Ansiedad y estrés
○ Salud ○
VALENTÍN FUSTER Y LUIS ROJAS MARCOS
«Tenemos la consulta llena de ejecutivos de Wall Street con palpitaciones y dolor de pecho».
Un cardiólogo y un psiquiatra; un libro, Cuerpo y mente, escrito al alimón; Y una cita en Nueva York para charlar con ellos de los males que aquejan al urbanita contemporáneo y de cómo evitarlos.
Domingo espléndido en Manhattan. El sol se apiada de los neoyorquinos después de las peores semanas financieras desde la crisis del 29. Paseo por Central Park. Me cruzo con ciclistas, corredores, padres que juegan al béisbol con sus hijos, ensimismados indigentes, policías que beben café en grandes vasos de papel y hordas de turistas, y llego exhausto a la calle 101 con la Quinta Avenida. He caminado unas 60 manzanas por hacerle caso al doctor Valentín Fuster, enemigo acérrimo del sendentarismo, que publica Cuerpo y mente (Planeta), en colaboración con el psiquiatra Luis Rojas Marcos y la escritora Emma Reverter, al cuidado de la edición.
Los tres viven y trabajan en Nueva York y los une una amistad de años. El doctor Fuster ha subido con su bicicleta todos los montes del Tour de Francia, Rojas Marcos ha perdido la cuenta de los maratones que ha corrido. Mens sana in corpore sano. Ellos predican con el ejemplo.
Me esperan en el Instituto de Cardiología del hospital Monte Sinaí, el centro de referencia mundial en problemas del corazón, que dirige Fuster. Si no está de viaje (tiene proyectos en medio mundo), el doctor Fuster comienza a pasar consulta a las cinco de la mañana. Tiene la agenda programada al minuto. Y una cualidad muy zen para no estresarse, a pesar de que no deja de mirar el reloj. Habremos de interrumpir nuestra conversación un par de veces por llamadas de pacientes y la sesión de fotos por una urgencia médica.
La pregunta viene rodada. ¿La crisis económica es perjudicial para la salud? Y el doctor Fuster me hace una confidencia: tiene una avalancha de ejecutivos de Wall Street en su consulta. «Mi secretaria no para de buscar huecos para dar citas. Pasó algo parecido después de los atentados del 11 de septiembre. La incertidumbre causa palpitaciones y dolor de pecho, que pueden ser el primer síntoma de una enfermedad coronaria. No obstante, en mi experiencia anterior la mayoría de los casos no revestían gravedad.» Y Rojas Marcos apostilla: «Con la crisis, el que tiene un problema de alcohol bebe más. Y el que está superando una depresión retrocede. El futuro es muy importante para el ser humano y esta situación te descompensa porque ya no sabes lo que va a pasar mañana».
El libro repasa las grandes dolencias de nuestra época. Veinte casos de pacientes reales del doctor Fuster de todas las edades. «La enfermedad cardiaca tiene un gran componente psicológico. Cerebro y corazón se influyen. Y cada edad tiene problemas distintos. Pero los niños incuban desde la infancia el infarto que sufrirán cuando sean adultos. Influyen sus hábitos, su conducta y la conducta de sus padres. Lo que somos de adultos tiene mucho que ver con lo que hicimos de niños, sobre todo desde los tres hasta los ocho años. El ambiente familiar en el que hemos vivido, lo que se nos ha enseñado. Es la gran oportunidad del ser humano, positiva o negativa.» Su opinión es refrendada por Rojas Marcos: «Los seres humanos tenemos una gran capacidad para transformar una afección psíquica en orgánica. En general, no hay factor curativo más potente que la fe en la persona del médico. Demasiados de mis colegas subestiman el poder de persuasión que adquieren sobre el paciente que han curado y desaprovechan la oportunidad de influir positivamente en otras parcelas de su vida. Consideran que no es su responsabilidad o no tienen tiempo».
I. El médico detective. Fuster exprime el tiempo y se considera un detective. «A veces no es suficiente tomar la presión arterial o hacer un electrocardiograma. Una persona cercana al paciente, que conozca su situación familiar y laboral, nos puede dar la pista que nos ayude a resolver el misterio. Es importante estudiar las radiografías o los análisis, pero también lo es tener una visión más completa de la profesión médica. Una visión humanista. Los avances científicos son impresionantes, pero hay un espacio humano que los médicos debemos cubrir con la palabra, la intuición y el contacto. En ese aspecto, mi formación europea me ha ayudado mucho.» Lo dice un investigador galardonado con el premio Príncipe de Asturias, pero que también se siente orgulloso de haber cambiado la dieta del Monstruo de las Galletas, de Barrio Sésamo, que gracias a su asesoramiento ahora come frutas y verduras.
La obsesión por recuperar terreno para el humanismo en una profesión cada vez más dominada por la tecnología y la burocracia lleva a Fuster a convertirse en una especie de médico de pueblo a la vieja usanza, que hace de padre y consejero espiritual y que visita a sus pacientes en sus domicilios cuando no pueden moverse. «Los fines de semana cojo un coche y me voy a ver enfermos. Seis o siete pacientes de todas las clases sociales, de barrios pobres del Bronx o de zonas acomodadas, como Park Avenue. Los enfermos deberían ser tratados cada vez más en sus casas. Además, los hospitales son muy caros.»
