantarillas, aumentaron las consecuencias del desastre.
Con defensores. La balanza tiene dos platillos. Si en un lado están los detractores de estos envases, en el otro andan los que, aun reconociendo los problemas medioambientales, minimizan sus consecuencias. «Hemos elaborado estudios donde se demuestra que el plástico contribuye a la reducción de las emisiones de CO2», afirma categóricamente Enrique Gallego, director de ANAIP (Confederación Española de Empresarios del Plástico). «Por ejemplo, transportar bolsas de papel contamina más que transportar bolsas de plástico, porque los camiones emiten menos CO2 al cargar con algo que pesa poco».
Gallego también recuerda que España es el único país que ha instalado el sistema de contenedores amarillos para el reciclaje de plástico, amén de que cada comercio de nuestro país paga una tasa de 0,34 euros por kilo de bolsa introducida en el mercado, impuesto que el Gobierno destina a las políticas medioambientales.
Con todo, algunas empresas dedicadas a la fabricación de bolsas de plástico de un solo uso, conscientes del cambio de conciencia por parte de los consumidores, se han lanzado a las elaboración de productos a partir de bioplásticos, los cuales no son en absoluto dañinos para el planeta, aunque sí para los bolsillos de esos mismos empresarios, ya que resultan bastante más caros. «El Plan Nacional de Residuos Urbanos llevará a la ruina a gran parte de las 350 empresas que se dedican a la fabricación de bolsas de plástico, con sus 10.000 trabajadores incluidos», apunta Enrique Gallego. «Porque muchas de ellas carecen de la maquinaria y la tecnología necesarias para dedicarse al bioplástico. Me atrevería a decir que el PNRU destrozará el 60% del tejido industrial, así como otro tanto por ciento similar de las 300 empresas que se dedican a la distribución», finaliza.
Poco se va a poder hacer por estas compañías, dado que la iniciativa del Gobierno, respaldada por las asociaciones ecologistas y en gran medida por los propios consumidores, es firme. Evidentemente, los primeros defienden que la mejor bolsa para ir a la compra es la de tela o, en su defecto, el carrito de toda la vida. Mientras que los consumidores, ya acostumbrados a que les regalen las bolsas en los supermercados, aceptan la solución planteada por los fabricantes de plástico. Éstos empiezan a mirar al bioplástico como única alternativa a la crisis que se les avecina.
Los bioplásticos provienen de fuentes renovables, como el almidón o la celulosa, se degradan fácilmente y se pueden compostar del mismo modo que la basura orgánica. «Otra solución son las bolsas de plástico de más de un uso –comenta Enrique Gallego–, que ya están empleando en muchas grandes superficies. Porque el bioplástico es más caro, amén de que conlleva problemas de abastecimiento y de encarecimiento de los alimentos, ya que está hecho de patata o maíz».
Los empresarios que ya han iniciado la fabricación de bolsas ecológicas no están de acuerdo con esta afirmación: «El bioplástico usa un 50% de fécula de patata y otro 50% de biopolímero. Se usa materia vegetal porque abarata los costes y porque la bioasimilación depende de la parte orgánica que contenga la bolsa», explica Alfonso Biel, director de Sphere, la empresa más importante en la elaboración de bolsas biodegradables.
Y respecto al riesgo de participar en el incremento del precio de los alimentos, como ocurre con los biocombustibles, responde así: «Las bolsas biodegradables se pueden hacer con almidón de patata, de caña de azúcar, de maíz… Nosotros las fabricamos a partir de patata porque este producto requiere menos agua que el maíz. Pero esta patata no es apta para el consumo, sin que por ello sea transgénica. En lo referente al encarecimiento de los precios, sólo diré que es una falacia. Hay millones de hectáreas que nadie cultiva porque las políticas agrarias europeas son penosas. Nosotros damos trabajo a agricultores que, de otro modo, abandonarían sus tierras».
