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Salomón


• BIOGRAFÍAS

■ Salomón, el rey sabio que mantuvo unidas a las tribus judías.

Nació en 971 antes de Cristo y fue el tercer rey de los hebreos. Fortificó y organizó el reino que había heredado de su padre –el mítico rey David–, garantizando su prosperidad económica. Construyó el Templo de Jerusalén, recinto sagrado que guardaría las Tablas de la Ley de Moisés.

Fue uno de los monarcas primigenios del Estado hebreo. Su carisma, sabiduría y dotes para el gobierno le granjearon grandes alianzas con países fronterizos que le permitieron mantener unidas a las 12 tribus judías hasta su muerte. Salomón fue hijo del mítico rey David, segundo soberano de Israel, y de la esposa de éste, Betsabé, quien había estado anteriormente casada con el militar hitita Urías. Según se cuenta, la belleza de esta mujer cautivó al monarca de tal manera que —víctima de un deseo irrefrenable— envío al bravo mercenario en vanguardia de las tropas ante un arriesgado combate, lo que provocó a la postre su muerte en batalla.

Libre de obstáculos, David unió su destino a la desolada viuda, y de su amor nació el sucesor al trono. Si bien Salomón fue el décimo de los 17 hijos que tuvo el monarca con diferentes mujeres, siempre fue considerado el predilecto y, tras disputar con éxito la sucesión a su hermanastro Adonías, se proclamó soberano de Israel.

Durante años centró su actividad política y administrativa en el fortalecimiento del Estado, aprovechándose, de paso, de las fuertes disputas internas que vivían las grandes potencias de la época. En ese sentido, sus innegables virtudes diplomáticas le abrieron camino para establecer vínculos de amistad con territorios cercanos. Por ejemplo, con Egipto lo consiguió casándose con una de las hijas de Siamón, faraón de la XXI dinastía, y con Fenicia estableciendo una magnífica alianza comercial con Hiram I, gobernante de la ciudad de Tiro, que le suministró naves y abundante madera para sus propósitos arquitectónicos y empresariales.

Mantuvo contactos con Saba, riquísimo enclave africano con el que no solamente obtuvo trato comercial; también se relacionó sentimentalmente con su reina, Makeda. Fruto de esa famosa pasión nacería Menelik, quien fue el primer Negus fundador de la dinastía abisinia. Salomón tuvo una nutrida descendencia, ya que llegó a tener un harén de más de 1.000 mujeres.

Las relaciones con estas naciones propiciaron interesantes intercambios culturales que aumentaron la actividad intelectual de Israel. Incluso se atribuyó al propio Salomón la confección de numerosas obras literarias, como tratados de botánica y zoología, o textos fundamentales para la religión judaica, verbigracia Proverbios, El Cantar de los cantares, Eclesiastés o diversos salmos que, según se confirmó más tarde, pertenecían a siglos posteriores y no al tiempo en el que vivió el tercer rey hebreo.

Pero, sin duda, su mayor logro fue el levantamiento del primer Templo de Jerusalén, un viejo sueño de su padre que pudo cumplir tras desembolsar una inmensa fortuna. El recinto sagrado formaba parte de un gran complejo palaciego y en él quedó depositada el Arca de la Alianza, contenedora de las Tablas de la Ley que Yahvé había entregado a Moisés en su trasiego hacia la Tierra prometida.

Según parece, el Arca no era el único elemento que las paredes del templo custodiaban; había piezas como El Menorah (candelabro de siete brazos) y El mar de bronce (un recipiente cilíndrico sustentado sobre los lomos de 12 toros). También se hallaba la Tabla de Salomón, donde el rey plasmó su conocimiento esencial del Universo; esto es el génesis de la creación en un esquema geométrico que, a su vez, contenía la formulación de la palabra fundamental del nombre verdadero de Dios, el Shem Shemaforash.

El templo fue construido sobre el monte Moria, tardó siete años en edificarse y se inauguró en 961 antes de Cristo entre grandes fastos, ya que los judíos creían que ese lugar era el centro de la Tierra y sitio privilegiado para entrar, mediante rezos, en contacto con la divinidad.

En 586 a. de C., el recinto fue arrasado hasta los cimientos por los ejércitos del rey babilonio Nabucodonosor. Siglos más tarde, se alzaría un segundo templo, que volvió a guardar los grandes tesoros que los rabinos judíos habían preservado de la rapiña. Finalmente, en 70 después de Cristo, las legiones romanas dirigidas por Tito —hijo del emperador Vespasiano— demolieron el santuario, llevándose sus maravillas a Roma.

Éstas terminaron en el templo de Júpiter Capitalino y en otros enclaves de la ciudad eterna hasta que, en el siglo V después de Cristo, fueron expoliadas por los visigodos del rey Alarico I y supuestamente trasladadas, en la peripecia vital de este pueblo germánico, a las Galias e Hispania.

En todo caso, Salomón supo administrar eficazmente su reino. No obstante, los excesivos impuestos que aplicó a sus súbditos en aras de enormes proyectos arquitectónicos provocaron, tras su muerte en 922 a. C., la división del territorio en los reinos de Judá e Israel.

Por Juan Antonio Cebrián

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