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Iraq. Los olvidados de esta guerra

♦            Sección:   SOCIEDAD            ♦

 
 En el interior de un Humvee, durante una misión por la calles de Karrada, Bagdad. La seguridad de estos vehículos está muy cuestionada; son los principales objetivos de los IEDS (bombas de carretera). Soldados de EE.UU.: las otras víctimas

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ás de 4.000 soldados norteamericanos han muerto en Iraq y 30.000 han resultado heridos desde 2003, según el Pentágono. El fotoperiodista Álvaro Ybarra Zavala rescata la historia y los rostros de esos combatientes que la actualidad relega a un segundo plano.

Entregar a un soldado un arma de fuego para que haga uso de ella en nombre del conjunto de la nación es, sin lugar a dudas, una de las tareas más delicadas de cualquier gobierno. De ahí que su formación y entrenamiento sean de capital importancia. No hay estado relevante que no dedique especial atención a este capítulo y que no debata periódicamente sus principios y criterios básicos. Tanto la clase política como los ciudadanos saben que los soldados tienen que ser enviados continuamente a misiones internacionales de muy distinta naturaleza y esperan que su comportamiento sea fiel reflejo de sus valores.

Una forma, como tantas otras, de conocer a una sociedad es analizar sus Fuerzas Armadas, porque son siempre fiel exponente de la colectividad a la que pertenecen.

Lo son en el terreno de los valores. No es lo mismo primar el interés nacionalista, como ocurre en China o Rusia, que la expansión de la democracia, como es el discutido caso de Estados Unidos. Los primeros están preocupados por la seguridad de sus fronteras y tratan de influir sobre sus vecinos para que adopten políticas en consonancia con sus intereses. Estados Unidos no es una potencia regional, sino global. Su principal objetivo es la estabilidad y los mercados abiertos y sabe que la mejor forma para conseguirlo es la expansión de la democracia liberal. Si abandonamos las grandes potencias y nos centramos en las pequeñas, es evidente la diferencia entre algunos Estados europeos, preocupados porque sus Fuerzas Armadas puedan ser enviadas a territorios lejanos, para prevenir conflictos o colaborar en la reconstrucción de estados que han pasado por circunstancias trágicas, y otros, como es el caso del pequeño estado de Israel, donde el reto es sobrevivir, por lo que el conjunto de los ciudadanos tiene que asumir importantes responsabilidades en el terreno de la seguridad.

Las estrategias y doctrinas son otro terreno en el que una sociedad se retrata. La guerra de Iraq ha facilitado un formidable debate en Estados Unidos sobre cuáles son los objetivos concretos que sus unidades deben tratar de alcanzar, debate que han podido seguir millones de personas en ese país y en muchos otros. Durante años venía primando la llamada `Doctrina Powell´, referida al general del mismo nombre, jefe del Estado Mayor con los presidentes Bush y Clinton y secretario de Estado con el segundo de los Bush. Era una reacción a la experiencia vivida por el Ejército durante los duros años de la guerra de Vietnam. Según el general, las Fuerzas Armadas debían abandonar toda referencia a un uso proporcional de la Fuerza. Por el contrario, había que utilizar la superioridad para que el avance fuera tan contundente como letal, forzando una pronta rendición y la generación de un principio de disuasión sobre potenciales enemigos.

 La `Doctrina Powell´ partía de una gran capacidad tecnológica y logística. Estados Unidos disponía de las mejores divisiones acorazadas y mecanizadas y no había razón para no hacer uso de ellas. Tras la experiencia de Vietnam, donde la selva obligaba a la práctica de la guerra de guerrillas con el consiguiente desgaste, las Fuerzas Armadas volvían a prepararse para un conflicto convencional. Los soldados formaban parte de grandes unidades que actuaban en el teatro de operaciones con el apoyo de carros de combate de última generación, los sorprendentes helicópteros Apache, capaces de destruir carros de combate enemigos desde larga distancia, y los cazas tácticos que desde el cielo apoyaban las maniobras en tierra. Eran partícipes de una guerra estrictamente `militar´, regida por doctrinas largamente estudiadas, debatidas, depuradas y protagonizada por tecnologías emergentes. Toda guerra es un horror y todo soldado se prepara para ganarla, pero en este caso se hacía desde una perspectiva muy técnica donde el enemigo no siempre resultaba visible hasta ser desbordado. La gestión de los distintos sistemas de armas, su correcta actuación conjunta, la incorporación de nuevas tecnologías ocupaban buena parte del entrenamiento.

