Somalia. Piratas en pie de guerra
○ Sociedad ○
Veinte mil barcos con millones de toneladas de petróleo, hierro, cereales y toda clase de productos fabricados en China cruzan cada año las aguas del mar de Arabia rumbo a Europa. Un botín de `las mil y una noches´ para una nueva generación de filibusteros que, sólo este año, ha secuestrado 90 barcos y retenido a 300 tripulantes. ¿Quiénes son realmente los desalmados que han puesto en jaque a las flotas de 12 países?
Sugule Ali tiene sentido del humor. «Vimos un barco grande y lo paramos, así de sencillo. Somos los guardacostas de Somalia», explica con cierta sorna. Ali es el portavoz de la banda de piratas que secuestró en septiembre un carguero ucraniano con las bodegas repletas de munición, armas pesadas y un puñado de viejos tanques soviéticos. Chapurrea el inglés y le encanta charlar con los periodistas que llaman a su teléfono satelitario. «Cuando vimos lo que transportaba, nos pusimos a bailar. ¡El premio gordo! Por regla general pedimos un rescate de uno a dos millones de dólares, pero en este caso empezamos pidiendo 20 millones. Y a regatear.»
Para Ali y sus hombres, la piratería es, simplemente, un negocio. Y la justifican con argumentos de tinte demagógico. «Nosotros éramos pescadores, pero nos hemos tenido que buscar la vida. Yo salía a faenar todos los días, pero llegaban barcos europeos y asiáticos, grandes buques factoría, y lo esquilmaban todo. Peces, langosta, coral… Destruían nuestras redes y disparaban sobre nosotros. Arrojaban por la borda bidones tóxicos y llenaban nuestro mar de mierda. No nos dejaban ganarnos la vida, así que decidimos defendernos», relata.
«Estos tipos se están poniendo las botas», aseguran en Bosaso, una de las poblaciones más peligrosas de Somalia… y también una de las más prósperas. Sus dirigentes están bajo sospecha de colaborar con los piratas, dudas que planean sobre numerosos funcionarios somalíes, sobre todo en la región de Puntlandia. En el vecino Estado de Galmudug, su gobernador no tiene dudas. «Los piratas son hoy por hoy intocables», dice Mohamed Warsamé. «Sólo dispongo de 40 policías, que cobran 80 euros al mes. Pero en Puntlandia es peor. El negocio de la piratería es el único que funciona en este país sumido en el caos y genera beneficios anuales de 70 millones de euros.
Los piratas están estrangulando una de las rutas marítimas más concurridas del mundo, que conecta Europa con Asia y Oriente Medio vía canal de Suez. Millones de toneladas de crudo, gas, hierro, carbón y cereales, así como electrodomésticos, ropa, juguetes y otros productos fabricados en China y el sudeste asiático tienen que atravesar el golfo de Adén e internarse en el crítico triángulo formado por el Yemen al norte, Somalia al sur y el mar de Arabia al este. Un embudo muy rentable por el que pasan unos veinte mil barcos cada año; además de tres millones de barriles de petróleo diarios. El siete por ciento del tráfico de crudo mundial y el 30 por ciento del que llega a Europa. También gas suficiente para calentar cuatro millones y medio de hogares.
El impacto es demoledor. Las mayores flotas de mercantes, que transportan el 90 por ciento de los bienes comerciados por mar, están considerando circunvalar Suez y el golfo de Adén porque los seguros resultan prohibitivos. Pero la ruta alternativa, doblar el cabo de Buena Esperanza y subir por la costa africana occidental, representa un incremento medio de tres semanas en la duración del viaje. Los fletes se disparan. Y ni siquiera esa precaución sirve. Los piratas se atreven ya incluso con petroleros, como el Sirius Star, con dos millones de barriles de petróleo a bordo. Lo peor es que este buque estaba lejos del golfo de Adén y tenía previsto rodear África por Buena Esperanza. «Esto no tiene precedentes. Es el barco más grande que ha sido atacado hasta la fecha, tres veces mayor que un portaaviones. Cada vez son más osados», advierte el teniente Nathan Christensen, portavoz de la Quinta Flota estadounidense.
Valor no les falta. ¿Quiénes son estos desharrapados que tienen atemorizado al tráfico marítimo y en jaque a las flotas de guerra de una docena de países? Sus tropelías han impulsado la primera operación naval conjunta de la Unión Europea, dispuesta a emplear «todos los medios necesarios, incluido el uso de la fuerza y la captura de prisioneros». Hasta ahora, si se sorprendía una embarcación sospechosa, se requisaban las armas y se desembarcaba a los tripulantes en cualquier playa después de un ligero interrogatorio. Y no se puede hacer fuego contra ellos, a no ser en defensa propia. El gobierno español participa en la misión con una fragata y un petrolero, que se suma al avión de vigilancia P-3 Orion que patrullaba desde el verano, él solito, unas 3.200 millas náuticas, algo así como destinar un guardia civil para toda la provincia de Badajoz.
