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Mujeres marines

• SOCIEDAD


♦ A las candidatas se les obliga a chillar durante los ejercicios, para que aprendan a mostrar su agresividad. De los instructores reciben cotidianamente insultos y humillaciones, que aceptan con orgullo..

► Mujeres Marines.

■ Arrastrándose como reptiles sobre el suelo húmedo, a unos pocos centímetros de la alambrada con púas de acero, muestran una determinación total. Las órdenes del sargento instructor resuenan sobre sus cabezas como secos golpes de martillo. Tienen los rostros manchados de barro y los cuerpos agotados, inundados de dolor. El cuadro, habitual en una base militar, no llamaría la atención si los protagonistas fueran futuros soldados. Toma otro color, en cambio, al advertir que quienes sostienen en sus brazos pesadas armas largas con gesto agresivo son representantes del supuesto sexo débil. Procedentes de todos los rincones de Estados Unidos y con los más diversos orígenes sociales, estas mujeres comparten un sueño bordado con barras y estrellas: formar parte del más prestigioso cuerpo de las fuerzas armadas norteamericanas, los Marines. Una elección que toman cada año 2.200 jóvenes de entre 20 y 30 años, al inscribirse en el programa del Officer Candidate School (OCS) de la base de los marines en Quantico, en el estado de Virginia. Al hacerlo, saben que afrontarán una temporada en el infierno, un periodo de entrenamiento similar al que siguen sus camaradas masculinos y que les reserva los peores sufrimientos físicos y psíquicos. La filosofía de los marines es formar "líderes", por lo que las características morales y el nivel intelectual de las candidatas a oficiales también son evaluadas continuamente en Quantico -un establecimiento militar que funciona desde 1919-. A pesar de los obstáculos que se encontrarán en el camino, ellas ya han tomado la opción de entregarse en cuerpo y alma a su idea de patria.

UN DESAFÍO FÍSICO Y MORAL.
Indiferentes a las posibilidades de progreso económico en trabajos más convencionales, se han decantado por una decisión audaz y categórica: realizarse personalmente mediante la defensa su país, en el seno de un cuerpo que admiran con devoción. Alimentado durante años por metros de celuloide, el de los Marines alcanza proporciones de mito. "Siempre me sentí atraída por los Marines, porque son los que tienen más y mejor fama. Es la fuerza más difícil. Es realmente lo máximo", precisa Heather Kautz, originaria de Nueva Jersey. Resuelta a entrar a formar parte de este cuerpo de elite -sin parangón en las Fuerzas Armadas españolas- cueste lo que cueste, esta joven de 21 años soporta con abnegación y coraje los rigores de un programa de entrenamiento que le parecería inhumano al común de los mortales. Diplomada en marketing, su meta es convertirse en piloto. "La gente lenta me pone nerviosa. En la escuela siempre fui de las más dinámicas y de las más avanzadas", añade. El nivel de estudios de las aspirantes es muy elevado. La mayoría vienen con brillantes carreras en el sector privado, pero todas han decidido aventurarse en un mundo ocupado hasta hace poco únicamente por hombres. "Pensé que, tanto para mí como para mi país, esto era lo mejor", dice Mary Bozlee, una jovencita de 24 años, que se niega a pensar siquiera en la posibilidad de fracasar. Las chicas que siguen los diferentes programas de entrenamiento muestran una profunda motivación. Sometidas a una presión permanente, no tienen derecho a equivocarse. Desorientadas ante una avalancha de órdenes simultáneas, deben aprender a escoger prioridades y reaccionar con rapidez. "Se trata de sembrar la confusión en sus espíritus, con el fin de testar sus aptitudes para seleccionar lo que tienen que hacer", explica uno de los sargentos instructores. Y agrega: "Los mejores oficiales no son los que lo hacen todo, sino los que son capaces de establecer prioridades". Guiadas por su instinto, por su voluntad, pero también por su espíritu de competición, las aspirantes deben demostrar que pueden resistir el desafío. "Creo que intelectual y mentalmente soy capaz de casi todo. En cambio, no estoy tan segura de poder aguantar físicamente", comenta Heather Kautz, tras varias semanas de entrenamiento. En efecto, las heridas son numerosas y constituyen, de entrada, el único motivo de abandono de estas chicas. El 45% de ellas tira la toalla. Una renuncia que también suele tener que ver con el estrés, la falta de sueño y la dificultad de los ejercicios. Todas las noches, el médico del campo se dirige a los dormitorios para atenderlas. Con heridas en codos y pies casi siempre, lo que más temen son las fracturas. Eso fue lo que le pasó a Kristen Vance, el año pasado. La joven, que entonces tenía 25 años, renunció a una prometedora carrera de atleta para unirse a los marines, pero se rompió una pierna tras pasar seis semanas en Quantico. Ha regresado este año para conseguir su diploma en el OCS, al sortear con éxito las pruebas para ingresar a una escuela especial de pilotos. "Para mí, lo peor sería volver a romperme algo", exclama. Se levantan cada jornada a las 5 de la mañana. Las chicas de la compañía están sometidas al mismo ritmo que sus colegas masculinos. Disponen de un cuarto de hora para arreglarse, se reagrupan todos los días antes de desayunar y pasan un momento con el comandante de la compañía, que les da las instrucciones diarias. Desde ese momento comienzan a llover por todas partes chillidos con órdenes contradictorias. Empezando por un entrenamiento físico especialmente intenso, la jornada se transforma rápidamente en un verdadero tormento. Los cursos, dictados a partir de las 9,30, se suceden con una cadencia sostenida, sin dejar el más mínimo respiro a las postulantes. Pasando del camuflaje o del morse al recorrido de obstáculos en un lapso relativamente corto (1,30 a 2 horas por curso), no tienen ni tiempo para respirar. A una disciplina fácil le sigue invariablemente una prueba mucho más complicada. La carrera a pie con 15 kilos sobre la espalda, cruzar un río sobre una cuerda o la simulación de un combate en el bosque forman parte de su lote cotidiano dentro de las 2.427 hectáreas para entrenamiento de la base de Quantico. Sin contar con los cursos de primeros auxilios o el ritual de la presentación de armas, organizados a mediodía, bajo un sol de plomo. Todo está concebido para probar la resistencia de las chicas. "Sabía que era difícil, pero no imaginaba que fuese tan duro físicamente", confiesa Susan Dencault, de 26 años. Antes era profesora. Desencantada con su vida cotidiana, abandonó las aulas y pensó en hacerse marine. Y aunque hoy el programa le parece más difícil de lo que creía, no se arrepiente. "Aquí encontré mi felicidad", afirma. Sin dormir, heridas, estresadas, insultadas, las candidatas son sometidas a todo tipo de presiones, pero ellas aceptan con orgullo las humillaciones y las calamidades. Es la contrapartida necesaria para formar parte de la elite. Cuando se inscriben, la eventualidad de un fracaso ni se cruza por sus mentes. Pero la Marina es muy exigente. Los rigores y la dureza del adiestramiento acaban, a veces, con las vocaciones más sólidas. Casi la mitad de todas ellas fracasará.

