◄ ¡ Hola ¡ Saludos desde MÉRIDA (España). Ciudad romana y Monumental. Si puede, no deje de visitarla. │◄ Hello! Greetings from MERIDA (Spain) Roman and Monumental City. If it can, it does not let visit it │◄ Bonjour ! Salutations de la ville romaine et monumentale de MÉRIDA (Espagne). Si elle peut, elle ne laisse pas la visite il. │◄ Hallo! Grüße MÉRIDA (Spanien) von der römischen und hervorragenden Stadt. Wenn sie kann, läßt sie nicht Besuch es. │◄ Ciao! Saluti dalla città romana e Monumental de MERIDA (Spagna). Se può, non lascia la chiamata esso. │◄ Hello! Cumprimentos da cidade Roman e Monumental de MERIDA (Spain). Se puder, não deixa a visita ele.

LA CAPITAL DE LAS FINANZA

Paraíso sin piedad Es la nueva capital financiera del mundo. Una milla cuadrada en el corazón de Londres donde diariamente cambian de mano 10.000 millones de euros, yenes, dólares y libras. El sueño del ejecutivo de élite. Pero también la pesadilla. El caso de Alberto Izaga no es la única tragedia que lo ha empañado. Es sólo la última. Indagamos en el lado oscuro de la City. Amanece. Un velero navega por el Támesis y deja atrás Tower Bridge, Las dos mitades del puente levantadas. Una caravana de taxis aguarda a que se restablezca la circulación. Sus ocupantes, de traje oscuro, zapatos lustrosos y caras cenicientas, teclean mensajes absortos en sus blackberrys. Son los amos del universo. Bienvenidos a la City. Una ciudadela extravagante en el cogollo de Londres. En la pleamar de los días laborables, 335.000 trabajadores de cuello blanco; en la bajamar del fin de semana, no llegan a 8.000 vecinos. Un Montecarlo al revés, donde se trabaja duro y no hay privilegios por ser un príncipe. Una milla cuadrada donde se concentran 500 grandes bancos, los bufetes de litigios comerciales más despiadados del mundo, los fondos de inversión más demenciales y rentables, las aseguradoras más potentes... ¿Quién la ha hecho tan endiabladamente poderosa? Dos figuras han sido decisivas. La primera, Margaret Thatcher. La Dama de Hierro abrió al mundo las puertas del mercado de valores londinense. Fue el big bang. La liberalización traía un pan bajo el brazo. En Estados Unidos, las grandes compañías pagan impuestos por sus ganancias globales. Aquí, sólo por lo que ganen en el Reino Unido. La segunda fue Bin Laden. «Desde el 11-S, si te mira mal un policía en el aeropuerto JFK puedes echarte a temblar, aunque seas un alto directivo. Y eso no les hace ninguna gracia a los potentados árabes, rusos, indios, que por su pinta se convierten en sospechosos. América se ha vuelto paranoica. Y eso es malo para el negocio», apunta Jaime Rosique, analista de futuros en Cannon St. El olor del dinero: el nuevo Wall Street. El poderío de la City se mide por las prisas. Los ejecutivos caminan a toda velocidad con un vaso humeante de plástico en la mano. La mayor concentración de cafeterías Starbucks del planeta. ¿A qué huele el dinero? A café. No tiene presencia, pero deja un rastro de cafeína porque hay que estar alerta para que no se escape. La pobreza huele a curry. Inmigrantes de Bangladesh, Pakistán o Azerbaiyán viven en los arrabales de la City, los predios de Jack El Destripador. Saris y pashminas. Adolescentes con el uniforme de una escuela coránica que hacen pellas en un parque de Whitechapel. El dinero se disfraza. Tiene nombres exóticos: opciones vainilla, securities, futuros, swaps... «Lo que hago puede resumirse así. Una empresa necesita comprar algo a un precio fijo (pongamos un mineral estratégico). Alguien con mucha pasta lo compra y se compromete a vendérselo siempre a ese precio durante varios años. El mercado puede subir o puede bajar o puede quedarse como está. Pero asume un riesgo. Y ese riesgo se puede convertir en muchos millones. O en la ruina.» Alicia Sansirena analiza opciones de inversión en Poultry. «Procuro llegar a la oficina unos minutos antes del cierre de Tokio, tengo los deberes hechos para cuando empiezan los mercados europeos, a las ocho de la mañana. Sólo me tomo un sándwich pasadas las dos y media, cuando ya sabemos cómo respira Nueva York en su apertura. Y me voy a casa cuando empiezan los mercados asiáticos. Es fascinante. Londres es un non-stop. Aquí puedes negociar las 24 horas. Nuestras posiciones cambian a cada minuto.» El perfil del ejecutivo de la City: 31 años, 150.000 euros brutos anuales. «Aquí vales según tus méritos, en España las empresas son como el Ejército: se premia la obediencia, el `señor, sí, señor´. Aquí hay que ganarse cada felicitación de tu jefe. Pero no son felicitaciones huecas. Hay reparto de dividendos, bonus. Hay ascensos.» Y ascender vale la pena. Un alto directivo puede llegar a ganar 86 veces más que un simple empleado. Los codazos vuelan.
