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La fotógrafa de las vacas

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 CAMPECHANOS. Pili y Suso, de la ganadería Peineiro (Riotorto, Lugo) y su hijo, entre las vacas Diana y Willie.
CAMPECHANOS. Pili y Suso, de la ganadería Peineiro (Riotorto, Lugo) y su hijo, entre las vacas Diana y Willie.
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icen que es la mejor en su oficio: fotografía las vacas de leche más hermosas, las que salen en los catálogos y ganan los mejores concursos.

La canadiense Sylvie Gouin viaja continuamente por Norteamérica y Europa. Mil reses posan cada año ante el objetivo de su Nikon.

En el municipio coruñés de Mazaricos ha amanecido con niebla y llovizna, y un frío que descoloca en pleno verano. El paisano que está junto a la granja en mono de trabajo, José Manuel Lado, aguarda una visita que le va a alterar la rutina. Hay que hacerle una foto a alguien importante en esta casa, una preciosidad llamada Isa, de dos añitos y 1,50 de estatura. La retratista, Sylvie Gouin, llega puntual y rodeada de ayudantes. Es toda una señora, una oronda canadiense de Québec que chapurrea una mezcla de francés, inglés y español. La fotógrafa está habituada a modelos que nunca sonríen: vacas lecheras, las mejores de la raza frisona. Como Isa, con un pedigrí de lujo heredado de su padre, el toro Xacobeo.

Según sus clientes, Sylvie es la mejor fotógrafa de vacas del mundo. «Lo soy desde 1995, desde entonces todo ha ido girando y no me he detenido. La gente tiene confianza en mi trabajo», asegura con orgullo. A Isa no le importa mucho todo ese prestigio. Está nerviosa, cargada de leche hasta los topes. Han tenido que pasar 12 horas desde el último ordeño para que las ubres se llenen y luzcan, y esto es un incordio para una pobre vaca. Pero Sylvie es rápida. En cuestión de minutos, pone unos tacos para que la bella suba las patas delanteras, abrillanta el lomo con spray y prepara su Nikon. Los ayudantes sujetan al animal. Un par de clics y todo ha acabado. «Ha sido fácil», dice la artista satisfecha, regresando al coche atestado de bártulos.

ESPECTACULAR. Iker, de la familia Peineiro, junto a la urbe de Willie.

ESPECTACULAR. Iker, de la familia Peineiro, junto a la ubre de Willie.

Sylvie Gouin está en la carretera una vez más. En las granjas de España ya es una vieja conocida. La reclaman a menudo las asociaciones y federaciones de ganaderos de frisona, y también centros como Xenética Fontao, en Lugo, cuyo programa de selección de sementales es el más importante del Estado. Fotos para catálogos de toros, instantáneas de concursos... Sylvie es uno de los cinco fotógrafos de vacas en activo en Canadá, los más internacionales del ramo. En la elección de su profesión, algo tuvo que ver que se criara en una granja. En una de 90 vacas en Coleraine, a dos horas y media de Montreal, regentada por unos padres y un hermano que, como buenos granjeros canadienses, son forofos de los concursos de vacas.

Más tarde, la joven Sylvie se casaría con un tal Paul Boisvert, conocido en el mundillo como Pab. Exacto: un fotógrafo de vacas. Para los del gremio, un auténtico genio, irascible e impaciente, al que su mujer, opuesta en carácter, ayudaba a preparar los animales. Luego se separó de Paul y decidió que podía emularle, más allá de las fotos de recuerdo que había sacado a los animales de sus padres. Lo hizo tan bien que le levantó a Pab sus clientes europeos. Hoy tiene una edad que se niega a confesar, pero digamos que ha pasado de los 40 y que sigue siendo un tornado de energía quebequesa.