MARINES POR VOCACIÓN.
Van hasta el límite de sus posibilidades físicas en los entrenamientos. A cambio, reciben 180.000 pesetas mensuales, una suma que les servirá, entre otras cosas, para comprar su uniforme. Dispuestas a todo por triunfar, las candidatas a oficiales de los Marines consideran sus sufrimientos como un peaje obligado. Quieren pertenecer a la elite de las fuerzas armadas porque convertirse en oficial de los Marines, creen ellas, es un honor. Y es también el cumplimiento de un sueño y de un proyecto personal. Marshalee Clarke, una joven de 18 años nacida en Jamaica, sueña con eso desde la infancia. "Vine a Estados Unidos cuando tenía 10 años. Quería entrar en las fuerzas armadas y, a los 16, decidí que sería en los Marines", explica con total normalidad. Fiel a su decisión, se fue a entrenar durante 12 semanas en una escuela de suboficiales. Su objetivo: llegar a teniente. Algunas viven en este medio desde que nacieron y ni siquiera se plantearon hacer otra cosa. "He pasado toda mi vida rodeada de personas que estaban en los Marines o que tenían parientes en los Marines. Lo mío vino, pues, rodado. Siempre quise ser Marine", explica Martha Detroese, una candidata de 20 años, originaria de Nuevo México. Muchas se inscriben en verano, durante las vacaciones escolares. Algo que no hace su tarea más fácil, porque suele acompañarles un calor de unos 35 grados como mínimo y una humedad que puede alcanzar el 88%. Los programas cambian en función del nivel de estudios de las candidatas. Mientras las universitarias siguen dos sesiones de seis semanas, que se desarrollan a lo largo de dos años, las que terminaron sus estudios realizan 10 semanas de entrenamiento de una sola vez. Esta durísima formación desemboca en un examen extraordinariamente difícil, que se desarrolla en tres días y que concentra el conjunto de las disciplinas. Si superan la evaluación, estas mujeres verán cumplido su mayor anhelo. Un deseo forjado al calor de un espíritu patriótico inflamado a golpe de órdenes gritadas a voz en cuello, presentido en las largas noches de guardia o durante el recreo de mecánica serenidad que ofrece el turno cotidiano para limpiar los fusiles. "Voy a ser Marine, porque eso es lo máximo que se puede ser", afirma Mary Bozlee con alegre seguridad, como quien ha encontrado la llave de la felicidad.

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