Nadal entra en el Olimpo
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D entro de un tiempo, nadie recordará contra quien jugó Rafael Nadal la final en la que conquistó el primer oro olímpico del tenis español. Normal, no hubo partido.
Solo en el segundo set se dio el momento Nadal, ese en el que el rival siente que puede batirlo --el chileno Fernando González tuvo dos bolas para igualar el encuentro-- y acaba desesperado y derrotado (6-3, 7-6 (7/2) y 6-3 en dos horas y 22 minutos). Le sucedió a Djokovic en la semifinal y a Mano de Piedra en la final. ¿Hubo final? Sí y no.
Sí, porque Rafa completó, quizá, el mejor partido desde que llegó a Pekín; y no, porque la derecha de González se encogió ante el genio.
Curiosa transformación la del nuevo campeón olímpico. Llegó a China, procedente de Cincinnati, destrozado físicamente --apenas 10 días de descanso en cinco frenéticos meses de competición-- y saturado psicológicamente. Cuando entró en la pista del centro olímpico de Pekín, se quejaba de todo. De la superficie, de la humedad, de las bolas, hasta de sí mismo. No parecía Nadal. Y se marchó ayer, casi dos semanas después, con una medalla de oro en el pecho dispuesto a iniciar su reinado tras un año inigualable.
ESPAÑA SUMA OTROS 4 METALES
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¿Qué ha cambiado? ¿Dónde halló la pócima milagrosa para tan escandalosa mutación? "Los primeros días se me hicieron pesados. Pero el hecho de vivir en la villa y no en un hotel, me sirvió para estar mentalmente mejor cien por cien", dijo ayer el manacorense, mientras la medalla reposaba sobre una mesa. Aún emocionado por la ceremonia --en la que Juan Antonio Samaranch, el expresidente del COI, le entregó el galardón-- y por unos días que han cambiado su vida. Dejó de ser un tenista para convertirse solo en un deportista. Uno más. Ahí dentro, en la convivencia con el equipo español, en las charlas con sus amigos del baloncesto, encontró Nadal el camino de la victoria.
"El ambiente de la villa me ha dado una energía extra. Con los compañeros siempre cerca y con otros atletas españoles animándote cada día", insistió entusiasmado porque le permitió colarse en la piel de un equipo, mientras otras grandes figuras del tenis --como Roger Federer-- eligieron el camino de siempre: hotel de lujo en Pekín, vida monacal, huyendo del contacto con los deportistas y los Juegos tratados como un torneo más del circuito. El suizo ha ganado un oro. De dobles. El español se ha llevado otro. De individuales, el que más pesa. "Todos esos deportistas me han servido de una gran ayuda, aunque ellos no lo sepan. Gracias a ellos tengo una medalla".
DE MENOS A MÁS
Ese espíritu olímpico terminó impregnando cada movimiento de Nadal, que fue de menos a más durante el torneo. Sufrió en el debut ante el italiano Potito Starace, rescató las mejores sensaciones ante Djokovic en la semifinal, sobreviviendo a un momento angustioso, y ayer, en la final --¿hubo final?-- se dio un paseo celestial con un tenis sideral, que desnudó al pobre e indefenso González.
Pobre e indefenso porque Rafa juega a otro deporte. "No me había imaginado estar en el podio. He oído alguna vez el himno español, pero en los Juegos es especial", contó Nadal, quien apareció por Pekín renegando de todo y se marcha tras visitar el Olimpo, disfrutar como un niño de la ceremonia de inauguración y vestido de oro.
"¿Qué me ha dicho mi tío? Nada especial, solo que disfrute de este momento. Me felicitó porque he jugado muy bien toda la semana". Así vive Nadal, así se comporta, sin perder el mundo de vista, siguiendo fielmente los sabios consejos de Toni, tío, entrenador y guía de un joven que redescubrió el placer de la convivencia en una villa que le llevó al podio y que jamás olvidará.
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