El hijo pacifista de Bin Laden quiere vivir en París
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Dos turistas. Omar, 27 años, y su esposa ZaÏna, 52, en el Trocadero parisino. El hijo de Bin Laden nunca antes había visto la Torre Eiffel.
A dora las tiendas y los coches de lujo. Jura que no es un fundamentalista, aunque se entrenó junto a su padre en un campo terrorista de Al Qaeda en Afganistán.
Pasean como novios normales, como tantos otros que descubren París de la mano y que sueñan con instalarse en la ciudad de la luz. A no ser porque el muchacho, apasionado por la ropa de marca y los coches potentes, es el hijo de Osama bin Laden, el hombre más buscado del planeta.
Omar, cuarto hijo de la primera mujer del líder de Al Qaeda, vivió con su padre hasta el mes de junio de ?999 (a Osama se le dio por muerto en los bombardeos en Tora Bora en 200?), pero jura y perjura que hoy no tiene noticia alguna de él. A sus 27 años está casado con Jane Felix-Browne, una británica que le saca 25 años. El matrimonio –que actualmente vive en Egipto– busca la casa de sus sueños en Europa.
Conflicto. El pasaporte saudí de Omar. Ha tenido problemas en muchos países por su apellido.
Omar y Jane, que se ha cambiado el nombre por el de Zaïna, sopesan mudarse a Francia. Vieron la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo… y se informaron de cómo obtener un permiso de residencia para Omar. «Cuando estaba con mi padre, me trataba como a un príncipe. Estábamos rodeados de gente que nos obedecía al menor signo de la vista o de la mano. Hoy, estoy en París para ver si puedo conseguir un permiso de residencia. ¡Qué pena!», comentaba hace unas semanas a un medio francés. No es fácil ser el hijo del terrorista más buscado del mundo. Omar bin Laden tiene 27 años y la mirada de su padre, pero no su larga barba y, mucho menos, su look. «Soy religioso, pero no extremista. Mi práctica del islam es abierta y pacífica. Conozco casi de memoria todo el Corán y rezo cinco veces al día. Como cualquier musulmán», asegura.
Omar parece más un estudiante de un campus americano que un militante de Al Qaeda. Recientemente ha disfrutado de unas vacaciones en Francia con Zaïna, su esposa británica. Él parecía Cocodrilo Dundee perdido en el asfalto. «¿La catedral de Nôtre Dame? Nunca había oído hablar de ella», explica, y añade un comentario después de visitarla: «Para mí, es justamente la casa de Dios, salvo que no es el dios en el que yo creo. Lo que más me llama la atención es el coro y las imágenes de los santos, que se parecen a las mujeres paquistaníes que solía ver en Kandahar y en Afganistán».
Escondido. Osama bin Laden en Helmand, al sur de Afganistán, en 1998.
Más escalas turísticas: ¿la Gran Mezquita de París? «Fuimos allí a hacer una oración»; ¿la Cúpula de los Inválidos? «¿Es aquí donde Sarkozy quiere que lo entierren?», pregunta. Le cuentan que Napoleón reposa en ella, pero apenas le interesa. Sentado en la plataforma superior de un autobús turístico, a 29 euros el recorrido, Omar viste cazadora marrón y lleva una camiseta de Prada de manga larga.
El paseo continúa: plaza de la Concorde, calle de Faubourg-Saint-Honoré. Al lado del autobús aparca un imponente Audi A8. «¡Es como el mío!», dice este apasionado de los coches de gran cilindrada. También tiene un Audi A6, un Jeep y le encantan las Harley-Davidson.
Omar monta a caballo desde niño y se entusiasma con las sillas de 4.500 euros de Hermès. También se fascina con una tienda beduina que está expuesta en el escaparate de la tienda de la famosa marca. En cambio, deplora que los servicios del Hotel Crillon no dispongan de duchas, al estilo de las que se encuentran por todas partes en Oriente Medio...
