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CRÓNICA DE SOTOANCHO.- La Costa Casta

La Costa Casta
“Señor Marqués, la costa de Santander es conocida en Yugoslavia como ‘la Costa Casta’. Tendría que habérselo advertido”, nos ha dicho Miroslav. Seguimos en el norte. Turno para Santander. Fresquito y sirimiri, que por aquí dicen “orballo” o “calabobos”. Tiempo maravilloso para quienes sufren los calorazos de mi tierra. Al fin, una mañana radiante y clara. Como es habitual, Marsa con su pesadez playera. –Vamos a esa playa que parece un cuchillo en la mitad de la bahía. Se refiere al Puntal, que casi parte en dos la bahía de Santander. Para llegar al Puntal es necesario el coche o la “Pedreñera”, unos barcos que cubren la distancia desde Santander a Pedreña, al otro extremo de la bahía. La playa es íntima, de ahí que nos haya llevado Miroslav con la orden de que a las cinco en punto de la tarde nos recoja en el mismo sitio. Y hemos iniciado nuestra marcha sobre la fina y casi blanca arena del Puntal, lengua milagrosa. Apenas doscientos metros, y Marsa que se ha quitado el vestido playero que llevaba, y ante mi estupor, estaba sin la parte superior del biquini. –¡Marsa, que esto es Santander, no Biarritz!–, le he dicho con medida irritación. Pero cuando me he dado cuenta, ya nadaba como un tiburón por las aguas del Cantábrico. Desde la terraza del “Hotel Real”, el Puntal parece casi desierto. Pero cada diez minutos llega un barco que descarga bañistas con enorme generosidad. Al salir Marsa del agua, un grupo de niños la ha rodeado, y a renglón seguido han corrido hacia sus padres anunciando el descubrimiento: –¡Papá, mamá, por ahí hay una tía en tetas!–. Ciertamente no debe ser costumbre de la zona la mínima indumentaria de Marsa, porque todas las miradas del Puntal se han posado en su maravilloso cuerpo. Hasta ella, que es como es, se ha sentido violentamente vigilada. Tumbada de espaldas al sol la situación ha mejorado. Pero una señora, de mediana edad hacia arriba, ha llegado hasta nuestro sitio en plan de portavoz playera. –Señora, aquí hay muchos niños. Haga el favor de comportarse con la decencia debida–. Marsa, que estaba dispuesta a ponerse el pareo para eliminar miradas, se ha encampanado. –Pues no me da la gana. Los niños tienen que saber que las mujeres tenemos tetas–. La señora ha abandonado el lugar diciendo cosas que considero muy reprochables y atentatorias contra mi mujer. Por el móvil hemos llamado a Miroslav. –Nos hemos cansado de la playa. Venga a recogernos–. El camino de vuelta ha resultado azaroso en demasía. –Por ahí va la de las tetas– ha dicho un niño al que no he ahogado porque da la casualidad de que no sé nadar. Miradas de callado reproche en las mujeres y de lascivia reprimida en los hombres. Marsa, un tanto apesadumbrada por su involuntario protagonismo. Ya en el coche, sin entrar en detalles, hemos compartido nuestra desagradable vivencia con Miroslav. El serbio, siempre enterado, no se ha sorprendido en absoluto. –Señor marqués. La costa de Santander es conocida en Yugoslavia como la “Costa Casta”. Tendría que habérselo advertido-. Lo malo es lo que queda. La charla y los comentarios de los bañistas habituales. Y que Marsa siempre será para ellos “la Tetas”.

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