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Kosovo, la herida abierta

•   Historia   •

 

Jasmina vive en un antiguo hotel de lujo, ahora en ruinas, que funciona como improvisado campo de refugiados para los serbo-kosovares en Brezovika.

  

A los tres meses de su controvertida independencia, kosovo continúa sumido en la crispación y el caos. El enfrentamiento entre serbios y albaneses no ha hecho más que cambiar de signo, y la Eulex, la misión estrella de la Unión Europea para garantizar su estabilidad, sigue varada por las disensiones internacionales.

Álvaro Ybarra Zavala retrata para `XLSemanal´ las dos caras del nuevo país.

El día de la independencia de Kosovo, el pasado 17 de febrero, un anciano albanés de Mitrovica se empeñaba en cruzar al sector serbio y, viéndose seriamente disuadido por la OTAN, se indignaba: «¿Pero qué independencia es ésta, pues?». Y es que las independencias, con su halo milagroso, son cosa tan colorista y mediática que pueden deslizarse fácilmente –más con artistas como Björk a la bandera– hacia la política friqui más que simplemente de salón.

Álvaro Ybarra Zavala

Contra la ONU. Un grupo de albanokosovares se manifiesta en contra de que las elecciones serbias de mayo pasado se celebraran también en Kosovo, autoproclamado país independiente desde febrero. Los manifestantes lanzan basura y botellas contra las oficinas de la ONU en Pristina, la capital kosovar, por no haberlo impedido.

La realidad es que a uno le cambian la llave de casa, le dicen que fue adoptado, que la tal cuna era una filfa y que hay un nuevo país. Así de aperreados se han levantado numerosos ex yugoslavos durante años y ahora los serbios, especialmente los del nuevo Kosovo independiente. Pero, más que sin bandera, los conflictos dejan a gente de patitas en la calle.

Hace ahora nueve años que la guerra se detuvo, viró sobre sí misma y las bombas de la OTAN y el saqueo y la deportación de albanokosovares llegaron a su fin. Pero antes de que estallara la paz llegó la victoria. En los ojos del joven Shpend, el triunfo eran llamaradas de legitimidad; días después, mientras desplazaba de sus puestos a los azarados médicos serbios en el hopistal de Pristina, se autonombró jefe de departamento.

Álvaro Ybarra Zavala

Política de tierra quemada. Un enclave serbio en ruinas situado a las afueras de Pristina. La población serbia de Kosovo sufre desde el final de la guerra la política de tierra quemada que practica con plena impunidad la mayoría albanesa. Hoy, los serbios viven en pequeños guetos protegidos por las tropas de la KFOR o en los últimos enclaves de

La victoria hizo irreconocible al amigo de noches de indulgencia en medio de la tragedia. Shpend venía a confirmar que las víctimas a veces no son mejores: sólo sufren. Y en aquella Yugoslavia envenenada de chauvinismo se vio que sólo conmovía realmente el sufrimiento de una de las partes: Belgrado departía muy `chic´ en sus terrazas, mientras Bosnia se desangraba y Kosovo lloraba; hoy, Serbia es la nueva víctima. «El nacionalismo es la ideología del tonto –dice la escritora croata disidente Dubravka Ugresic– simplifica mucho el mundo».

Álvaro Ybarra Zavala

Cambio de signo. Un niño cruza un antiguo enclave serbio, totalmente destruido, en el que hoy empiezan a instalarse los nuevos propietarios: familias albanesas.


Kosovo es un baúl de los recuerdos serbios –con algunos de sus mejores monasterios– pero en la práctica poblado de albaneses, que el poder serbio se encargó torpemente de enemistar durante 70 años de dominio. De resultas, la independencia ha sido el acto final del desplome del Estado y la ideología yugoslava para nueve de cada diez habitantes de Kosovo, los albaneses, mientras para el uno restante serbio es un expolio y el fin de un orden.


Para la familia Markovic, el fin de su orden es que está refugiada como tantas en el enclave norte de Mitrovica, desde que la ola de represalia albanesa arrasó su aldea de Svinjane, en 2004. No sabe cómo ni cuándo rehará su vida. Con su hija en brazos, Sanja sólo ruega «que no haya más violencia, algo que me aterroriza». Su vecino, Miodrag, también es un desplazado: vivía a 50 metros del río y ahora a 200, sólo que antes al sur y ahora en la orilla norte en que se acantonaron los serbios huidos: «Me levanto y veo cada día mi casa al otro lado». Igual pero a la inversa la ve, desde la orilla albanesa, la fundadora de Community Building Mitrovica, Valdete Idrizi, galardonada por su valentía para intentar edificar «un área de confianza» con los serbios enfrentados: «No tengo problemas con la gente, tengo problemas con los políticos». Lucy Ashken, de Insight on Conflict, recalca que «así es como se construye la paz y no en los despachos».