Amenazado. Omar y Zaïna regresan a su casa de El Cairo, pero su decisión está tomada: se instalarán en Francia. «Estaremos más seguros que en Egipto, donde vivimos desde hace ?0 meses. Allí Omar es demasiado conocido. Alguna gente le saluda por la calle; otros le amenazan. Los radicales no soportan que el hijo de Bin Laden sea abiertamente pacifista», explica la esposa. A Zaïna le hubiese gustado que su marido se instalase en su casa de Moulton, a unos pocos kilómetros de Manchester, en Cheshire, Inglaterra profunda. Pero Omar no consiguió un permiso de residencia. Algunos vecinos se opusieron por carta ante la policía local. Y el consulado británico invocó «razones de seguridad» para justificar su negativa. La semana pasada tuvo que ir tres veces a la comisaría de policía de París para informarse sobre el procedimiento a seguir. «Con su apellido, no le será fácil encontrar trabajo aquí», le dijo la empleada al ver su pasaporte. Los dos tortolitos se conocieron en el mes de septiembre de 2006, a la sombra de las pirámides de El Cairo. Omar acababa de divorciarse. Padre de un hijo, vivía en esa época en Arabia Saudí, donde se lanzó por su cuenta al sector inmobiliario, tras haber trabajado en la Ben Laden Company, la floreciente empresa familiar.
Musulmana por herencia paterna, Zaïna es una morena pequeña y delgadita, embutida en sus vaqueros. Tiene 52 años, pero aparenta unos ?5 menos. Ni una sola arruga en su pálido rostro, que protege constantemente de los rayos del sol. «Me di cuenta de inmediato que era mucho mayor que yo, pero siempre me gustaron las mujeres maduras», confía Omar. Todo encaja perfectamente porque a Zaïna, por el contrario, le «gustan los jóvenes». Y Omar tiene la edad de su hijo menor (los otros dos tienen 3? y 35 años, respectivamente). «Llego ante mí como un príncipe en su caballo blanco. El mío, en cambio, era negro. Le hice fotos y, al día siguiente, me las vino a pedir. Y así comenzó todo», evoca Zaïna.
Una vez de vuelta a su país, Zaïna –que por aquel entonces todavía se llama Jane Felix-Browne– pasa horas en Internet, comunicándose con su «príncipe». Siete meses después, le pide su mano y se casan en Egipto. La pareja se va después a Arabia Saudí para oficializar su unión ante las autoridades locales. Desde entonces, no se separan.
En la casa, ella lo decide todo: le enseña inglés a él y le dice lo que tiene y lo que no tiene que hacer. «Vivimos juntos las 24 horas del día», confía ella. ¿Son felices en un piso del extrarradio de El Cairo? «Muy felices», asegura Zaïna. Su día a día se resume en unos cuantos paseos a caballo por el desierto. Por la noche frecuentan el Fishawi, uno de los bares de moda del zoco cairota. Cuenta Omar, con un deje de tristeza, que «allí no tengo amigos por culpa de mi apellido». ¿Supone una carga esta filiación? Sí y no. Aunque Omar no tiene acceso a las cuentas millonarias bloqueadas por los estadounidenses, no necesita trabajar para vivir. Zaïna le buscó un nuevo empleo: el de embajador de la paz. «Ambos estamos contra la violencia, las guerras y los atentados suicidas», explica ella. «Con su apellido, puede hacer avanzar la paz en el mundo», añade.
Su última iniciativa: una «pacífica» carrera de caballos en África desde El Cairo (Egipto) a Rabat (Marruecos), separados por 3.600 km. «Estamos intentando conseguir luz verde de las autoridades libias, tunecinas, argelinas y marroquíes. Si fracasamos, lo intentaremos en Europa...». Pero la preocupación principal de Omar es saber qué va a hacer con su vida. «Cuando me instale en Francia quizás abra una escuela de equitación. Conozco bien a los caballos. Parece que son las chicas las que más cursos demandan», reflexiona en voz alta.