El espionaje occidental ha detectado varios buques nodriza de los que zarpan lanchas rápidas aparejadas como si fueran pesqueros. Igual que leones en la selva, seleccionan a las presas más lentas e indefensas. Para atacarlas, utilizan el método de los bucaneros de toda la vida: ganchos, cuerdas, escalas… y ¡al abordaje! Los piratas van hasta las orejas de khat, un arbusto africano con cualidades anfetamínicas que mastican para sentirse invencibles. «Sólo se muere una vez», resume Ali.
Están armados con Kalashnikov y lanzacohetes. Criminales de todo el este de África peregrinan a Bosaso, Hobyo, Eyl y otros nidos de piratas. Coches de lujo y palacetes junto a las chabolas. Las mujeres más guapas son para ellos y los cambistas llevan fajos de billetes de cien dólares. Ojo, también son buenos marinos. Se están haciendo cada vez más ricos e incorporan a sus embarcaciones la última tecnología: radar, GPS, sónar... Y están unidos. No hay distinción de clanes, algo que desangró a Somalia. El dinero los ha cohesionado, son lucrativas franquicias multitribales, con una estructura cada vez menos anárquica y más paramilitar.
Eso lo saben bien, para su desgracia, los pescadores del Playa de Bakio, el atunero de Bermeo secuestrado en abril por un comando del clan de los Hawiye y que fue atacado con lanzagranadas a 250 millas de la costa, en aguas internacionales. Se sospecha que los Hawiye están relacionados con jeques del Golfo que les facilitan información sobre los buques que se acercan. Los de otro atunero vasco, el Playa de Anzoras, tuvieron la suerte de ver venir a las tres lanchas que se los acercaban y escaparon a toda máquina, poniendo proa al viento. Los ayudó la mala mar y que no habían largado las redes.
«El secreto de un buen ataque es la rapidez. Nosotros podemos adueñarnos de un barco en 15 minutos. Y sin derramamiento de sangre», presume Hassan. Una vez en cubierta, los piratas saben cómo intimidar. Se hacen entender con mímica: la señal de cortar el cuello es universal. Arramblan con los teléfonos móviles y saquean los camarotes en busca de dinero, ropa y objetos personales. Los pescadores españoles sólo cobran un plus de 170 euros por faenar en estas aguas peligrosas, que se suma a los mil o dos mil euros que pueden ganar al mes, dependiendo de cómo vaya la pesca.
Ya instalados, los piratas se lo toman con tranquilidad durante las negociaciones, que pueden durar semanas. Ordenan al cocinero que les prepare la comida, que debe probar primero uno de los secuestrados. En las festividades religiosas musulmanas organizan barbacoas y comen carne de cordero hasta reventar. Son fumadores compulsivos y, cuando tienen mono, se vuelven impredecibles y paranoicos. Tanto que una de las recomendaciones que reciben los regatistas de la Volvo Ocean Race (la vuelta al mundo por etapas) es que lleven cartones de tabaco en abundancia para aplacar a potenciales corsarios.
Agentes del Centro Nacional de Inteligencia participaron en el pago del rescate del Playa de Bakio, alrededor de millón y medio de euros. Pero una vez que el pesquero fue puesto en libertad no intentaron recuperarlos, algo que contrasta con los métodos de Sarkozy. Comandos franceses han liberado en un par de ocasiones a los tripulantes de sendos yates, luego han perseguido a los secuestradores hasta sus guaridas, les han tiroteado y han recuperado el botín. Si los piratas se salen con la suya, se reparten las ganancias de manera equitativa entre jefes, hombres armados y funcionarios que hay que sobornar. Una cuarta parte la destinan a futuras misiones (armas, gasoil y víveres). Ali Ahmad, de 27 años, se construyó una mansión en los suburbios de Galcaio, donde vive su familia, con los 80.000 euros que recibió de un rescate. Su parte de un botín de millón y medio de euros. Ahmad se compró un todoterreno, una segunda esposa y kilos de khat.
Lo que ocurre en las costas de Somalia es un reflejo de la anarquía que reina en el país desde que el Gobierno se fue a pique en 1991. Los jóvenes quieren trabajar para los señores de la guerra y vivir a lo grande. La piratería ha acabado con la industria pesquera local y está espantando a las organizaciones humanitarias. De hecho, no duda en asaltar barcos cargados de arroz destinados a socorrer a la población. Pero los comerciantes de los pueblos costeros celebran la llegada de los corsarios porque saben que harán acopio de carne, combustible, espaguetis, agua y cigarrillos y que pagarán al contado. Para muchos somalíes, los piratas son celebridades. Mohamed, de 40 años, padre de seis hijos, lo tiene claro. «La sequía estaba matando de hambre a mis niños, por eso decidí enrolarme en los guardacostas. Mi familia tendrá crédito en las tiendas y salvoconductos para los controles de carretera de las milicias. A los piratas se los respeta.»
Fuente: Carlos Manuel Sánchez.
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