La `Doctrina Powell´ fue el referente doctrinal de la estrategia aplicada en la segunda guerra del Golfo o la primera guerra de Iraq. Tras la invasión de Kuwait, Estados Unidos realizó un impresionante despliegue de medios militares, haciendo una auténtica exhibición de capacidad logística nunca antes conocida. Literalmente, el Ejército iraquí fue arrasado, cuando no enterrado, por las unidades pesadas norteamericanas. Sadam Husein cometió el error de presentar a Estados Unidos el campo de batalla para el que venían preparándose, aquel que conocían y en el que se sentían cómodos.

La segunda guerra del Golfo devolvió la moral a la sociedad norteamericana y, sobre todo, a sus militares. Habían recuperado el rumbo correcto. Estaban reconstruyendo su potencial en la dirección apropiada. Pero lo que no quedaba claro en aquellos días y no se resolvió en los siguientes era para qué quería Estados Unidos ese potencial, cuál era el concepto de victoria que regía su estrategia. El primer Bush derrotó a Iraq, pero ordenó a sus tropas detener el avance hacia Bagdad porque no quería asumir la responsabilidad de controlar la transición política en ese país. Sadam fue vencido, retuvo el poder, reprimió brutalmente a los sectores que no le habían sido fieles, utilizando incluso armamento químico y, al poco tiempo, el presidente Clinton se encontró en la necesidad de ordenar el bombardeo selectivo de instalaciones militares o gubernamentales. Kuwait había sido liberada, pero Sadam continuaba al frente y seguía planteando un problema de seguridad. ¿Para qué había valido todo aquel despliegue, aquella exhibición de poderío militar?

Durante la presidencia de Clinton, Estados Unidos entró, si bien con renuencia, en operaciones de reconstrucción nacional. Cada vez se hacía más evidente que era necesario actuar con anticipación para evitar que conflictos localizados derivaran en crisis abiertas. El despliegue de contingentes en forma de operaciones de paz, conjuntamente con otros Estados, parecía condición necesaria para estabilizar algunos países. El concepto de victoria estaba variando. Ya no se limitaba a contener una agresión. Iba más allá: la paz era el resultado de evitar la agresión, de estabilizar regiones y de desarrollar instituciones democráticas. Este nuevo enfoque produjo en Estados Unidos un fuerte debate político y militar ¿Hasta qué punto Estados Unidos debía vincularse a la resolución de conflictos lejanos que no afectaban directamente a su seguridad? ¿Por qué distraer tropas de su cometido normal para emplearlas como policía? En un momento en el que se estaba reduciendo el tamaño del Ejército ¿tenía sentido renunciar al entrenamiento apropiado para distribuir unidades aquí y allá en misiones de paz que podían prolongarse indefinidamente?

La segunda guerra del Golfo y el formidable avance tecnológico que se estaba produciendo en aquellos años había animado al alto mando militar a desarrollar sus capacidades tecnológicas desde unidades convencionales. Se estaba trabajando sobre escenarios clásicos, repitiendo la experiencia de Iraq. Se trataba de mostrar al mundo la eficacia y letalidad de las Fuerzas Armadas norteamericanas para disuadir a potenciales enemigos. Pero esta tendencia iba a encontrar algunos serios obstáculos.

Clinton redujo el tamaño del Ejército a la vista de la desaparición de la Unión Soviética. A su entender, tras la Guerra Fría ya no era necesario mantener el mismo número de brigadas. Ése fue un grave error de cálculo que todavía sigue pagando la sociedad norteamericana. El deshielo nuclear abrió la veda de conflictos localizados que requerían de presencia humana, en forma de operaciones de paz o de fuerzas expedicionarias.

