El sacrificio de ponerse guapa
|
L a ornamentación corporal es, en África, símbolo de belleza, identidad y madurez. El fotógrafo Steve Bloom se acerca en su último libro a estas ancestrales creaciones, que se mantienen aún vivas.
ANTROPOLOGÍA
En una sociedad en la que la indumentaria es mínima, la decoración corporal constituye una importante forma de expresión. En toda África pueden verse innumerables formas de ornamentación: colgantes, tocados, tatuajes, pigmentos, peinados…, pero quizá los que resultan más sorprendentes para los occidentales son aquellos que implican una transformación, muchas veces traumática y dolorosa, del propio cuerpo.
Uno de los ejemplos más llamativos es la perforación y deformación del labio inferior para introducir adornos en él. En la tribu de los muri, en el valle del Omo de Etiopía, cuando una muchacha cumple 15 años se le extraen los incisivos inferiores y se le perfora el labio inferior. En el orificio resultante se le coloca un pequeño cilindro de madera, que se irá reemplazando por otros de mayor tamaño y después por discos de arcilla o madera (normalmente de diez centímetros de diámetro, aunque pueden alcanzar los 25) que se consideran símbolo de identidad. Obviamente, para poder comer, el disco debe retirarse, pero este adorno condiciona también su forma de hablar. Incluso sin el disco, al carecer de dientes, su habla es distinta a la de los hombres.
Aunque sólo sean sus mujeres las que se vean obligadas a adornarse con tan peculiar objeto, ni los muris ni sus vecinos, los suri, son especialmente machistas. Las decisiones del poblado las toman los hombres del consejo, pero las mujeres comunican sus opiniones antes de la asamblea, disponen de sus propios campos de cultivo y pueden decidir en qué emplear los ingresos obtenidos con la venta de los cereales.
Otra constante en la estética de estas tribus es pintarse la cara con diferentes pigmentos. Los niños suri lo hacen desde pequeños con ocre y arcilla blanca, y los amigos lucen idénticos diseños para hacer gala de su amistad.
Pero, probablemente, quienes más se pintan y más perfeccionan el cuidado de sus rostros son los hombres wodaabe, de Níger. Supuestamente de procedencia árabe, tienen el pelo más liso, la nariz más estrecha y las caras más alargadas que la mayoría de sus vecinos. Puesto que consideran que esas características son signos de belleza, las realzan de múltiples maneras: se pintan el rostro de rojo, una línea blanca en la nariz para crear el efecto de prolongación, perfilan sus ojos y labios con kohl y hacen muecas para que destaquen el blanco de los ojos y los dientes. Anualmente celebran el yaake, también conocido como el festival del Gerewol o de los nómadas, una danza extremadamente competitiva en la que los jóvenes despliegan sus encantos definidos por la cantidad e intensidad de las expresiones faciales que son capaces de realizar. Todo es válido: desde poner los ojos bizcos hasta hinchar las mejillas.
Tras tal exhibición, las mujeres, empezando por las más bellas, eligen hombre y lo invitan a mantener un encuentro sexual con ellas. Por lo general, tales encuentros acaban en matrimonio. Las mujeres suelen primar a los hombres más altos, con los dientes más blancos y los ojos más grandes, aunque la ornamentación creativa también la valoran.
Sin embargo, son los karo, una tribu etíope, los que más destacan en el arte corporal. Son especialmente hábiles en la consecución de colores, para los que emplean materiales como creta, carbón y polvo de rocas minerales. Para los masai, por su parte, cada uno de los colores de sus tejidos y ornamentos de cuentas tiene un significado. El blanco representa la paz; el azul, piedad; y el rojo, el color de los guerreros, simboliza la fuerza.
Las cuentas de colores llegaron a África en el siglo XVI, procedentes de Europa central. Empleadas como objeto de intercambio comercial, dieron lugar a la elaboración de llamativos abalorios, que ahora forman parte de una rica tradición de la cultura africana. Las mujeres turkana se embellecen con largos collares alrededor del cuello, de forma que la zona comprendida entre la parte superior del pecho y la barbilla queda totalmente cubierta. Se supone que las protege contra las fuerzas del mal.
Más llamativa es otra práctica habitual entre las tribus del Omo: la escarificación. Consiste en levantar la piel con la espina de un arbusto, practicar una incisión con una cuchilla y frotar las heridas con ceniza, para que forme un tejido abultado, una cicatriz identificativa. Se ha estado realizando del mismo modo desde hace cientos de años para realzar la belleza de sus cuerpos, en el caso de las mujeres, y con un importante simbolismo, en el de los hombres. Si un hombre lleva el pecho escarificado significa que ha dado muerte a enemigos o que ha cazado un animal de grandes dimensiones y, por consiguiente, es muy respetado por la comunidad.
En el caso de las mujeres hamar, sus cicatrices son consecuencia de otra tradición: durante la ceremonia del salto de los bueyes, que marca el paso a la mayoría de edad de los jóvenes, ellas son azotadas por sus parientes masculinos. Las heridas se convierten en marcadas cicatrices que lucen con orgullo, porque son prueba de lealtad a su familia.
Fuente: xlsemanal│Steve Bloom
Compartir
0 comentarios:
Publicar un comentario