La City es la capital financiera del mundo. Ha eclipsado a Wall Street. Unos 10.000 millones de euros, yenes, dólares y libras cambian de mano diariamente aquí. Las cifras marean. Londres acapara el 70 por ciento del mercado mundial de bonos. Ocho de cada diez fondos de inversión. El año pasado se estrenaron en Bolsa 419 nuevas compañías, por sólo 36 en Nueva York. Tanta pasta genera mordiscos y puñaladas, así que los bufetes londinenses facturan 15.000 millones de euros anuales. Y la ciudad crece a lo alto al ritmo de tanto dividendo. Hay grúas y andamios por todas partes. Tez oscura de los conserjes de los edificios victorianos y de los guardas de las obras. Aquí se construye el rascacielos más alto de Europa. Pero el edificio que domina el skyline londinense está ubicado en el número 30 de St Mary Axe, es de Norman Foster y tiene forma de pepino. Puñaladas y sueldos de 800.000 euros. The Gherkin. Una inscripción reza a la entrada: «La vida es corta. La tumba ya ha zarpado». Trabajar aquí es un sueño. Para Alberto Izaga, el sueño se convirtió en pesadilla. El hombre perfecto, el marido perfecto, el padre perfecto. Un caballero. Así lo describen su mujer, sus compañeros, sus amigos. Izaga, bilbaíno de 36 años. Formado en Deusto, donde se licenció en Derecho y Económicas. Director internacional de seguros de vida en Swiss Re. Uno de los ejecutivos españoles con más alto escalafón en la City. Alguien a quien envidiar. Un sueldo de 850.000 euros al año. Una esposa de buena familia, exótica, nacida en Cabo Verde. Una hija de dos años. Un apartamento de lujo, valorado en 1,5 millones de euros, frente al embarcadero de Albert, con vistas al Big Ben. Lo tenía todo. Lo ha perdido todo. Fue detenido presuntamente por romperle el cráneo a su hija en un ataque de furia incontrolada. Los agentes de Scotland Yard se lo llevaron esposado, en calzoncillos, a la prisión de Brixton. Su hijita estuvo dos días en coma antes de morir. Algunas enfermeras, conmovidas, habían renunciado a sus libranzas para poder cuidarla. La prensa sensacionalista buscó explicaciones rápidas: que la niña lloraba mientras los padres mantenían una relación amorosa, que Izaga oía voces en su cabeza... Un análisis más sereno es igualmente insatisfactorio: ¿enajenación mental transitoria, trastorno narcisista, sobrecarga de trabajo, viajes continuos, estrés? ¿Por qué? ¿Por qué? «Quizá vayan por ahí los tiros... Pero cualquiera sabe. Es cierto que en un puesto como el suyo tienes que tomar decisiones diarias de mucho calado y tienes que acertar siempre. No te puedes permitir un error. Pero es algo tan irracional que achacarlo sólo a la presión me parece echar balones fuera», reflexiona Sansirena. Izaga no es el único. En los últimos meses ha habido dos suicidios en la City. Gente joven, con aspiraciones. Dmitry Smoliyanikov, broker de 31 años en Citigroup, se precipitó al vacío desde la planta 16 de la sede del banco en Canary Wharf. Matthew Courtney, abogado de 27 años en Fresh-fields, uno de los cinco bufetes más prestigiosos, salió de la oficina, se dio un paseo hasta la Tate Modern y saltó desde la séptima planta. Había pedido una reducción de su carga de trabajo. Llevaba meses soportando jornadas de 16 horas. Ganaba 80.000 euros al año, pero en ocho años, cuando lo hicieran socio, podría ganar millón y medio. «El problema es aguantar. No siempre tienes esa presión encima. Pero si eres una persona con inquietudes, medianamente sensible, no tener tiempo para ti te va minando. Yo tengo clases de baile tres días por semana y eso me salva», comenta una economista madrileña. Courtney tocaba el violín, leía a García Márquez, se relacionaba bien con sus compañeros. «Sí, pero sólo con ellos. Es un mundo muy endogámico. Porque en la City trabajar 50 o 60 horas semanales no te lo quita nadie. ¿Con quién te vas a relacionar fuera de aquí? Los españoles, quizá, tenemos ventaja porque desconectamos más. Somos muchos aquí. Y nos vamos de fiesta los fines de semana. Pero si tu meta es ganar un millón de libras al año, vete olvidando de tu vida personal.» ¿Y qué pasa si tienes familia? «Si te los puedes traer, vives bien, pero Londres es carísimo y, aunque tengas un sueldo de seis cifras, muchos se plantean trabajar como mulas durante tres o cuatro años mientras la mujer y los niños están en España. También hay empresas que te premian con un año sabático. Pero sólo cuando llevas diez al pie del cañón.»