Gira europea. «El año pasado cogí siete aviones a Europa», comenta, haciendo un gesto de cansancio. «Es demasiado, pero uno se adapta. Me he acostumbrado a estar lejos de mis hermanos y amigos. Vengo aquí y tengo amigos en distintos países, siempre es agradable trabajar entre ellos». Al final, es una rutina como otra cualquiera: volar de Montreal a París y luego alquilar un coche y tirar millas. En Europa, Sylvie va de gira por España, Portugal, Francia, Suiza, Bélgica e Irlanda. Al otro lado del charco, recorre Canadá, Estados Unidos y México. España le gusta mucho. Y Galicia, más. «Aquí está todo muy bien organizado. Las vacas están lavadas y entrenadas, eso me facilita el trabajo».

FAMILIAS. Sonia y Almudena las dos hermanas de la Granja Vidueira (Ortigueira, A Coruña) con Miss Estela y su ternero.

FAMILIAS. Sonia y Almudena las dos hermanas de la Granja Vidueira (Ortigueira, A Coruña) con Miss Estela y su ternero.

Para que esto sea así, los días previos a la llegada de Sylvie se toca a rebato y los preparadores se ponen en marcha. Hay que domar a las vacas. «La primera vez que las coges, normalmente hay tensión», ilustra José Antelo, un técnico curtido en estas lides. Y añade: «Yo me llevé una vez una patada en el pecho que me mandó al hospital». La doma requiere paciencia. Hay que pasear durante días a los animales atados a un tractor y mantenerlos durante horas la cabeza alta, para que posen como es debido. Luego está el arreglo: esquilado con máquina, lavado a base de agua y fairy, sí, lavavajillas del de toda la vida. Un pase de secador, la cola bien peinada y... ¡Voilá! Sylvie ya puede entrar en acción.

«Ella lo vive», asegura con admiración José Moreira, director técnico de la asociación de frisona de A Coruña. «Cuando ve vacas buenas, se le iluminan los ojos y le cambia el carácter. Se le dispara la adrenalina». La que ahora tiene delante, Golondrina, hija de Galeón, es de las que le gustan. Seguimos en Mazaricos, en una aldea llamada Beba. Sylvie se curra el escenario, un prado con fondo de hórreo, todo muy gallego. Luego le salen unas fotos con un toque kitsch, de postal, que son las que gustan en este mundo. Esas vacas van a ser el testimonio de la potencia reproductiva de los padres. Para vender el semen de los toros, no basta con mostrar la rotunda estampa del macho en los catálogos. El ganadero quiere ver lo guapas que son las hijas. Pero la belleza es sólo la parte frívola de la genética vacuna. Desde que los ganaderos europeos empezaron en serio a mejorar sus vacas, allá por los años 50, a base de importar semen y animales vivos de Norteamérica, la raza frisona ha evolucionado hasta convertirse en una empresa.

Más allá de la belleza. Las vacas, además de ser bonitas, han de producir más y mejor leche, y durante más tiempo. Las asociaciones de frisona controlan las producciones mes a mes, llevan la cuenta de los litros, analizan todos los parámetros: proteína, grasa, bacterias... Luego esos datos se vierten en los catálogos, junto a los bonitos retratos de Sylvie. Y los ganaderos inteligentes los tienen muy en cuenta.

La labor de la canadiense es el escaparate final de todo esto. Y se cotiza alto: 80 euros por instantánea, más gastos de desplazamiento y estancia. Sólo le compensa trabajar, y a sus clientes traerla, cuando el volumen de imágenes es grande. En Galicia, durante 10 días, retrató 50 vacas. Luego puso rumbo a Francia en compañía de su ayudante, otra fornida quebequesa llamada Dyane. «Fotografío unas 1.000 vacas al año», calcula la Gouin. «En verano trabajo mucho en Québec, en concursos regionales y provinciales. Es muy agradable acudir a competiciones y exposiciones porque las vacas son las mejores», explica Sylvie. «Pero allí es todo muy rápido, hay mucha adrenalina. En las granjas me puedo tomar mi tiempo para hacer una foto especial».