La revolución tecnológica en marcha llevó a muchos a considerar que ya no se trataba de potenciar lo conocido, sino que había llegado el momento de asumir que se encontraban ante un momento revolucionario, ante una «Revolución en los asuntos militares», que debía conducirlos a replantearse doctrinas, organización y estrategia.

Pero tras la idea de revolución seguía abierto el dilema fundamental sobre el concepto de victoria. Para Donald Rumsfeld, quien fuera secretario de Defensa con los presidentes Ford y Bush hijo, la victoria se lograba cuando se derrotaba al enemigo. Lo que pasara después era un problema del vencido. Para otros, la victoria sólo se conseguía cuando el enemigo derrotado se transformaba hasta convertirse en aliado, amigo o neutral. Un estado en crisis es el perfecto caldo de cultivo para todo tipo de radicalismos. En realidad, los segundos se mantenían más fieles a la historia militar norteamericana que los primeros. Tras la Segunda Guerra Mundial el Gobierno norteamericano dedicó especial atención a la reconstrucción de las naciones afectadas, a vencedores y vencidos. Alemania y Japón son dos grandes naciones democráticas por empeño norteamericano. Costó tiempo y dinero, pero es indudable que valió la pena.

Tras la definición de la victoria se encuentran tanto la fijación de objetivos como el diseño de las unidades y la formación de la tropa. Una cosa es destruir y otra muy distinta reconstruir. En ejércitos tan experimentados como el británico, ambas misiones están asumidas. Pero ése ya no era el caso de Estados Unidos. Aunque la contrainsurgencia había sido una actividad cotidiana, en buena medida se había ido perdiendo en la formación de las unidades.

Los potenciales enemigos estudiaron la evolución de las Fuerzas Armadas norteamericanas y sacaron las conclusiones apropiadas: sólo un estúpido como Sadam Hussein plantearía un reto militar convencional a Estados Unidos. En un campo de batalla clásico era invencible. Sin embargo, como se había demostrado en Vietnam, el Líbano o Somalia, la democracia americana se podía transformar en un `tigre de papel´ si se actuaba de forma no convencional y con la intención de llegar directamente a la opinión pública. A la democracia se la derrota desde la demagogia de sus propios políticos y comunicadores. Las mejores divisiones de los enemigos de Estados Unidos se encuentran en la retaguardia, armadas de teclados o micrófonos.

El enemigo se estaba preparando para obligar a Estados Unidos a actuar en un campo de batalla no convencional, en el que su superioridad tecnológica y su mayor letalidad se convertirían en humo. Frente al campo abierto, planteaban una combinación de acciones guerrilleras con otras abiertamente terroristas. El objetivo era llegar a los hogares norteamericanos a través de los millones de televisores con un triple mensaje: la presencia norteamericana no lograba estabilizar la situación, era indirectamente responsable de la pérdida de cuantiosas vidas de civiles y, además, el número de bajas propias se incrementaba en un goteo que parecía no tener fin. Estados Unidos no perdió ninguna gran batalla en Vietnam, pero sí la guerra porque su sociedad fue incapaz de aguantar el pulso que le planteó el Vietcong. Ése era el modelo que se trataba de seguir.

Lo más llamativo de la última guerra de Iraq es la contradicción entre los objetivos señalados por el presidente y los medios enviados por el Pentágono. Bush actuó desde la experiencia de su padre y de su inmediato predecesor. Sadam no entendía la lógica de la contención, por lo que era inevitable ir a un cambio de régimen. Había que llegar a Bagdad y asumir la responsabilidad de la reconstrucción política, económica y social. Sin embargo, Rumsfeld y Franks, entonces comandante en jefe del Mando Central, prepararon un contingente limitado, muy inferior al destacado en la anterior guerra, pero suficiente para destruir a las fuerzas iraquíes y hacerse con el control del país. La decisión supuso el cese del jefe del Estado Mayor del Ejército, por criticar la decisión y adelantar lo que finalmente ocurrió. El Ejército iraquí fue derrotado, Sadam fue encarcelado y ahorcado, el régimen baasista quedó disuelto... pero al día siguiente de producirse la victoria militar se hizo evidente la insuficiencia del contingente terrestre. Vencer a un ejército como el iraquí es mucho más sencillo que controlar su territorio. La insurgencia se hizo presente iniciando una nueva fase del conflicto de naturaleza muy distinta. Si la conquista había sido un paseo `convencional´, el control territorial requeriría de mayores sacrificios.