II. El médico humanista. Fuster se gana a sus pacientes de la manera más sencilla y directa: interesándose por ellos. Los llama por teléfono cuando lleva tiempo sin saber de ellos y, de la montaña de correos electrónicos que recibe (unos 200 diarios), varias decenas son de enfermos que le ponen al día de su evolución. «Me preocupa también la agenda cultural de mis pacientes y estoy informado incluso de las óperas a las que asisten. Es esencial que las facultades de Medicina formen a nuestros médicos no sólo en los aspectos técnicos, sino también a la hora de utilizar su afectividad y empatía.»
La empatía es fundamental para Fuster. «Recuerdo a un joven que vino a mi consulta con su madre. Llevaba ropa vieja, iba despeinado y lo primero que hizo fue tumbarse en la butaca como si estuviera en su casa. Le pregunté si tomaba alguna sustancia y me dio una respuesta típica: `Realmente, no´. Pero el chico fumaba diariamente 15 cigarrillos de marihuana y una cajetilla de tabaco. El chaval estaba desmotivado y confundido. Lo mandé al psiquiatra, pero fue a peor. Decidí intentarlo una vez más.
Le pregunté si podía venir a mi consulta. Aceptó y me dijo que lo hacía porque yo era la primera persona que se preocupaba por él desinteresadamente. Vengo de una familia de psiquiatras. Los admiro mucho, pero a veces me pregunto si algunos no se equivocan al sustituir la psicoterapia (hablar con el paciente) por la farmacología (recetar pastillas).» Rojas Marcos recoge el guante: «No sabemos si la intervención de mi colega fue terapéutica o un fracaso. Pero no hay que descartar la posibilidad de que las visitas al psiquiatra contribuyeran a preparar al paciente para volver con una actitud más abierta a la consulta de Valentín». Y el pique, dentro de la cordialidad, no pasa a mayores.
III. El médico amigo. Cuando el diagnóstico es pesimista, todavía es más importante demostrar ese afecto. «A veces, tras examinar a un paciente, he tenido la certeza de que ya no puedo hacer nada más por él, pero siempre me queda un arma: estar a su lado. Al enfermo se le ilumina la cara porque sabe que ni él ni yo vamos a tirar la toalla. Ojo, de la misma forma que uno no puede abandonar a sus pacientes, tampoco puede crear vínculos afectivos demasiado intensos que le impidan ver el caso con objetividad; es un equilibrio muy difícil. No soy partidario de una amistad estrecha entre médico y enfermo.»
IV. El médico valiente. Cuarenta años pasando consulta hacen que el doctor Fuster se haya encontrado también con algunas personas insoportables. «Hay enfermos que te intimidan. Recuerdo uno que me miró de la cabeza a los pies y me soltó que todos los médicos que le habían tratado eran unos incompetentes. Hablando con él me di cuenta de que su gran problema era la soledad. Le comenté que le beneficiaría apuntarse a alguna actividad que lo ayudara a socializar. Hasta ahí bien. Pero, además, se me ocurrió sugerirle que se comprara un perro. El hombre se enfureció, pero siguió viniendo a la consulta. Creo que detrás de un paciente déspota hay un hombre que sufre y que se ha construido un gran caparazón de ira para combatir su dolor.»
La enfermedad pone a prueba a las familias. «Tengo muchos pacientes con una edad comprendida entre los 60 y los 70 años, con conflictos familiares. En la familia estadounidense hay mucha competitividad y desconexión. No falla: cuando uno de mis pacientes de esa edad está ingresado y empiezan a llegar sus hijos, comienzan las discusiones. Es desesperante tener que lidiar con una situación de gravedad y con familiares que discuten. Todos deberíamos redactar un escrito de últimas voluntades que designe a la persona que las pueda ejecutar si caemos enfermos o inconscientes.»
Valentín Fuster, casado y con dos hijos, está obsesionado con sentirse útil. Por eso le da una enorme importancia al voluntariado. «Tengo la gran suerte de hacer algo que beneficia a los demás. Y eso me hace feliz. Si mañana me fuera del hospital, todas mis alternativas pasan por dedicar más tiempo al voluntariado. Me dan una fuerza vital impresionante.» Y Luis Rojas Marcos añade que los voluntarios se deprimen menos, sufren menos ansiedad, y quizá enfermen menos. «Aunque la historia de la humanidad parezca sugerir lo contrario, el altruismo está programado en nuestro equipaje genético. Incluso niños de dos años ya se turban ante el sufrimiento de personas cercanas e intentan consolarlas.»
V. Y la muerte dulce. Para Fuster, la muerte no es necesariamente una derrota. «Las buenas muertes existen. Han sido muchos los enfermos terminales y sus seres queridos que han convertido la muerte en una oportunidad para intercambiar amor y respeto. La salida de este mundo les ofreció la posibilidad de completar asuntos pendientes, curar heridas y reconciliarse. Fallecer no debe ser un tormento. En otros tiempos, los enfermos morían en casa, rodeados de parientes y amigos. Hoy, la mayoría suele fallecer en el hospital, conectados a un sinfín de cables y tubos, privados de un final tranquilo. La cultura hospitalaria casi nunca permite al enfermo presentir la agonía ni a los familiares participar de sus últimos momentos. Hay que humanizar la muerte.»
Fuente: xlsemanal│Carlos Manuel Sánchez.
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Publicado por Fali A las: 6:03
Etiquetas: Medicina y Salud
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