El peso del apellido. Con sus apellidos y su segundo nombre (Osama) resulta un calvario cruzar cualquier frontera. Para esta visita a Europa, el hijo de Bin Laden consiguió un visado que le facilita los desplazamientos en la UE. Para ello, unos años atrás mantuvo una cita crucial con su padre. «A los ?8 años, le dije que me quería ir. Él me tendió mi pasaporte y me dijo: ‘Tú decides y yo respeto tu decisión. Puedes irte, pero ten cuidado en permanecer siempre cerca de Alá’. Hacía mucho tiempo que quería salir de Afganistán y viajar por el mundo. Y él lo sabía. Habría podido impedírmelo perfectamente». Ahora, a sus 27 años, conserva el recuerdo de su padre como una persona muy inteligente, sonriente, que hablaba con dulzura y que nunca levantaba la voz. «Fue él quien me enseñó a montar a caballo. Tenía 3 años. Nunca imponía nada a nadie en la familia. Ni la barba larga para mí ni el burka para mis hermanas que, de hecho, no llevaban», rememora. «Era un buen padre. Nos protegía y nos daba todo lo que podía. Nunca vivimos en mansiones lujosas, como hacen algunos de mis tíos en Arabia Saudí. Pero siempre tuvimos todo lo que necesitábamos: caballos, coches y preceptores», añade.
Omar asegura que sólo escuchó a su padre hablar de política en la televisión o en público, y nunca debatieron en privado. «En casa hacíamos una vida normal. Mi familia es la más importante de Arabia Saudí, después de la del Rey. Mi abuelo tuvo 54 hijos. Mi padre, una veintena [exactamente, ?9] de cuatro mujeres diferentes. Mi madre es siria. Fue su primera esposa y le dio ?? hijos. Yo soy el cuarto. En este tipo de familias, el amor paterno no significa nada. Todo reposa en el respeto del hijo hacia el padre, al que no tiene derecho a mirar a los ojos».
Habla con la propiedad de un hijo que convivió con el posteriormente declarado enemigo público número uno, a quien siguió a todos los sitios. Estuvieron en Arabia Saudí hasta ?992. Después, en Sudán durante cuatro años. Fue la mejor época de su vida, la que más le marcó, aunque no pudo hacer amigos. Fue a la escuela y se divirtió mucho en las orillas del Nilo. Por último, en Afganistán, donde Omar le abandonó, a finales de ?999. «No soy un combatiente. Allí, viví en Kandahar. Sólo estuve una vez en un campo de entrenamiento [de Al Qaeda] y no vi casi nada, a no ser a los estudiantes que rezaban y aprendían el manejo de las armas por la mañana», aclara.
Cuando él se marchó de Afganistán, la salud de Osama era excelente. Más alto que él y de una complexión atlética, su hijo asegura que nunca oyó hablar de sus «supuestos problemas diabéticos, ni de que necesitase diálisis, como se dijo». ¿Es el padre de Omar culpable de crímenes contra la Humanidad? «No soy un juez y, además, no hay pruebas de que haya sido él quien cometió los atentados del ?? de septiembre de 200?. Aquel día estaba en mi casa, con mi familia. No conocía las Torres Gemelas. Cuando las vi derrumbarse, me sentí triste por las personas que había en su interior. La gente se alegró porque el atentado representaba una venganza contra Estados Unidos. A mí no me gustan esas cosas. Ser el hijo de Bin Laden significa mucho para los musulmanes. Mi puerta estará siempre abierta a los políticos que quieren la paz».
–¿Cree que su padre está vivo?
–Sí. Si hubiese muerto, lo sabríamos. Lo sabríamos por la prensa, como todo el mundo. No tengo noticia alguna de él. Y mi madre, tampoco. Ni nadie que yo conozca.
fotografía de KASYA WANDYCZ
+En la página web del Saudi Binladen Group.
[Fuente: el mundo-magazine ]
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