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Chimpón

CRÓNICA DESOTOANCHO


► Chimpón.

■ De cuando en cuando, hasta en Casa sobrevienen las tragedias. María, la doncella y ponebaños de Mamá (Q.E.P.D.), me pidió, una semana atrás, que contratara a su prima Reglita para formar parte del servicio doméstico. No tuve inconveniente y la admití de inmediato, a pesar de los malos informes de Tomás. “Señor marqués, la conozco y no para de cantar”. Mi contrariedad se hizo patente: “Tomás, en Casa, si algo falla, es el canto”. Y Reglita se incorporó. En efecto, canta muchísimo. Canta mientras hace los cuartos, mientras va de un lado al otro, mientras ayuda en la cocina y plancha mis camisas. Pero hay algo que me solivianta especialmente. Cuando termina una copla, entona un “¡Chimpón!”, que me saca de quicio. Así por ejemplo: En la de Luis Candelas del tío Rafael de León –se las sabe todas–, la copla termina de esta guisa: “Y siempre roba que roba,/ y yo por él siempre igual,/ queriéndole un día mucho,/ y al día siguiente más”. Es una manera bellísima de dar fin a una canción, menos para Reglita. Que al dar el do de pecho –mejor dicho, el do de pechos–, con el “y al día siguiente más”, va la tía y añade: “Chimpón”. Ante tamaña barbaridad, me he visto obligado a decirle a María, su prima, que un “chimpón” más y tiene que irse de Casa. Y María lo ha entendido perfectamente. Me hallaba colocando sellos, cuando la voz de Reglita me encandiló. Cantaba otra de tío Rafael, “Me da miedo la luna”. Va de Granada. Su final resulta estremecedor para los que nos sentimos sangre de la copla. “Y por eso me da miedo/ de acordarme de la luna”. Un final airoso y poético. Pero mi indignación no se mantuvo prudente, cuando de la voz de Reglita surgió el siguiente final: “Y por eso me da miedo/ de acordarme de la luna/, ¡Chimpón!”. Se me alborotaron hasta los sellos, alguno de ellos, carísimos. Y le hice llamar. Mi voz salió barítona: “Reglita, como vuelva usted a terminar una canción con su maldito ‘chimpón’ me veré obligado a prescindir de sus servicios. Lo suyo es intolerable”. Reglita principió un conato de lloriqueo. “Le juro, señor marqués, que me tragaré el ‘chimpón’ a partir de ahora”. Creo en los juramentos. La voz de Reglita es una maravilla. Y paseaba por la Recoleta de los Magnolios, cuando del aire voló la voz preciosa de mi nueva menestrala. Cantaba “Pena mora”, cuyo golpe terminal es de arte grande. “Pena mora, pena mora/ que me nubla la razón./ Y es lo mismo que un león/ que por dentro me devora”. Me sonó tan bien, me llenó el alma de tanto ángel, que no pude contenerme y solté un “¡Chimpón!” que se oyó hasta en Lebrija, donde tenía las tierras el tío Manolo Halcón. Y se oyó en toda La Jaralera, y en el corredor de las buganvillas, en el que cantaba mientras hacía sus cosas la Reglita, mismamente. Y claro, perdí toda mi autoridad, pero es mejor perder el dominio que la maravilla de la copla. Y chimpón.

[Fuente: Alfonso Ussía]

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