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Depresión

• CRÓNICA DE SOTOANCHO


► Depresión.

■ El otoño me ha llevado a un estado de depresión que no consigo superar. Marsa me anima, pero el dolor es tan agudo que se me escapan mis energías. Me deprime el otoño. Soy pájaro de primavera. La caída de las hojas me recuerda que todos somos vulnerables. Para colmo, aún no me he repuesto del terrible golpe que padecí dos semanas atrás. La evidencia, la prueba irrefutable, de que mi padre era llamado por una de sus amantes “Potorro”. Un otoño sin esta condición agravante podría haberlo superado sin excesivos traumas. Pero lo de “Potorro”, “Potorrín” y “Potorrón” me tortura a todas horas. Entiendo que la intimidad que procura compartir la misma almohada en los desahogos adúlteros facilita la adaptación de los nombres a apelativos más cariñosos. Pero algunos se me antojan intolerables. Mi primo “Moby”, el único simpático de mi familia, gran estafador y vendedor de obras de arte falsificadas, se enamoró tanto de una rusa que le llamaba “Chichipova”, y en los momentos álgidos y ardientes de las fogaradas, “Chichipovita de mi alma”. Le advertí que de seguir en el empeño y mantener esa denominación a su rusa, le cortaría el grifo de las estafas y lo dejaría en la calle. Pero no lo pude hacer porque “Moby” es un enamoradizo, y además me cae muy bien. Anteayer me vi obligado a comprarle el hueso del dedo anular de la mano derecha de Viriato, reliquia valiosísima del prestigioso caudillo lusitano. No es de Viriato, pero se lo compré con gusto, sabedor de que fingiéndome estafado, los miles de euros que le solté le servirán para sobrevivir a cuerpo de rey durante un trimestre. Previamente le compré un “Paisaje con ferrocarril entrando en un túnel” de Velázquez, y el violín preferido de Mozart. Pero lo de “Chichipovita”, que es grave, no puede compararse con el “Potorro” de Papá. Me parece muy bien que mi padre tuviera amiguitas aquí, allí, acá y acullá, porque mi madre no daba ni para un consomé aguado. La indecencia, pues, no estaba en la infidelidad del pobre Papá, sino en la manera de dirigirse a él de una de sus amantes, a la que deseo desde aquí decenas de miles de años en el Purgatorio. Todo ello, unido al otoño que ya ha dado los primeros golpes a la puerta de mi melancolía, me han llevado a un estado de depresión que no consigo superar. Marsa me mima y me anima, pero el dolor es tan agudo, que me fallan las fuerzas y se escapan mis energías. Ayer, no más, me pregunté por primera vez en mi vida si resulta tan interesante e imprescindible eso de vivir. Golpes de viento que rebajan la riqueza de hojas de los álamos y los prunos. La casa, deshabitada de alegría y de problemas. Tan sólo yo me enfrento a uno de los más graves que han sacudido mi tranquilidad en la aceptable existencia que Dios me ha concedido. Saber, ser consciente, estar al loro, de que mi padre era llamado “Potorro” por una de sus amantes. Mucho para ser otoño.


[Alfonso Ussia]

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