Primeras medidas. Muchos supermercados ya se han metido en el negocio del bioplástico: desde hace algún tiempo, Eroski descuenta 0,05 euros del importe total de la compra si el cliente no pide una bolsa (cantidad que se entrega a WWF/Adena), al tiempo que ofrece otras reutilizables. «Hemos creado tres tipos de bolsas de plástico más resistentes para que sean usadas varias veces y así evitar el abuso de este producto», afirma Alejandro Martínez, director de Responsabilidad Social de la Fundación Eroski. «Las hay de 15, 50 y 100 usos. Ahora nos estamos planteando incorporar las biodegradables». Carrefour también ha iniciado campañas a este respecto al introducir la bolsa 100% biodegradable y compostable, algo que ya hace Alcampo y algún que otro supermercado más.
Pero estamos en España, así que hecha la ley, hecha la trampa. Ya se han detectado algunas empresas que, en vez de usar bioplásticos, manejan otros productos similares para dar a sus clientes gato por liebre. Hace algunos años, ciertos grandes almacenes lanzaron al mercado bolsas fotodegradables, las cuales se descomponían al contacto con el sol, sin por ello degradarse del todo. Este tipo de bolsas provocaron, como recuerda Leticia Baselga, «que se detectara polvo de plástico en todas las playas inglesas, un polvo que podía entrar en el sistema respiratorio con facilidad, con las consecuencias que eso implica».
Ahora se han detectado bolsas elaboradas con oxodegradables, unos aditivos que rompen las moléculas de plástico haciendo que las bolsas desaparezcan del campo visual, pero que no facilitan la bioasimilación. «Quizá sea hora de apostar de forma definitiva por productos sustitutivos de primera calidad –sentencia Cristina García-Orcoyen– y de que el consumidor exija un cambio en las compañías fabricantes, que pueden optar por otros materiales, y especialmente en las empresas distribuidoras, supermercados, hipermercados, grandes almacenes y demás superficies. La bolsa tradicional tiene los días contados. Pero su desaparición absoluta depende de los consumidores». Nos toca obedecer.
+ En la web del Ministerio de Medio Ambiente, www.mma.es, y en la del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, www.unep.org
Modbury, un pueblo pionero
Por H. V.
El galardón honorífico de “primer pueblo europeo libre de bolsas” ha recaído en Modbury, cerca de Plymouth, en el suroeste de Inglaterra. Desde el 1 de mayo de 2007, ningún comerciante de esta localidad de 1.500 habitantes las ofrece a los clientes. Todo comenzó en una charla en un pub del pueblo. Adam, dueño de una tienda de “delicatessen”, y su amiga Rebeca, cámara de la BBC, pusieron en marcha la iniciativa.
Rebeca volvía de rodar un documental en Midway, un paraje que debía ser un paraíso en pleno Pacífico. Lo que encontró fue un vertedero de bolsas en medio del mar y repleto de cadáveres de albatros que morían por enredarse con plásticos o ingerirlos. Tras exhibir el documental a 36 de los 42 tenderos de la localidad, todos los comerciantes tomaron conciencia del problema. En un mes se pegaron carteles, se repartieron pasquines y se hizo campaña para informar a cada vecino de los perniciosos efectos de los plásticos. No fue una decisión fácil desterrar las bolsas: este bucólico paraje inglés vive del turismo y de lo que se llevan los turistas... en bolsas. Las Modbury bags (bolsas de Modbury) han sustituido a las de plástico. Están hechas de algodón de Bombay y son un codiciado objeto para hacer la compra, o como souvenir. Cuestan 5,85 euros y son elaboradas siguiendo las leyes del comercio justo. Las 2.000 primeras se agotaron rápidamente. Hay quien ha peregrinado hasta el pueblo sólo por conseguir una de ellas. Ante este súbito interés, desde Modbury aconsejan con sentido común que no se viaje hasta allí sólo por las bolsas. Lo que contaminan los coches es mayor que el bien que se persigue. Los comerciantes han creado una web (www.plasticbagfree. com) para explicar la iniciativa.
Fuente: elmundo.es │Por Álvaro Colomer. Infografía de Isabel González
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