Tras la apancion de Deborah Jackson en el anuncio de Martini en 1971, la marca multiplicó por tres sus ventas. El engaño de una amiga que le pidió auxilio desde Beirut la llevó hasta El Líbano y la hundió en un mundo inesperado.
LLANTO POR LA CHICA MARTINI (Deborah Jackson)
VICTORIA MOORE
Una simple llamada cambió dramáticamente el futuro de éxito que se le auguraba a la chica Martini.
Corría 1971 y Erica Wills era una de esas estrellas a las que un golpe de suerte encumbra a la cúspíde de la fama de la noche a la mañana. La modelo había sabido amortizar como nadie los escasos segundos en los que aparecía posando en bañador junto a una piscina, la melena rubia al viento, vendiendo una botella de vermut: «A cualquier hora, en cualquier lugar, donde sea». Fue la primera y la más recordada chica Martini.
Su anuncio logró que la marca triplicara sus ventas a nivel internacional y ella se convirtió en un icono sexual sin precedentes. Lo más granado de la jet set británica se disputaba por entonces su compañía. El ídolo futbolístico George Best, el cantante Tom Jones y el actor y humorista Lance Percival figuraban en su círculo de amistades más íntimo. Cuando meses después desapareció de la escena mediática para nunca más volver a dar señales de vida se supuso que se trataba de un caso más de estrellato transitorio, que Erica era uno de esos booms que sorben la fama de un sólo trago para luego caer en el olvido.
Sólo ahora que ha fallecido -el pasado 18 de mayo-, a los 57 años, en Escocia, de un derrame cerebral se ha sabido el motivo de su repentina ausencia y la vida de penurias que siguió a la fama y que incluyó la esclavitud sexual y la violación grupal. Una sola llamada de teléfono, ha revelado su último marido, un profesor de arquitectura, tuvo la culpa. Al otro lado del auricular, entrado 1972, imploraba ayuda Maggie Sibbering, una buena amiga: «Estoy en Beirut y me he metido en un lío. Por favor, ven y ayúdame», decía.
Deborah Jackson -como en realidad se llamaba Erica Wills-ya había visitado Beirut durante su pasado como azafata de vuelo y no se lo pensó dos veces. Pronto descubriría el sentido de la frase que pronunció el taxista que la recogió en el aeropuerto: «Beirut es como una rosa, hermosísima, pero con unas espinas que se clavan con facilidad».
En el hotel donde la había citado su amiga le indicaron que se dirigiera directamente al bar y allí le sirvieron una copa que la sumió en un profundo sueño. Deborah nunca supo qué tipo de droga le habían echado en la bebida pero cuando se despertó, varias horas más tarde, se encontró con que había firmado un contrato que la obligaba a trabajar en un burdel de alta categoría llamado Crazy Horse Saloon. Además, faltaba su pasaporte.
Para más desconcierto, cuando por fin dio con Maggie ésta le dio las gracias por la visita después de decirle que no tenía problema alguno y que estaba encantada de la vida. Maggie trabajaba como bailarina en un club, ataviada con un simple cordón a modo de tanga y unas bolitas en los pezones. A Deborah la enredaron como a una mosca en la tela de una araña. Ni siquiera la embajada británica podía hacer nada por ella , cuenta otra de sus amigas.
Deborah despertó de la pesadilla gracias a Elie Ayache, un empresario libanés muy conocido, descendiente de una de las familias más pudientes del país y propietario de la franquicia Ferrari para todo Oriente Próximo.
El millonario Ayache se enamoró de la chica Martini y la rescató del burdel previo pago de 5.000 dólares de la época que sirvieron para romper el contrato que la ataba al Crazy Horse Saloon. En 1975 se casaron. A pesar de que Ayache era un alcohólico empedernido y un entusiasta de la vida nocturna, la pareja se mantuvo unida durante los 15 años siguientes y tuvo dos hijas. Deborah, en un intento de recuperar su glorioso pasado, retomó su carrera de modelo y trabajó en algunos espectáculos subidos de tono.
Pese al aparente clima de felicidad que disfrutaba, por aquella época la vida en Beirut no era precisamente fácil, y a Deborah Jackson aún le esperaban muchos sinsabores. Con la ciudad sumida en una guerra civil, fue víctima de una vejación terrible: unos rebeldes de Hizhulá irrumpieron en su casa y la violaron repetidamente durante cuatro días hasta que fueron abatidos por soldados del gobierno. A ella misma le rondó la muerte y asistió a la agonía de su chófer, alcanzado por un francotirador cuando trataba de conducirla a un lugar seguro.
Poco después, tras la invasión del Líbano por parte de Israel, en 1982, Deborah se ofreció voluntaria para cuidar heridos en un hospital de Gaza. «Las escenas clac contemplé fueron horrendas», contaría tiempo después, «allí reinaba el pánico, el pánico más absoluto. Siempre me quedará grabado el recuerdo de un niño pequeño que llegó a uno de los campamentos; a su cuerpecito le faltaban las piernas. Lo apreté contra mí. Estaba cubierto de sangre; se le escapaba la vida por momentos. No hacía más que preguntar a gritos por su madre».
Al día siguiente, Deborah se dio una vuelta por los campamentos: «Vi montones de cadáveres en pilas, muchos de ellos mutilados. Era una escena que parecía salida de lo que yo me había imaginado que debió de ocurrir en la II Guerra Mundial con los judíos», relató. Durante los enfrentamientos de 1089, su familia se vio obligada a refugiarse en el sótano de su vivienda y tuvo que sobrevivir allí durante varios días sin agua ni electricidad. Un día, incluso tuvo que pedir la ayuda de un carro de combate para rescatar a una de sus hijas de la escuela.
El guión de su ajetreada vida continuaría con una cinematográfica escapada con las dos niñas en una embarcación tripulada por mercenarios holandeses. Regresó a Escocia y se instaló en St. Andrews, cerca de su madre. Su marido, Ayache, se quedó en el Líbano y el matrimonio se divorció pronto.
Deborah volvió a casarse con el dueño de un bar de la localidad, un tal Roben Alexander. Pero enseguida, en la Nochevieja de 1999, conocería a Neil Jackson, un profesor de Arquitectura de la Universidad de Liverpc «Habían hecho hogueras en las colinas y fuegos artificiales», cuenta el propio ,lack «Estábamos hablando sin más cuando, de repente, me cogió del brazo, me llevó con pared y me dijo: "¡Somos almas gemelas!' Al día siguiente todos teníamos unas resaca de campeonato y yo le pregunté: "Bueno, y ahora ¿qué? Diez meses después se separó de marido. Nos casamos en 2002 .
Jackson recuerda hoy a su mujer como una persona extravertida, impulsiva, con la que era muy divertido estar. «Sentía adoración por los animales, hasta el punto de que, cuando la conocí, tenía ocho perros y cinco shetlands [raza de caballitos originaria de estas islas]. Esa es la razón por la que en su funeral, en lugar de pedir que enviaran flores, preferimos que hicieran donativos al People's Dispensary for Sich Animals [Dispensario Popular de Animales Enfermos)».
En los últimos años, Deborah había es trabajando en una autobiografía titulada Fortune's Hostage: Twenty Years In The Lebanon [Rehén del destino: 20 años en Líbano). Había llegado a escribir 65.000 palabras de una de esas vidas que supenan cualquier enrevesada ficción cinematográfica.
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