Álvaro Ybarra Zavala

Refugiado y clandestino. Djan, de origen serbokosovar, vive en una casa ilegal, dentro de un asentamiento de refugiados clandestinos a las afueras de Belgrado. Originario de Pec, dejó su tierra para salvar su vida


Decenas de miles de desplazados de rebote, gitanos, zíngaros, egipcios y turcos, víctimas terceras sin nadie que hable por ellas, se unen a los serbios que han perdido casa, escuelas, iglesias y su mundo, olvidados por aquel Belgrado de las terrazas que los utilizó. Hoy, esa Serbia oficial, y la no tan oficial, se comporta como si nada hubiera sucedido en estos 18 años, al margen de que hayan dejado de comprarse Adidas y viajar al extranjero, ajenos a los 150.000 muertos.
«Pocos asumen cuánto nos hemos hecho odiar y temer por nuestros vecinos», decía durante la guerra el extrañamente sincero padre Sava, del monasterio serbio de Decani. Quienes sí lo saben lo explican por la eterna conspiración, como si los serbios sólo pudieran estar matando o ser víctimas del universo.


En Mitrovica, al estar en la frontera, hay desafío y ganas de forzar la separación programada desde que perdieron la guerra; en Gracanica y otros enclaves centrales hay crispación, duelo, paroxismo y rabia, comprensibles ante una independencia que nunca debía llegar, pero un principio de apertura al realismo. Al caer el comunismo, dice Ugresic, «la mayoría eligió sentirse víctimas del sistema. Y las víctimas no tienen responsabilidad». No es fácil encontrarla entre estos serbokosovares atrancados en sus casas y que, si despotrican del presidente Milosevic, es porque no derrotó a la OTAN y limpió esto de albaneses o el Adriático de croatas.

Álvaro Ybarra Zavala

Infancia robada. Estas niñas son refugiadas serbias que han huido de Kosovo con su familia. Viven en un campo de refugiados a las afueras de Belgrado. No reciben ayuda de nadie. Sus padres trabajaban de forma ilegal en un polígono industrial y ganan menos de 20 euros al mes.


Cuando los líderes serbios hablaban de Kosovo parecía que los habitantes sólo eran un incordio; se olvidaba que «la gente tiene derechos, no los pedazos de tierra», afirma la directora del Centre for the Study of Global Governance de Londres, Mary Kaldor, y la política de Milosevic deslegitimó al Estado. En cuanto a los albaneses, la ignominia sufrida enjuga todo posible mal causado. El director de la radio serbia en Mitrovica, Ceslav Milisavljevic, culpa de todo «a un plan de las potencias. La razón está con Serbia, pero perdimos la batalla mediática».

Álvaro Ybarra Zavala

La protesta. Albanokosovares durante una manifestación en contra de las elecciones serbias por las calles de Pristina.


Con la independencia la UE ha aterrizado en Kosovo, pero está por ver cómo despega: tres meses después la misión Eulex, para edificar la legalidad kosovar, no parece ni legal ni acorde con la ONU. Recuerda a Austrohungría en 1908, cuando enmendó por las bravas el Tratado de Berlín y se anexionó su protectorado de Bosnia; cien años después, la UE ha hecho algo parecido. En Oxford el historiador Timothy Garton Ash lo ve como «un nuevo estilo de descolonización: de protectorado, a miembro de la UE sin alcanzar la plena soberanía».

Álvaro Ybarra Zavala

Calles blindadas. Tanque de la KFOR cerca del enclave serbio de Mitrovica.

 
Veinte años después de tomar el camino resentido de Alemania en los años 30, Serbia puede optar ahora por la vía europea para la reconstrucción nacional. Antes se entenderán tal vez Serbia y Kosovo que los kosovares entre sí; pues Kosovo lleva mucho tiempo dividido: desde que a finales de los 80 la Liga de los Comunistas Serbios se inoculó una dosis de metadona nacionalista para sobrevivir a la perestroika en Europa. Pero cuando Serbia y Kosovo ingresen en la UE, la vieja Patriarquía de Pec será como Dubrovnik para los venecianos, un lugar con otra Administración, pero al que se va cuando se quiere, sin pasaporte, como siempre.

Ramiro Villapadierna

 

[Fuente: xlsemanal]

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