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Françoise Sagan

   ♦       Sección:   BIOGRAFÍAS       ♦  


 

Abril, 1955. La novelista francesa en un momento de descanso que aprovecha para escuchar música.

T

 

uvo la elegancia de no tomarse en serio.

 

{ 21-VI-1935 24-IX-2004 }

por Cristina Frade

    Escritora.
    Nacida en Carjac (Francia), su primera novela, “Buenos días tristeza”, le catapultó a la fama en los años 50 y con ella consiguió el Premio de la Crítica. Cultivó el teatro y sus relatos fueron llevados al cine, pero confesó que jamás escribió la obra que perseguía. Fue asesora cultural del presidente Mitterrand y en 1995 fue condenada a un año de prisión por consumo y posesión de cocaína.

        “Ver a menudo la muerte tan de cerca le quita mucho prestigio”, solía decir Françoise Sagan, y es que la escritora había flirteado con ella muchas veces antes de desaparecer definitivamente el pasado 24 de septiembre. Allá por 1957, le dieron la extrema unción tras volcar con su Aston Martin en una carretera rural. En 1978, se temió que se la llevara un cáncer. Acompañando al presidente François Mitterrand en un viaje oficial a Bogotá en 1985, cayó en coma debido a un desgarro de la pleura y hubo que repatriarla en avión sanitario. En 1992, fue ingresada de urgencias en un hospital debido a una insolación en el torneo de tenis Roland Garros. Francia había terminado creyendo que la Sagan, en apariencia siempre frívola y despreocupada, eternamente joven, no se iría nunca.

        Es como si hubiera querido esperar al 50 aniversario de la novela que la hizo mundialmente famosa, Bonjour tristesse (buenos días tristeza). En 1954 era todavía Françoise Quoirez, una niña de familia bien que había sido expulsada de las monjas por “falta de espiritualidad”, pero que todavía vivía con sus padres en un elegante barrio de la capital parisina. Tenía sólo 18 años cuando escribió en apenas seis semanas la historia de una desvergonzada de su misma edad que no sólo perdía la virginidad sin estar enamorada, sino que tampoco aspiraba a casarse, ni se quedaba embarazada, ni era castigada: el colmo de la inmoralidad en una Francia conservadora que todavía no había conocido la liberación de las costumbres de los años 70.

        Al firmar su primer contrato de edición a petición de su padre, que temía por el buen nombre de la familia, la superdotada recurrió a un personaje de Marcel Proust, el príncipe de Sagan, para dotarse de un seudónimo. Además de un escándalo, Bonjour tristesse fue un éxito instantáneo y la nueva escritora tuvo incluso el honor de atraer la atención de veteranos como François Mauriac, todo un premio Nobel de Literatura, quien la describió en la portada del diario Le Figaro como un “encantador pequeño monstruo”.

        Sin haber alcanzado aún la mayoría de edad, se hizo más rica de lo que era ya de nacimiento gracias a las ventas de su libro y de los derechos cinematográficos adquiridos por Hollywood. Fue el austriaco Otto Preminger quien realizó la versión en pantalla grande, con la bella Jean Seberg en el papel protagonista. “A tu edad, tener tanto dinero es peligroso. ¡Gástalo!”, le recomendó su padre, y ella siguió a pie juntillas el consejo. Así empezó a labrarse la leyenda que la acompañó hasta sus últimos días sobre su pasión por los descapotables ingleses, las carreras de caballos, las fiestas regadas con champán, las drogas e interminables noches en el casino.

        El público llegó a confundirla con las heroínas de las novelas agridulces que publicaba regularmente (Un certain sourire, Dans un mois, dans un an, Aimez-vous Brahms...), además de obras de teatro, guiones de película, canciones y artículos de prensa. Y es que la alocada jovencita, con su inconfundible flequillo rubio y el pitillo siempre en la comisura de los labios o en la mano, era en realidad una trabajadora empedernida, aunque la crítica siempre la ninguneó (no recibió ningún premio importante) y ella tuvo la elegancia de no tomarse en serio. Era, por encima de todo, tremendamente libre y en sus afectos dudó entre los sexos, aunque estuvo casada dos veces, con el editor Guy Schoeller y con el americano Bob Westhoff, con quien tuvo su único hijo, Denis.

        A pesar de la diferencia de edad, fue amiga de Jean-Paul Sartre y también del presidente Mitterrand, quien más de una vez tuvo que utilizar sus poderes para protegerla. En la última parte de su vida acumuló juicios por consumo de drogas y tráfico de influencias, roces con el fisco y múltiples deudas, que le hicieron hipotecar un sinfín de veces su propiedad de Equemauville, el refugio de Normandía donde abandonaba el disfraz de noctámbula mundana y volvía a ser una niña del campo, donde había nacido.

        Murió cerca de allí, en un hospital de la localidad de Honfleur, al noroeste de Francia, de una embolia pulmonar. Desde 1988 estaba redactado su propio epitafio, que un amigo le pidió que escribiera para incluirlo en un Diccionario de escritores. Con su característica ironía decía así: “Apareció en 1954 con una delgada novela, Bonjour Tristesse, que fue un escándalo mundial. Su desaparición, tras una vida y una obra igualmente agradables y fracasadas, sólo fue un escándalo para ella misma”.

         

        [Fuente: elmundo-magazine

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