Rumsfeld y el general Franks se equivocaron al diseñar la operación. Rumsfeld y el general Casey erraron al tratar de reaccionar ante la aparición de la insurgencia, presionando a la clase política y al Ejército iraquí para que asumieran unas responsabilidades que excedían sus capacidades. Rumsfeld volvió a situar sobre el terreno un contingente demasiado reducido, que resultó incapaz de hacerse con el control del territorio, en particular del trístemente famoso `triángulo sunita´.
Pero no era sólo un problema de número. Las tropas en presencia no habían sido adiestradas para actuar en ese escenario. Allí estaban algunas de las unidades más capaces del Ejército americano, como la IV División, que llevaba años trabajando en la informatización de todos sus carros para lograr una mejor ''visibilidad'' y comunicación. Carros dotados de ordenadores y pantallas que permitían disponer de una información nunca antes conocida. ¿De qué valía toda esa tecnología y todo ese entrenamiento frente a pequeñas partidas dotadas de armamento ligero que volaban los camiones o blindados americanos?

Soldados que habían recibido un inmejorable entrenamiento se encontraban en un campo de batalla en el que se sentían incapaces de actuar con eficacia. Ésa no era su guerra, pero allí estaban. El enemigo rehuía el enfrentamiento en campo abierto y los buscaba dentro de las ciudades o les tendía emboscadas en las carreteras. No conocían la doctrina contrainsurgente y se movían con gran incomodidad dentro de las ciudades, conscientes de que podían provocar bajas entre la población civil si abrían fuego. Día tras día veían cómo caían heridos o muertos compañeros de armas sin que la situación mejorara. Peor aún, comenzaban a asumir, a la vista de la presión para que las tropas se retiraran, que aquellas vidas sacrificadas lo serían en vano. Al Qaeda y sus aliados sunitas estuvieron muy cerca de lograr la victoria. Sin embargo, la tenacidad de Bush y las nuevas doctrinas aplicadas por el general Petraeus lograron revertir la situación. Petreaeus revisó la estrategia de contrainsurgencia, que fue enseñada a las unidades destinadas a Iraq. Poco a poco se fue comprobando cómo los soldados empezaban a actuar con un guión lógico, comenzaban a comprender el campo de batalla en el que se movían y operaban con mayor efectividad.

Sin embargo, si toda guerra es dura, lo es mucho más cuando la ciudad se transforma en el campo de batalla. Para un soldado ir conquistando casa a casa, desalojando a familias, sabiendo el dolor que está provocando y al mismo tiempo siendo consciente de que cualquier chaval o mujer puede volarle la cabeza o que la próxima vivienda puede ser una trampa preparada para estallar... supone un desgaste psicológico mayor que el que le puede producir un campo de batalla convencional. No es lo mismo disparar una pieza de artillería contra una brigada situada a cientos de metros que penetrar en un barrio enemigo lleno de gente.

Las Fuerzas Armadas han pagado muy caro los errores cometidos en el diseño de la operación. Hoy son más conscientes de que tienen que estar preparadas para combatir en situaciones muy distintas y de que las nuevas tecnologías no pueden reemplazar, aunque sí ayudar, a los soldados a controlar el territorio y sofocar cualquier conato de insurgencia. Hoy la victoria está próxima. El terrible sacrificio en bajas sufridas habrá tenido un sentido.

 Fuente: xlsemanal│Florentino Portelo.

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