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Adriano



 / GASPAR MEANA

■ Adriano, el gran emperador viajero que mejoró la vida de sus súbditos.

Nació en Itálica en el año 76. A los 10 años se quedó huérfano y su tío Trajano –futuro César– se hizo cargo de él. Le proporcionó una educación exquisita y en 117 sucedió a su tutor, convirtiéndose en el segundo César romano de origen hispano. Su mandato fue relativamente pacífico.

Fue el segundo César romano de origen hispano y con él, Roma conoció una de sus mejores etapas de esplendor. Dotado para el gobierno, viajó de forma incansable por las provincias imperiales, mientras promulgaba leyes que mejoraron la existencia de sus súbditos.

Elio Publio Adriano nació en Itálica (cerca de la actual Sevilla), el 24 de enero del año 76. Con 10 años de edad se quedó huérfano, un suceso que propició su traslado a Roma, bajo el amparo y protección de su tío, el futuro emperador Trajano, quien le otorgó una educación exquisita.

Transcurrido el tiempo, el joven mostró querencia por la sabiduría y las bellas artes y llegó a ser muy versado en matemáticas, medicina, filosofía, música, literatura, escultura, geometría… Si bien, su predilección intelectual se inclinó hacia el mundo helenístico por lo que se ganó el apelativo de graeculu, pequeño griego.

Se puede decir que Adriano fue un predecesor de las corrientes renacentistas, pues todo conocimiento le interesaba, incluidos los secretos de la vida y de los hombres. En todo caso, este acúmulo del saber no le distrajo un ápice en su carrera social. Entre 91 y 117 ocupó diversos cargos en la administración pública, como los de cónsul, cuestor o tribuno de la plebe. En el plano militar, destacó en este tiempo luchando en varias legiones, como la II Adjutrix o la V Macedónica.

En 96 se casó con Vibia Sabina, una sobrina nieta de su tutor, Trajano. Cuando éste llegó al poder dos años más tarde, Adriano siguió bajo su servicio y le acompañó a las campañas de la Dacia. En 107 fue nombrado delegado imperial en la provincia de baja Panonia (actuales Hungría y Serbia) y un año más tarde alcanzaba la cumbre política obteniendo el cargo de cónsul. Finalmente, la confianza que Trajano había depositado en él se plasmó en su elección como hijo adoptivo en agosto de 117. Días más tarde, el emperador falleció y el camino quedó abierto para que Adriano asumiera el trono.

Su mandato fue bastante pacífico y quedó marcado por sus constantes viajes, ya que quiso conocer, de primera mano, la realidad de las provincias imperiales. Con tal motivo, en el año 121 se trasladó a las Galias (actual Francia), donde revisó personalmente guarniciones y ciudades. Luego viajó a Germania, reforzando la limes (la frontera). Más tarde, desembarcó en Britania, donde ordenó la construcción del famoso muro que llevaría su nombre. Una obra colosal de más de 100 kilómetros de largo que separaría el sur romanizado del norte bárbaro en posesión de los indomables pictos. Asimismo, regresó a su tierra natal, pasando el invierno de 122 en Tarraco (Tarragona). Allí, un esclavo intentó, sin éxito, atentar contra él.

De la península Ibérica saltó a tierras africanas para sofocar una rebelión de las tribus mauritanas, y de ahí continuó hacia Egipto. Realizó un crucero por el Nilo en compañía de su amante masculino Antinoo, quien falleció ahogado en extrañas circunstancias. A esas alturas, Adriano llevaba demasiado tiempo fuera de Roma, lo que inquietó al Senado imperial que no paraba de preguntarse a qué se debía tanta pasión viajera.

Sea como fuere, a su regreso a la ciudad eterna, el César hispano se entregó por completo a la tarea de remodelar el aparato estatal de gobierno. Sus decisiones fueron, en general, bien recibidas y con ello se alivió la congestión burocrática que padecía el Imperio. Entre otras medidas, prohibió los vergonzantes sacrificios humanos y concedió subvenciones a miles de agricultores para que cultivaran tierras hasta entonces baldías.

En 132 los judíos de Palestina, dirigidos por Bar Kochba y Eleazar, se levantaron en armas. El mismo Adriano se puso al frente de las legiones para aplastar la rebelión con un resultado sangriento que dejó más de 200.000 hebreos muertos y otros tantos represaliados. Sólo la enfermedad pudo frenar su inquebrantable espíritu. En 138 la hidropesía [derrame o acumulación de líquidos] se apoderó de su cuerpo para sumergirlo en estragos irreversibles. Aquel hombre guapo, robusto y de rizados cabellos rubios comenzó a hincharse, sufriendo frecuentes hemorragias nasales con dolores tan agudos que el propio César llegó a implorar la muerte. Ésta se produjo mientras reposaba en la estación termal de Baya, cerca de Nápoles en julio de 138.

Adriano fue uno de los más relevantes emperadores, su pasión por la cultura y por la grandeza de la civilización quedó reflejada en magnas obras de construcción y en brillantes escritos elaborados por intelectuales que habían recibido su mecenazgo. Sus restos mortales recibieron sepultura cerca del río Tíber, en un mausoleo en el Castillo Vaticano de Sant’Angelo, en Roma.

[Fuente: José Luis Cebrián/ GASPAR MEANA]

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