¿Dónde se soporta la mayor presión? El infierno se llama Docklands. Allí están ubicados los grandes bancos de inversión. Allí combaten los `marines´ de la banca mundial. Y el 54 por ciento está estresado. Es el lugar de trabajo más tenso del Reino Unido; sólo los cirujanos y los controladores de vuelo tienen una responsabilidad más abrumadora sobre sus espaldas. Espaldas que sufren contracturas musculares. Cabezas que duelen. Estómagos que arden. Impotencia. En las discotecas de moda, los camellos trapichean con Valium y Viagra. Tensión y sexo. Y mucho machismo. Sólo el 17 por ciento de los abogados, el 12 de los banqueros y el siete de los corredores de Bolsa son mujeres. Y sólo las más duras aguantan. O se querellan. Claire Bright, ejecutiva de banca de HBO, sueldo: 600.000 libras anuales, reclama 11 millones por el comportamiento de su jefe, que la llamaba «mi Pamela Anderson de las finanzas». Seis empleadas del banco Dresdner demandan a la compañía por 800 millones de libras. Sus colegas las invitaban a fiestas con prostitutas y querían que se comportasen como tales. El jefe de Elizabeth Weston, ebrio, piropeó sus pechos en una cena de gala: 270.000 libras de indemnización. Merryl Lynch también hizo frente a una reclamación de Stephanie Villalba, directiva a la que sus compañeros obligaron a hacer de azafata y servir las bebidas en un jet privado. Pero una columnista del diario Daily Mail alega que es bueno ser mujer en la City «si sabes explotar tus encantos, aunque suene cínico». Y una directiva de banca barcelonesa quita hierro al asunto. «Si aguantas que haya idiotas que fotocopian sus genitales cuando se emborrachan, los jefes te tratan de tú a tú. Aquí no vale dorar la píldora. Se espera de ti que defiendas tus argumentos e incluso que lleves la contraria.» Puede ser un mundo muy hostil para las relaciones de pareja, con una tasa de divorcios que duplica a la del resto del Reino Unido. Pero es la meca. «Todo ejecutivo debe peregrinar a Londres, aunque sea una vez en la vida. Aquí viene lo mejorcito de las escuelas de negocios, pero tienen que batirse el cobre. La mayoría son machos alfa. Eficientes, aburridos, americanizados. En mi equipo hay alemanes, belgas y japoneses, pero sólo se habla inglés, salvo cuando alguien pierde el control. Sólo utilizamos nuestra lengua materna para despotricar», comenta un recién licenciado por la Olavide. Y cada año se ofertan 30.000 nuevas plazas. Cinco profesiones se reparten el botín: los banqueros, los aseguradores, los corredores de Bolsa, los abogados y los kamikazes de los fondos de alto riesgo. La ley del silencio: miedo a hablar. Y la gente tiene ganas de dolce vita, de desquitarse de tantas horas de curro. Hay lista de espera para el coche de moda, el Bugatti Veyron (1.200.000 euros). El yate Edminston Thunder cuesta 15 millones y te lo venden con un punto de amarre en los muelles de St Katharine y un Range Rover de regalo. La bodega Krug ha sacado una edición limitada de su mejor cosecha del 95, 12.000 botellas a 500 libras. Los exclusivos sastres de Savile Road han vuelto a darle alegría a sus tijeras. Pero es el mercado inmobiliario el que corta la pana. Ojo. Sólo el de las mansiones y los apartamentos de lujo. En el oeste de Londres salen a la venta villas de cinco millones de euros. Y el 44 por ciento de los compradores son extranjeros. Si tienes dinero y familia, el nivel de las escuelas privadas es excelente. Los abogados especializados en opas hostiles y fusiones se reparten en Navidad más de 10.000 millones de euros en dividendos. Es el sistema de bonus. Una mezcla del gordo de la lotería y la cesta con el jamón. Unos 4.000 ejecutivos reciben un aguinaldo superior al millón de libras (casi 1,5 millones de euros). «Hay mucho dinero, pero los ejecutivos viven para su trabajo. En España es diferente porque conforme vas subiendo, te organizas. Arañas tus horitas. Aquí, en la cúpula de un gran banco, pueden echarle 80 horas a la semana», comenta Sansirena. Pero no le pregunten a un alto directivo si está estresado. Mentirá. El 76 por ciento reconoce que no se queja porque puede perjudicar su carrera. ¿Una señal de que se está llegando al límite? «Sentir náuseas y angustia cuando lees el Financial Times por la mañana», bromea. ¿Bromea? «No es ya sólo la presión, es que tienes que estar muy equilibrado. Si algo va mal en tu vida, repercute en tu trabajo. Una discusión con tu pareja. Un simple resfriado. Y te puedes venir abajo. En todos los empleos cuecen habas, claro. Pero aquí una caída es muy dura, porque te caes desde muy alto.»