En familia. ¿Y qué es una foto especial? Sylvie se lo piensa. «Adoro hacer fotos de vacas que a nadie se le hayan ocurrido antes. Contar una historia con la imagen. Mostrar a los niños, a los padres. Yo hago muchas fotos estándar, para publicidad, pero cuando puedo saco algunas especiales con la familia. El ganadero se implica con los animales. Los ama». Uno repasa su obra y se las encuentra, esas creaciones con su puntillo emotivo. Chicas sonrientes al lado de las vacas. Un niño junto a la ubre llena de un animal. Vacas junto a rododendros en flor o a la orilla del mar. Muchos paisanos compran los retratos de sus vacas para ponerlas en un marco. Son la clientela paralela de la canadiense. Llega la tarde. La llovizna ha desaparecido y luce el sol. Ahora estamos en el municipio de Santa Comba, uno de los de mayor carga lechera de Galicia, en casa de Manuel Antelo, que ordeña un centenar de vacas en el lugar de Alón y ya conoce a Sylvie de otras veces. Tiene copias de sus trabajos, le gustan. Y ha preparado dos preciosos animales, Nigris y Sixta, hijas de Six, para que den lo mejor de sí. Sylvie prueba algo especial: la plaza de la iglesia. Hasta seis personas sujetan la vaca y la ponen a tono: pies delanteros sobre los tacos, cabeza alta. Sylvie se vuelca sobre el animal, forzando la posición de las patas. Mauricio De los Santos, el veterinario de Xenética Fontao que suele acompañarla, ya es un experto en sujetar cabezas de vacas. «Deberían darme un plus de peligrosidad», bromea. «Son muchos años con Sylvie. Más que una relación de trabajo es una auténtica amiga». Se entienden en inglés, con gran complicidad. «Push back, Mauricio. OK».

LA AUTORA. La canadiense Sylvie Douin.

LA AUTORA. La canadiense Sylvie Douin.

Trucos para el posado. Estos ejemplares van a ser más complicados que los de por la mañana. Dyane, la ayudante, tiene sus tretas para que alcen la cabeza. A veces usa un espejo o les acerca a la boca un puñado de pienso. Para vacas intratables, queda el último recurso: medio litro de whisky servido en cubo. No suele fallar. «También funcionan el vodka y el ron», apunta Dyane. «Pero una vez nos pasamos y le dimos a una un litro de whisky», recuerdo Moreira. «Luego fue imposible sacarle la foto. Se le caía la cabeza».

En todos esos avatares, Sylvie mantiene la calma. A pesar de las jornadas agotadoras y la tozuda psicología vacuna. Paciencia y risa fácil. «Es muy paisana», destaca Mauricio. «A veces, en las casas, nos sacan todo un despliegue de comida y ella está encantada. Me dice: ‘Esto es vida, Mauricio’». «Es que los quebequeses somos más abiertos que el resto de los canadienses», comenta la aludida. «Allí, por ejemplo, las discotecas están abiertas hasta muy tarde. Aunque no tanto como en España. ¡Eso sería difícil!». En Québec, remilgos fuera. Crecer en una granja y pasar los inviernos a 40 bajo cero imprime carácter. La colección de anécdotas de Sylvie está llena de episodios bizarros. Como el día en que una vaca aflojó el vientre –casi todas lo hacen cuando se ponen nerviosas– y la fotógrafa no encontraba el cubo que siempre deja cerca. A José Moreira no se le olvida: «¡Lo cogió con las manos!».

La plaza de la iglesia se ha ido llenando de curiosos. Las vacas estaban nerviosas, pero Sylvie es la más rápida. A veces la instantánea se decide en una fracción de segundo, antes de que la vaca haga algún movimiento fatídico. «Luego pondrá verde en el suelo con el Photoshop», comenta Mauricio. Un coche lleno de chavales se ha parado junto a la plaza y las cámaras de los móviles empiezan a relampaguear. Seguramente, acaban de enterarse de que existen los fotógrafos de vacas.

En las páginas web www.xeneticafontao.com, www.fefriga.com y www.conafe.com.

MANUEL DARRIBA. Fotografías de Sylvie Gouin

 Fuente: el mundo.

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