Promoción del invento “Máquina propuesta a la Asamblea Nacional”, dice la estampa contemporánea.
El estreno de la guillotina
Fue un paso adelante de la humanidad, una forma de ejecución indolora y sin privilegios para los nobles.
La guillotina evoca inevitablemente el Terror con mayúscula, la salvaje represión impuesta por Robespierre en la Revolución Francesa. Y sin embargo deberíamos considerarla un elemento del progreso humano.
Resulta chocante hoy, cuando todo el mundo democrático excepto Estados Unidos rechaza la pena de muerte, hablar de formas de ejecución buenas. Los reos, no obstante, deberían opinar sobre esta cuestión, pero lamentablemente no pueden.
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Espectáculo. Incluso en el siglo XX, las ejecuciones en la guillotina fueron públicas y con gran ceremonia
Hasta la Revolución Francesa, las dos formas de ejecución más corrientes en Europa eran “horca y cuchilla”. Esta última, la decapitación con espada de dos manos o hacha, se aplicaba sólo a los nobles porque se consideraba una muerte honorable. O viceversa, se consideraba honorable porque se aplicaba a los nobles y aun a la realeza. En España, en los albores de la Edad Media, fue decapitado san Hermenegildo, hijo del rey godo Leovigildo, y así murieron María Estuardo, reina de Escocia, y el mismísimo rey de Inglaterra, Carlos I, lo que indudablemente aumentó el prestigio de la cuchilla.
Crueldades
Frente a esta muerte honrosa, rápida y sin sufrimientos complementarios, a la plebe se le aplicaba la horca, que era infamante, y en muchos casos iba acompañada de exposición, es decir, se dejaba el cadáver colgando para que se lo comieran los pájaros.
Y sin embargo no era lo peor que le podía pasar a un condenado a muerte, había ejecuciones deliberadamente crueles, auténticas torturas que mataban entre atroces sufrimientos. Incluso en el país y en el siglo de la Ilustración, en Francia en 1757, el regicida frustrado Damiens, que había atentado contra Luis XV, fue ejecutado por el procedimiento de atar sus manos y pies a cuatro caballos, y arrear a éstos hasta hacer pedazos al desgraciado.
Estas salvajadas, sin embargo, chocaban ya con el espíritu de la época. Voltaire llevó a cabo una campaña de implacable denuncia de las torturas penales. En esa misma línea humanitaria se encontraba el doctor Guillotin cuando inventó la famosa máquina que hoy provoca escalofríos.
Revolucionario
Joseph Ignace Guillotin se había educado con los jesuitas e incluso había sido novicio de esa orden, aunque colgó los hábitos para estudiar medicina en París. Como médico fue u n a personalidad destacada, profesor de la Facultad, autor en 1791 del plan de enseñanza de la medicina, impulsor entusiasta de la vacuna contra la viruela... Alguien de su condición intelectual e ideológica tenía que participar en el gran proceso de cambio que fue la Revolución Francesa. Guillotin estaba entre los diputados que, reunidos en el Juego de Pelota, hicieron el famoso juramento que suponía el primer desafío a la autoridad absoluta de la monarquía. Incluso es identificable su efigie en el célebre cuadro de David. Nada más puesta en marcha la Revolución, en octubre de 1789, el doctor Guillotin presentó un proyecto de ley a la Asamblea para que se adoptara la fórmula de ejecución inventada por él. Se trataba de una máquina con una cuchilla que caía sobre el cuello del reo inmovilizado, en una acción que duraba sólo tres cuartos de segundo.
El doctor Guillotin era un filátropo preocupado po rel progreso y de la igualdad.
“Égalité”
Guillotin no sólo pretendía lograr una forma de ejecución indolora, sino también igualitaria. Ya hemos dicho que la decapitación estaba reservada a la nobleza. Extenderla a todo el mundo planteaba un problema técnico: había que ser muy experimentado verdugo para cortar una cabeza de un tajo. No se improvisaban verdugos así, y un novato podía necesitar varios golpes, haciendo sufrir horriblemente al condenado. Con el invento de Guillotin, en cambio, se aseguraba al pueblo lo que hasta entonces había sido privilegio aristocrático, una muerte rápida e indolora en caso de tener la desgracia de ser condenado a la máxima pena. En sucesivos momentos se presentó una maqueta de la guillotina a la Asamblea, y se realizaron pruebas con animales y con cadáveres, introduciéndose alguna mejora. La primera máquina de ejecutar la construyó un carpintero alemán llamado Schmitt, y por fi n se estrenó, el 27 de mayo de 1792, sobre el cuello de un criminal común, un salteador de caminos llamado Pelletier. No podía adivinar el buen doctor werrible éxito, que pronto se transformaría de instrumento de justicia en instrumento de masiva represión política. Que no sólo pasarían criminales por la guillotina, sino el rey Luis XVI, la reina María Antonieta, e incluso grandes líderes de la Revolución como Danton. El propio doctor fue víctima de la represión durante el Terror, encarcelado... Pero Robespierre cayó antes de que le tocara el turno de morir a Guillotin, que se quedó así sin probar su invento. Luis Reyes
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