«Quizá se exagere con lo de las horas trabajadas. Jornadas de 15 horas hay, pero lo habitual no es eso. El problema no son las horas que echas en la oficina, el problema es que no puedes desconectar. Sigues trabajando en casa, en el taxi, mientras almuerzas. Eso es lo que te quema de verdad. No que duermas en la oficina, aunque alguna vez se hace.» La City presume de la burbuja de Wi-Fi más densa del mundo. Además, las horas tienen truco. Por lo menos en el caso de los abogados. Un bufete espera que sus letrados facturen de 2.000 a 2.500 horas al año. Casi 60 a la semana. Ojo: una hora facturada no es lo mismo que una hora trabajada. Un tercio no se factura. Así que 11 horas en el despacho no te las quita nadie. Sin vacaciones. Sin bajas. Nadie se pone enfermo. Minutos. Se guardó un minuto de silencio en Freshfields por la muerte Matthews. Un minuto no facturado. Todo un dispendio. El 18 por ciento de los abogados de la City tiene problemas de adicción al alcohol o a las drogas. Son obsesivos y perfeccionistas. Y eso les hace echar más horas para resolver un caso. O, sencillamente, porque el bufete te paga la cena y el taxi de vuelta a casa si te quedas hasta tarde. Y, además, cuantas más horas factures, más ganas. En Leadenhall Court, rascacielos con más tornos que un estadio de fútbol, a media tarde el edificio de Morgan Sachs vomita cuatro mil empleados. La gran estampida. Bicicletas y miniciclos. Corredores en pantalón corto, las piernas depiladas, botellas de agua Evian en la mano. Ciclistas con casco y manillar de triatlón. La tarjeta de identificación en la boca mientras le quitan la cadena a su montura. Otros pimplan que da gusto. Fresas con champán en The Altruist. Terrazas en Leadenhall Market. Pintas de cerveza. Mismos trajes. Mismas corbatas tan impecablemente anudadas como a las siete de la mañana. Mismas bolsas negras con los ordenadores portátiles. Anochece. En un pub de Byward St cantan como hooligans… Son jovencísimos. Ni una mujer. Los que triunfan ahora tienen acné juvenil. Son expertos en el complejísimo mercado de los derivados, muchos de ellos matemáticos. Para ellos, el trabajo es como un videojuego. Cuando salen por ahí, se emborrachan en manada, como si hicieran botellón. Son críos con corbata en lugar de piercings. Relacionarse, el nuevo mantra. «A las cinco de la tarde, los viernes, nos pasan una bandeja de plata con bebidas, whiskies de malta, vinos caros. Tienes que socializar. Socializar es una tarea más», comenta Rosique. Hay que relajarse. Tomar un gin tonic en el Vertigo Bar de la Torre 42, a 183 metros de altura. Masajes en Liverpool Street a una libra el minuto, mínimo 15 minutos. Una cadena de hoteles ha instalado hamacas para echar la siesta y ha nombrado a un director de sueños. Hay un centro de yoga en Covent Garden que imparte sesiones para ejecutivos a la hora del almuerzo (media horita). Micronirvanas. Un gimnasio en la calle Tudor. Boxeo para ejecutivos. Hipnoterapia. Lecciones de canto. Y se ha puesto de moda caminar, para mantenerse en forma y por temor a los atentados. Por eso algunos viven muy cerquita, en Barbican, o residen en la misma City. Liverpool St, Bishopsgate, Camomile St… Pero un apartamento de dos dormitorios en Gosvell Road cuesta 700.000 euros. Y 1,5 millones en Brewery Square. El precio medio de los pisos en Londres es de 280.000 euros. Última pinta. Una pizarra en el pub con una cita de Samuel Pepys (1660) resume el vapuleo general de los ánimos con fino humor británico: «Fui a ver el cuerpo del general Harrison, ahorcado y descuartizado. Parecía tan contento como cualquiera en tales circunstancias». Carlos Manuel Sánchez

0 comentarios: